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El Gadgetrón: Tócala otra vez, Chang

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Ángel Sucasas
Ángel Sucasas
Editor de Tecnología en el periódico EL PAÍS y colaborador en medios como The Objective y JotDown, Ángel Sucasas es un experto consolidado en analizar todas las tendencias actuales del universo puntocom. Amante de los videojuegos e impulsor de muchos de ellos, goza de una capacidad única para extraer y exponer al lector conclusiones sencillas y consejos accesibles sobre los complejos planteamientos en los que interactúa la sociedad con la tecnología. Actualmente compagina sus labores periodísticas y como escritor (ya ha publicado hasta tres novelas de ficción) con las de director narrativo de videojuegos en Tequila Works y como diseñador en Mercury Steam. Y sí, efectivamente: es un genio. Discreto y educado, pero genio a fin de cuentas.

Es uno de los momentos de la historia del cine; quién puede dudarlo. Ilsa, una sublime Ingrid Bergman, le pide al pianista del nightclub Rick’s Café Américain (Sam) que la toque otra vez. Sam debe tocar de nuevo una canción que Ilsa escuchó por primera vez en París, donde ambos se conocieron, y que guarda para la bellísima Ilsa un recuerdo de días mejores. La canción es As Times Goes By, compuesta por el alemán Herman Hupfeld en 1931. Y en una de esas piruetas del destino que parecen preparadas para columnistas como este plumilla, tal canción tuvo una segunda versión Kpopera —el pop coreano— del mismo nombre. También es, probablemente, la canción que inspiró la primera y terrible película de uno de los mejores cineastas del último medio siglo, Wong Wark-Wai. Hongkonés, para más inri.

El caso, si ese pianista en cuestión llamado Sam se llamara, sin embargo, Chang, ¿qué pasaría? La pregunta puede parecer muy estrambótica, pero a mí me lleva rondando la cabeza los últimos meses. Digamos que he pasado a conocer, con cierta hondura, la magnitud presente y potencial futuro de una compañía china llamada Tencent. Una que fue, durante un tiempo, la cuarta en capital del mundo. Una que se metió un castañazo en bolsa del tamaño de Netflix; y siguió viva. Una que domina en su país de origen cómic, literatura, streaming, cine y videojuegos.

Por cierto, es la compañía de videojuegos que más factura en el mundo. Desde hace más o menos un lustro. Pero es que además es la dueña del navegador, el WhatsApp y el Facebook para más de 1.000 millones de chinos. ¿Y saben qué? No se conforma con ser todo eso. Quiere conquistar allende los mares.

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Seguramente habrán leído, igual de esta misma pluma, varios artículos sobre cómo la 91 ceremonia de los Oscars —qué vergüenza que no le dieran a Roma la Mejor Película— escenificaba un combate a muerte entre la primera compañía del viejo Hollywood, Disney, y la primera del nuevo, Netflix. La batalla se quedó en tablas, porque Hollywood no se atrevió a premiar ni a Roma ni a Black Panther, y repartió numerosas estatuillas entre ambas. Pero tras esa batalla se encuentra el verdadero pulso que se está jugando por el entretenimiento y que nos va a regalar una colosal burbuja de increíble contenido. Si uno es friki, más.

 


Los dragones chinos, a diferencia de sus ruidosos y pesados primos europeos, tienen cuerpo de serpiente


 

Le sonará la cacareada noticia de que Amazon se compró los derechos de adaptación de El Señor de los Anillos. Y que piensa gastarse en ella la barbaridad de 1.000 millones de dólares; lo que dejará algo como Juego de Tronos en un, valga la redundancia, juego de niños. A la vez, si es usted leído en noticias de este ramo, sabrá también que Apple se prepara para desembarcar en esta guerra por el contenido. Tendrá series exclusivas de tipos como M. Night Shyamalan o Steven Spielberg; nada más y nada menos. Y Disney, por supuesto, lanza su plataforma exclusiva: Disney Plus; allí se irán todo su inagotable catálogo de clásicos para toda la familia y la ordalía de superhéroes que lleva exprimiendo esta última década y que la ha convertido en la mayor dominadora de la historia de Hollywood (hoy en día, se lleva uno de cada cuatro euros de la taquilla del cine).

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Pero a mí me sigue inquietando el gran dragón chino. Recuerden que los dragones chinos, a diferencia de sus ruidosos y pesados primos europeos, tienen cuerpo de serpiente; y si por algo destacan las serpientes al atacar, aparte de por su letal mordisco si son venenosas, es por la habilidad de enroscarse sobre el cuerpo del enemigo en el mayor de los silencios. Resulta que esa compañía que les describí pertenece a una economía que, a diferencia de la estadounidense, no está endeudada, sino que es prestamista. Tiene capital, a espuertas, para comprar.

 

Tencent
FOTOGRAFÍA: NATASSA ADZIC

 

Y el caso es que ha comprado. Cosas, les sonará, como Fortnite. O como el ‘LOL’, el que llenó Vistalegre con más de 10.000 adolescentes aullantes para ver una semifinal europea de un videojuego en el que combaten criaturas fantásticas sobre enormes monitores y los atletas no mueven los pies, sino los dedos con una fugacidad de estrella sobre ratón y teclado. La estrategia a largo plazo de este gigante es la misma que tuvo Estados Unidos con Hollywood.

 


El primer problema que se encuentra un superhéroe chino para encandilar al mercado son sus ojos rasgados


 

Penetrar en la colonización de la conversación global a través del entretenimiento. Conquistar porque soñemos, como hemos soñado durante casi un siglo con su rival de las barras y estrellas, con ser ellos.

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Para esto se presentan dos escollos nada desdeñables. El primero, que China no es una democracia; y esa idea, incluso en los días en los que VOX sube y sube, hace daño. Cuesta creerse a un héroe que no enarbole esa idea tan dudosa en su plasmación pero tan diáfana en su idealización y comprensión; hablo, evidentemente, de la libertad. La segunda es el racismo. Nos ha costado más de medio siglo aceptar a un negro y una mujer como superhéroes; y sigue habiendo quien odia a Black Panther y Capitana Marvel por ser lo que son, en cuestión racial y genital. Por atreverse a expresar lo que expresan todos los superhéroes —una idealización de lo que podríamos llegar a ser— en una raza y un género que durante tanto tiempo fueron tildados, respectivamente, de inferior y débil. El primer problema que se encuentra un superhéroe chino para encandilar al mercado mundial son sus ojos rasgados.

Es así de triste.

¿Pero son obstáculos insuperables? No lo creo. Gracias, precisamente, a Netflix, el espectador internacional se abre cada vez más a probar del menú exótico del mundo. Así se explica el momento dulce que vive la ficción española, con Elite y La casa de papel arrasando allí por donde pasan. Así que un Superman chino puede tener esperanzas de éxito a futuro.

Y, en consecuencia, una empresa con todos los poderes del dinero, puede aprovechar la oportunidad. Si esa batalla de hacernos vencer la inconsciente aversión a lo asiático se prueba demasiado difícil, siempre se pueden comprar Netflix. Y ya.

No lo descarten. No lo descarten.

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