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Ángel Sucasas
Ángel Sucasas
Editor de Tecnología en el periódico EL PAÍS y colaborador en medios como The Objective y JotDown, Ángel Sucasas es un experto consolidado en analizar todas las tendencias actuales del universo puntocom. Amante de los videojuegos e impulsor de muchos de ellos, goza de una capacidad única para extraer y exponer al lector conclusiones sencillas y consejos accesibles sobre los complejos planteamientos en los que interactúa la sociedad con la tecnología. Actualmente compagina sus labores periodísticas y como escritor (ya ha publicado hasta tres novelas de ficción) con las de director narrativo de videojuegos en Tequila Works y como diseñador en Mercury Steam. Y sí, efectivamente: es un genio. Discreto y educado, pero genio a fin de cuentas.

Hay muchos motivos para ir a la huelga. Pero el central, el nuclear, es la presión al patrón, al que manda y comanda una empresa, de su tropa para mejorar las condiciones de dicha tropa.

La huelga se basa en un principio de poder, obvio, y es que el patrón, privado de su mano de obra, no puede producir. Ergo, no puede enriquecerse. Ergo, tiene que sentarse a negociar. Precisamente por esto no hay nada peor en una huelga que el esquirol, el tipo o tipos que van a trabajar mientras el resto de empleados van a la huelga.

Por cierto, cuenta la historia, si uno se documenta, por ejemplo, en el Instituto Cervantes, que la cosa viene del nombre de un pueblo catalán, L’Esquirol, del que se nutrió un patronato para sustituir a los huelguistas allá por 1920. La palabra, ya por decirlo todo, parece que era un aragonesismo cuyo significado era ‘ardilla’. Qué cosas.

Volviendo a lo que estábamos.

Decíamos que una huelga solo tiene sentido si existe ese bascular de poder entre obreros y patrones; si, realmente, el patrón sufre un perjuicio económico por aquellos que van a la huelga. Pero, ¿qué sucedería si tales patrones tuvieran un suministro infinito de esquiroles que, para mayor dificultad, no tuvieran una entidad física, humana, y todo lo que ello conlleva? ¿Qué pasaría si el patrón pudiera aprovechar esa huelga para sustituir a su mano de obra por un ejército de, literalmente, desalmados?

Pues pasaría que los huelguistas habrían perdido todo su poder. Es más, en vez de un perjuicio le estarían haciendo un favor a los patrones. Sirviéndoles, en bandeja de plata, de hecho, empujándoles a emplear ese ejército de desalmados.

Los guionistas de Hollywood han tenido que aplicar una dura huelga para ser escuchados. ILUSTRACIÓN: SHUTTERSTOCK

 

La cosa es que todo esto que les cuento no es hipótesis. Es la cruda realidad que ha salido a flote con la huelga de guionistas y actores de Hollywood.

Me voy levemente por los cerros de Úbeda y les cuento que todos los años, allá por julio, organizo una sección de videojuegos y narrativa en un conocido festival avilesino: el Celsius 232. Este año, en la sección principal, mis colegas habían conseguido un auténtico strike: invitar a Mike Flanagan, sin duda, el cineasta más relevante del horror hollywoodiense en la última década.

En el último minuto, con todas sus charlas ya pactadas, Flanagan canceló su presencia por la huelga de guionistas

A su talento le debemos, sin ir más lejos, las inolvidables Misa de medianoche y La maldición de Hill House. Pero, en el último minuto, con todas sus charlas ya pactadas, Flanagan canceló su presencia por la huelga de guionistas a la que se había unido finalmente también el sindicato de actores.

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Miren cómo se enreda la cosa. Y miren también el poder, admirable, que tienen los sindicatos en Estados Unidos. No importa lo grande que uno sea como actor, director o guionista. El sindicato lo es más. Y me parece relevante comentar este hecho para que usted, lector, se haga a la idea de la magnitud de lo que estamos hablando. Miles y miles de millones de dólares y decenas y decenas de miles de trabajos.

El caso. El uso de la Inteligencia Artificial en Hollywood amenaza muchísimos trabajos humanos. En el caso de los guionistas, está lo obvio, ¿no? Que la máquina asuma la pluma y escriba ella la enésima secuela de Batman, Superman y compañía. Pero también está lo menos obvio. Que la IA se use en fases del proceso, como la preproducción y brainstorming, que antes se hacían exclusivamente con guionistas. Esto es, que en vez de desalojar, a las bravas, a los guionistas, su acción sea mucho más sibilina y vaya comiéndose bocados del proceso creativo de manera cuasi invisible.

FOTOGRAFÍA: RYAN MACGUIRE / GRATISOGRAPHY

 

El problema con los actores lo explica admirablemente este texto, lanzado por el sindicato de actores de Hollywood como resumen de cómo quieren usar los productores la IA: “Queremos escanear a un actor secundario, pagarle la mitad de una jornada laboral y luego usar su aspecto para cualquier propósito, a perpetuidad y sin su consentimiento. También queremos hacer cambios a los diálogos de los actores protagonistas, e incluso crear nuevas escenas, sin informar y sin consentimiento. Y queremos usar la apariencia, imágenes e interpretaciones de cualquiera para entrenar algoritmos de inteligencia artificial sin consentimiento o compensación”.

Todo sea dicho, la patronal de productores llamó a este texto una “distorsión voluntaria” de la verdad. Pero no la negó ni por la mayor, ni por la menor.

«Tratarán de tener un programa informático que les escupa ideas para películas o series y luego pagarán una pequeña cantidad a un guionista para retocarlo»

Desde los piquetes en Los Ángeles, numerosos artistas compartían sus pensamientos sobre la Inteligencia Artificial. Rescato este del guionista especializado en comedia Elliot Kalan, que me parece peculiarmente preclaro y acertado en su reflexión:

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“En vez de comprar un guion original para un largometraje o una serie o contratar a un guionista para adaptar una obra ya existente en un nuevo medio, tratarán de tener un programa informático que les escupa ideas para películas o series y luego pagarán una pequeña cantidad a un guionista para retocarlo y hacerlo presentable e interesante. Si tal cosa ocurre, los guionistas perderán gran parte de la compensación económica que debieran recibir por sus ideas y trabajo, así como la oportunidad de contribuir realmente con algo que acarree significado y relevancia para el público”.

ILUSTRACIÓN: JR CASAS

 

Y ahora, muy al estilo del Gadgetrón, les dejo con una reflexión final. No sé si lo he contado alguna vez, pero mi trabajo de juntaletras, por más del último lustro, digamos que mi trabajo principal, el que paga los filetes de la nevera, es, precisamente, un trabajo narrativo. Escribo videojuegos, por decirlo rápido y mal. Y los escribo en inglés.

Como le pasó a Nabokov, y tantos otros, esto de escribir en otra lengua que no es la madre implica un sacrificio. Y, también, buscar ayuda. La mía se llama Grammarly. Un servicio que pago religiosamente cada año y que me ayuda no solo a afinar mi gramática, ortografía y sintaxis en la lengua de la divina Albión, sino también a ir comprendiendo más profundamente múltiples usos y registros del idioma de Shakespeare.

Pues bien. En mi Grammarly ha aparecido al fin el Coco. La IA. Y al pulsar sobre ella, en una opción marcada como Gap, Grammarly me devolvió, después de leerse un diálogo mío para un futuro videojuego, aquellos agujeros de guion presentes en tal diálogo susceptibles de ser explorados. Para que me entiendan. Si mi diálogo iba de una maldición en una fortaleza regida por un antiguo monarca, la inteligencia artificial, con su función Gap activa, me preguntó:

¿Qué hizo el monarca para provocar esa maldición?

Y con esta pregunta, y la mucho, mucho mayor que, al menos a mí, subyace a la literal, les dejo.

 

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