Antes de entrar en el temporal de nieve, hemos de fijarnos en el cierre de 2017, marcado por una estadística vial poco alentadora. Han sido 39 muertos más los registrados por Tráfico en 2017 que los de 2016, un año que también cerraba con malos números, porque eran 29 más que en 2015. En 2017 los fallecidos han sido 1.200.
Las causas de esta fatal estadística son variadas y difícilmente una domina sobre otra, aunque los defensores de la tesis más radicales, estos que claman por una mayor represión sobre el conductor, centren en la velocidad y el alcohol el foco del problema, aunque no es así. Son los argumentos para implantar nuevas medidas represoras y para justificar el fuerte gasto en radares y otros dispositivos de vigilancia para la Agrupación de Tráfico/Tributos de la Guardia Civil, como la anunciada llegada de los drones, más radares, más cámaras…
Más vigilancia, más sanciones, más y más…. Este es el enfoque de las asociaciones menos críticas con la DGT, que se dicen defensoras del automovilista, y la de la propia Dirección General, ahora en manos del sevillano Gregorio Serrano, otro de los directores abducidos por el frente funcionarial de un Departamento que diseña planes en los cómodos despachos de la calle Josefa Valcárcel, sin conocer lo que de verdad ocurre en las carreteras.
La receta del director general en el mismo acto de presentación del incómodo balance de 2017 es mano dura, mucha más, en línea con la tesis de esas organizaciones afines a la DGT, que tratan al conductor como un potencial delincuente y centro de la carga de responsabilidad de todo lo malo que ocurre alrededor de la movilidad. Lo último del señor Serrano ha sido culpar a los conductores del monumental atasco navideño.
Aquí nadie asume sus responsabilidades, esas que están relacionadas con el pésimo sistema de formación de conductores; la ausente enseñanza vial en las escuelas, tan prometida por todos los directores generales; el aún más pésimo mantenimiento de las carreteras y quizá deficiente diseño; el avejentado parque automovilístico, y así un largo rosario de deficiencias que impiden que la situación mejore.
Serrano nos anuncia un reforma del sistema de carné por puntos, seguro que más punitivo, más radares y el recrudecimiento de la persecución del consumo de alcohol, lo cual no deja de ser una broma cuando la legislación española admite una liviana dosis de alcohol cuando se conduce.
A todos estos problemas se ha sumado en el cierre de la Navidad 2017 el vergonzoso atasco en el que en plena tormenta de nieve han permanecido bloqueadas miles de familias, algunas más de veinte interminables horas, hasta la llegada de la Unidad Militar de Emergencias (UME).
El director general ha culpado a los conductores del desastre. ¿En una autopista de peaje en la que nunca ha habido un problema y en la que se paga por no tener problemas? ¿En una autopista a la que no han podido acceder los servicios de rescate? El escritor y periodista estadounidense Mark Twain ya dijo que “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”.
Nadie duda de que los medios estaban preparados, pero tampoco de que no pudieron hacer su trabajo porque los servicios de emergencia, con la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil al frente, fueron incapaces de dejar expedita la vía cuando empezó el lío.
A los conductores hay que responsabilizarles de no prever que vaya a fallar tan estrepitosamente el dispositivo oficial. Algunos de ellos merecen una reprimenda por no llevar un juego de cadenas en el coche, de la misma forma que por no preocuparse de tener unos mínimos conocimientos para la conducción en estas situaciones, que, por cierto, no le proporciona el sistema de formación para la obtención del permiso de conducir.
Entre las numerosas justificaciones que escucharemos de las autoridades estará ausente una que es obvia para el observador que viaja frecuentemente y que está relacionada con el encajonamiento del tráfico en autovías y autopistas. En las autopistas, especialmente, son casi inexistentes los puntos de acceso a las calzadas primiciales para los servicios de emergencia. Las cunetas están blindadas con guardarraíles infranqueables y brillan por su ausencia los caminos de acceso para los servicios de rescate. ¿Habría que revisar el diseño?
En cualquier caso, la tormenta política está servida. Unos se centran en conocer los problemas del desastre para que no vuelva a suceder, los menos, y otros son oportunistas, porque se ha presentado una perfecta ocasión para varear al Gobierno y al partido que lo sustenta.
Parece que cada nevada, porque esto ya ha ocurrido más veces, es la primera e históricamente los partidos en la oposición endiñan al Gobierno de turno el varapalo correspondiente. Entre tanto, las soluciones no llegan y se culpa a los conductores y a la empresa concesionaria de la autopista. La DGT y su Ministerio del Interior se quieren quitar el muerto de encima. Y, como no, el de Fomento. ¡Ya está bien!