Los locales de Nueva York cambian tanto de dueño y de imagen que no es difícil desorientarse cuando uno vuelve a pasear por una calle que no ha visitado desde hace años. Aquel pequeño supermercado de la esquina ahora es un flamante centro de estética; el viejo estanco, ha pasado a ser una tienda de muebles… Todo se transforma y se renueva a un ritmo tan frenético que uno llega a la conclusión de que nunca llegará a conocer Nueva York del todo.
Los locales ruinosos son derribados y sustituidos por otros, de modo que, en unos años, de ellos solo queda el recuerdo de los más viejos del lugar, que cuando pasan por delante señalan aquel punto y lo asocian a un trasnochado recuerdo de juventud. Pero para el resto de transeúntes, aquello no son más que historias de ancianos. Ese lugar al que el viejo apunta con nostalgia es ahora una elegante tienda y poco importa ya lo que fue antes.
Así, si un viejo vecino del Lower East señalara al portal del 315 de la calle Bowery, nadie podría ver más que una tienda de ropa.
Resultaría del todo imposible imaginar que no hace tantos años, dentro de aquel local tan elegante y exclusivo comenzó la leyenda de grupos como The Ramones, Blondie o Talking Heads.
Desde 1973 hasta su cierre, en el año 2006, en ese mismo lugar se encontraba un destartalado club llamado CBGB. El nombre era debido a que su dueño, Hilly Kristal, había abierto el local con la idea de albergar conciertos de música country, bluegrass y blues.
De las iniciales de esos estilos, Kristal sacó el nombre de su local: CBGB. La sala en sí era realmente cochambrosa: El suelo estaba cubierto de serrín y en las paredes de ladrillo había grafitis y carteles medio arrancados. Pero parecía ser el escenario perfecto para un nuevo estilo, el punk, que empezaba a surgir en los arrabales de Nueva York.
Apenas ocho meses después de la inauguración del local, cuatro melenudos de Queens dieron su primer concierto en aquel escenario.
Habían hecho una prueba para Kristal y este les reconoció con franqueza que serían un fracaso, pero que los contrataría porque necesitaba grupos que entretuvieran a su exigua clientela.

Los pocos que asistieron a aquel primer concierto de los Ramones recuerdan que apenas duró quince minutos y que los músicos pararon varias veces la actuación para discutir entre ellos. Es muy difícil imaginar una peor carta de presentación que esta. Sin embargo, los Ramones tuvieron tanto éxito que volvieron una y otra vez al CBGB. Su música no tenía nada que ver con el virtuosismo del blues, pero era exactamente lo que la juventud de aquella Nueva York tan decadente quería escuchar.
El único recuerdo que queda ahora del CBGB es una inscripción sobre la acera, apenas legible, en la que aparece el nombre del club y el año de su apertura. Pero el local ha cambiado.
Ahora es una elegante franquicia de ropa que pasa discretamente desapercibida, entre oficinas, supermercados y sucursales bancarias. Nadie se detiene frente a aquella puerta salvo, tal vez, algún viejo vecino, mientras recuerda con simpatía aquellas cuatro palabras que un día atronaron en ese mismo lugar: Ey, ho! Let´s go.