¡Señora! ¡Llévese los últimos calamares! ¡¡Que lo tengo tó vendío!!. ¡Serramos por vacasioneh! Ya si eso, en septiembre hablamos, que ahora me voy con la parienta a la playita, que tengo unas ganas…
Parece que hemos convertido el mercado del automóvil en un mercado tradicional, en una pescadería de venta de sobras, del que tenía congelado en la cámara. No en un mercado tradicional modernete de esos que se han puesto de moda en algunas ciudades como Madrid, con toques fashion, creados a base de reminiscencias del mercado tradicional, pero monísimos de la muerte.
Más para turistas que para aborígenes del barrio. No. Este mercado no es chuli-guay: Es cutre.
La falta de producto ha descubierto sensaciones nuevas en los viejos profesionales, acostumbrados a escuchar de los jefes, que siempre hay que vender más, que nunca es suficiente.
Que todos los cierres de mes son fiesta y los de trimestre (esto es más reciente, desde que somos todos financieros), pues fiesta mayor.
Ahora no. Ahora no tenemos prácticamente stock. Las producciones se retrasan y vender es un problema, porque suele suponer que estamos generando un cliente insatisfecho. Solo nos quedan en el fondo del cubo los calamares invendibles.
“Invendible blau” o coche raro de configuración absurda y color azul piscina, como decía un amigo de marca alemana. Y para todo lo demás, “mástercard”. Mastercard y mucha paciencia: Descuentos de risa y plazos de entrega que en ciertos modelos se van al 22. ¡Ya tenemos el año echado oiga!
«Parece que hemos convertido el mercado del automóvil en un mercado tradicional, en una pescadería de venta de sobras»
Que por muy comercial que sea uno, entiende que es normal que cuando hay más demanda que oferta, pues que aprovechemos a ganar dinero. ¡Para una vez que estamos para subastar! Claro. Pero me pregunto si no estaremos en algún caso pasándonos de frenada. Que el cliente sigue siendo el del otro lado del teléfono y en algún momento nos tocará llamar para pedir que nos compren.
Que en nuestro mundo siempre hay menos clientes de lo que nos gustaría. Si ahora, pese a nuestra escasez de oferta, intentamos no maltratar a nuestros clientes (concesionarios incluidos), lo mismo cuando nos sobren coches de nuevo, no nos dejarán de comprar, o no nos apretarán tanto.
Ya sé que cuesta refrenar las ganas de venganza, que es una reacción humana muy espontánea. Ahora tengo yo la sartén por el mango y te vas a llevar un sartenazo… Pero los fabricantes son fabricantes. No van a parar. Lo de tener que vender es un mal necesario para seguir fabricando. Volverán a sobrar coches y los clientes seguirán siendo necesarios.
Lo que más da que pensar es por qué faltan coches. Ahí si que se erizan los pelos del cogote (y como decía Gomaespuma, se te alisan los de otras partes). Cierto es que la falta de semiconductores es la causa inicial. También que los fabricantes han aprovechado la pandemia para ajustar un poco sus producciones al mercado y olvidarse de tanta economía de escala, que al final no ahorra tanto. Pero hay causas mucho más estructurales y preocupantes para los curritos del metal. El mundo ha cambiado mucho.
Hay más teletrabajo, más carsharing, coche compartido o alquiler con conductor (lo llamaremos ride-hailing por no mencionar empresas) y menos necesidad de tener coche en propiedad para tener la misma movilidad o más que antes. Sin embargo, lo peor no es eso. Lo peor es que no somos rentables o, al menos, no tan rentables como otros países.
Faltan chips y semiconductores para hacer más, pero los fabricantes de electrónica siguen fabricando y suministrando. Los que hacen los cochecitos tienen menos chips de los que necesitan, pero los tienen.
“Invendible blau” o coche raro de configuración absurda y color azul piscina, como decía un amigo de marca alemana
¿Y entonces qué pasa y por qué es preocupante? Porque los chips los ponen en los coches más rentables para ellos.
No nos podemos quejar, es lo mismo que hacemos nosotros con nuestros coches y nuestros clientes. Pero si están mandando los chips para la producción de otros países es porque nuestras casas-madre, ganan más dinero en otros continentes o en otros países europeos.
Parece que vamos a pagar por fin el ser el mercado más agresivo de Europa. Eso se paga ahora en menos coches, pero mañana se paga en menos inversión, menos estructura, menos sueldos, menos trabajadores…, en definitiva, menos sector. Círculo vicioso que acaba con mucha gente en la calle y muchas marcas pasándolo regulín, ergo fusiones/adquisiciones, ergo más despidos. Cuanto menos, menos.
Así que sí, en la “pescatería” que regentamos, más nos vale ponernos las pilas, aprovechar para ganar algo más, pero sin que sea un insulto al cliente.
Compensar esta falta de producto con más cariño y más atención, que los clientes entienden que si no hay, no hay, pero precisamente por eso aprecian más que le busques una solución, que metas la mano en el fondo del barreño de los retales y le encuentres algo.
Lo que “haiga”, aunque sea en invendible blau. Que le consigas las primeras producciones disponibles, que note que estás de su lado y no con ganas de irte a la playa. Que decirle a un cliente en mayo, que ya si eso hablamos en septiembre, pues muy profesional, no parece.
Si cada vez va a haber menos “pescaterías”, ya podemos empezar a servir nuestra merluza congelada con un guiño, con un par de calamares de regalo y una sonrisa para que el cliente le apetezca venir a vernos o cerrarán nuestros tenderetes con nosotros dentro.
Eso sí, el gustito que da decirle a nuestros clientes (y a nuestros jefes casi más) lo de: lo tengo “tó vendío”, que no nos lo quite nadie, que seguramente no vuelva a pasar y aunque sea un poco frustrante, mola.