Que si el Brexit, que si atentados, que si incendios salvajes en Portugal, que si Pedro Sánchez… Mucho para digerir en el menú diario de la información. Pero si usted lee esta revista, entiende y ama el mundo de las cuatro ruedas.
Y sabe que el mayor terremoto que vive esta industria (un poco como todas, la verdad) es la disrupción tecnológica.
La aparición de nuevos modelos de negocio de explosivo crecimiento con un epicentro muy definido: Silicon Valley.
Pues bien, el último terremoto ha sido la implosión, la salvaje hemorragia interna de la lideresa de todas las start-ups, Uber. En cuestión de meses, han volado una auténtica sopa de letras de la compañía más polémica y mediática del panorama techie. Su CEO, COO, CFO y CMO han renunciado a su puesto o han sido sacrificados en una operación de saneamiento radical que podría prolongar su mutilación en los próximos meses.
El caso de su CEO, Travis Kalanick ha sido el más mediatizado. Kalanick se vio atrapado entre dos fuegos. El primero, el absurdo de la vida, una tragedia que se desplomó sobre él sin previo aviso: la muerte de su madre y el grave estado de su padre tras un accidente en una lancha.
Una roca en el camino mató a Bonnie Kalanick; no a su marido ni a su perro. Al mismo tiempo, su junta de accionistas lo arrinconaba pidiendo su cabeza tras hacerse público un informe de Eric Holder, antiguo fiscal general que presentó primero para los empleados de Uber y luego públicamente cómo la cultura interna de la empresa estaba podrida hasta el tuétano. Una cifra para entender en qué se traduce esas “prácticas tóxicas” que menciona el informe: 215 empleados bajo investigación por acoso sexual.
Pero detrás de los grandes titulares, hay una intrahistoria mucho más interesante y que se relaciona con la diferencia entre la realidad superficial de las cosas y su verdadera naturaleza. En el número anterior les hablaba de la venta de humo, voluntaria o no, de las start-ups, centrándome en el caso concreto de Job and Talent y el tambaleo crítico de sus cimientos tras ser la más destacada de la nueva camada nacional de cachorros tecnológicos con futuro. Si lo recuerdan, y si no ya estoy yo para eso, la conclusión es que ese “vender humo” era una práctica cultural del sector tecnológico tan integrada en su ADN que era difícil señalar a una compañía como culpable por aplicarla.
En el hecho del vender humo hay otra verdad sobre Silicon Valley y su cohorte de supuestos genios. Una verdad más general y certera para caracterizar el lado oscuro de este corazón económico del presente: la superficialidad. Creo que nadie lo contó mejor que Frederic Martel en su maravilloso Smart, una investigación de campo sobre todos los paisajes tecnológicos del presente. Martel describía, con tremenda puntería, la clave de todo este meollo. Que hasta el tío que te está vendiendo una app para comprar salchichas tiene una retórica del éxito y la innovación (superficial) perfectamente estudiada.
Que las burbujas existen individuo a individuo y que eso explica los desmanes y crecimientos mutantes que experimentan, de tanto en tanto, sus compañías más sonadas. Estas compañías, y sus CEOS, COOS, CTOS y demás acrónimos parlantes, viven a la velocidad de la luz.
Están subidas en una montaña rusa que en un solo loop convierte un éxito fulgurante en un fracaso estrepitoso.
Pensar que ese carrusel no tiene consecuencias humanas en el crecimiento y cultura empresarial es una estupidez.
Salto a unas coordenadas muy concretas del ciberespacio. Las que apuntan a la web https://www.susanjfowler.com, una página creada por una ingeniera (Susan Fowler) que trabajó durante un año y poquito pico en la start-up de moda.
Su artículo estrella en todo este drama se titula: Reflecting On One Very, Very Strange Year At Uber, es decir, Reflexionando sobre un año muy, muy en extraño en Uber. Avisa desde las primeras líneas: “Es una historia extraña, fascinante y un poco horripilante que merece ser contada mientras permanece fresca en mi memoria, así que allá vamos”.
Horripilante no es un epíteto hiperbólico. Al poco de empezar en la empresa, Fowler se encontró conque su jefe le mandó un mensaje para decirle que la relación que tenía con su novia era abierta y que él estaba buscando chicas en el trabajo con las que tener sexo porque “no podía evitar meterse en líos”. Fowler hizo lo obvio, denunciar a su jefe a Recursos Humanos.
La ingeniera afirma que se esperaba una actuación fulminante, porque el tamaño de la compañía era por entonces ya muy grande. Sin embargo, lo que ocurrió rompió todas sus expectativas. Para mal.
Uber le dijo que el jefe en cuestión era alguien muy bien valorado en la empresa, y que como esto era la primera vez que pasaba solo podían darle un correctivo y poco más. Añadieron, para más inri, que las opciones de Fowler eran dos: o se cambiaba de equipo dentro de la empresa o se aguantaba en este teniendo en cuenta que, “seguramente”, su jefe le pondría una mala nota y que ellos no podrían hacer nada para evitar las consecuencias de esta calificación.
Alucinada, tras pelearlo durante unas semanas, Fowler se cambia de equipo.
Vuelve a encontrar la felicidad laboral y empieza a relacionarse con otras mujeres ingenieras de Uber. Es así como descubre que Recursos Humanos le estaba mintiendo. Muchas otras mujeres, antes de que Fowler se hubiera unido a la compañía, habían sufrido acoso.
Lo verdaderamente horripilante de este hecho no es el acoso en sí, por más que sea de una bajeza humana indefinible. Lo terrorífico es que la indefensión se había asumido como una política de empresa si se cruzaba con el rendimiento. El 1 de marzo de este 2017, The Guardian desvelaba que este tipo de prácticas empresariales eran comunes en el mundillo start-up yanqui bajo un titular demoledor: Empleados de start-ups ven el acoso sexual en una escala ‘abrumadora’ en Silicon Valley.
El meollo de la cuestión, la contratación de jóvenes ambiciosos y una cultura que fomentaba lo social entendido como fiesta donde el alcohol corre libre. Y ahí es donde servidor ve que el viejo mito de Ícaro se funde con la tecnología. Recuerden sus alas de cera deshaciéndose por su deseo de subir hasta el Sol. Recuérdenlas y piensen que, hoy en día, la cera es silicona.
Y seguirá siéndolo si quienes gestionan la meritocracia se parecen mucho a los candidatos que pretenden contratar.