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El Gadgetrón: Google nos pille confesados

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Ángel Sucasas
Ángel Sucasas
Editor de Tecnología en el periódico EL PAÍS y colaborador en medios como The Objective y JotDown, Ángel Sucasas es un experto consolidado en analizar todas las tendencias actuales del universo puntocom. Amante de los videojuegos e impulsor de muchos de ellos, goza de una capacidad única para extraer y exponer al lector conclusiones sencillas y consejos accesibles sobre los complejos planteamientos en los que interactúa la sociedad con la tecnología. Actualmente compagina sus labores periodísticas y como escritor (ya ha publicado hasta tres novelas de ficción) con las de director narrativo de videojuegos en Tequila Works y como diseñador en Mercury Steam. Y sí, efectivamente: es un genio. Discreto y educado, pero genio a fin de cuentas.

¿Quién se puede fiar ya de Google? Lo pregunto así, a bocajarro, porque la cosa ya, como se dice por estos lares, pasa de castaño oscuro. La última de las desgracias asociadas al gigante tecnológico se llama Google Stadia. ¿No les suena? ¿Por qué será?

 

Google Stadia se lanzó hace año y pico, el 19 de diciembre de 2019, como una alternativa supuestamente barata e infinitamente más cómoda a las consolas de siempre.

 

Verán, en esto de los videojuegos —que son, para quien no lo sepa, la industria del ocio cultural más poderosa y lucrativa del mundo, con más de 150.000 millones de euros anuales en facturación— hay básicamente tres tipos de jugadores: los casual, que juegan desde su smartphone y son el becerro de oro de la industria actualmente; los consoleros, que se compran, cada 5-10 años, una nueva máquina que enchufar a la tele; y los pceros, que llevan décadas jugando a un nivel de calidad y rendimiento inimaginables para los otros dos con la contrapartida de tener que comprarse una máquina y demás adminículos que la aderecen mucho más cara que cualquiera de los otros dos.

 

El caso es que Stadia era la primera apuesta verdaderamente seria de pasar, por así decirlo, al siguiente nivel. Streaming; el mismo que usamos para Netflix, Filmin, Disney+ o HBO. Esto es, filosofía plug&play total, lanzas la app y te pones a jugar; sin descargas y actualizaciones de por medio; sin necesidad de renovar ni tu consola ni tu PC, pues la nube se encarga por ti de ese apartado visual despampanante.

 

La cosa suena de maravilla y funciona, todo sea dicho, la mar de bien. Con Stadia uno puede usar cualquier pantalla (incluida el televisor, vía un cachivache conocido como Chromecast) para jugar en la nube.

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Si uno tiene una calidad de conexión de primeras (cable obligatorio), puede hasta aspirar a esa súper alta resolución, que tampoco se nota tanto comparada con el paso anterior, llamada 4K. De hecho, estas plataforma es de las pocas, al margen del PC, donde el juego del año, para bien y para requetemal, Cyberpunk 2077, se puede jugar con mayor confort.

 

Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué lanzar con saña tamaño titular como el que llevamos en la sección hoy?

 

Pues…

 

Porque Google ha decidido desenchufar sus estudios para creación de contenido original para Stadia.

 

 

 

¿Quién se puede fiar ya de Google? Lo pregunto así, a bocajarro, porque la cosa pasa ya de castaño oscuro

 

 

 

Y eso después de fichar a números uno de la industria, como Jade Raymond, la productora que encabezó ese fenómeno mundial llamado Assassin’s Creed o Kim Swift, la creadora de una de las grandes obras maestras de los 2000, los fenomenales Portal y Portal 2.

 

La compañía española Tequila Works, con la que yo colaboro, le proporcionó su primer juego original de salida, Gylt, y otros muchos estudios estaban trabajando, interna y externamente, para ampliar su catálogo de exclusivos.

 

¿Qué significa quitar el enchufe del contenido original? Pues, a tenor de cómo lo interpreta toda la industria, el primer paso a un futuro cierre de la plataforma. Google dice que no, que simplemente quiere convertirse —-como lo es Steam, por ejemplo, la plataforma más usada para jugar a videojuegos en ordenador— simplemente en un distribuidor de juegos ajenos a través de la tecnología. ¿Hay vías de éxito en tal modelo de negocio? Potencialmente, sí. Pero el problema es el apuntado hace unos párrafos. ¿Quién se puede fiar, a estas alturas, de Google?

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FOTOGRAFÍA: COLLEEN MICHAELS
FOTOGRAFÍA: COLLEEN MICHAELS

 

 

 

En una lista escalofriante de topetazos, el autor y tecnólogo Lewis Lin lista trece de los desmanes más sonados de la compañía. Ahí están Google Wave, que podría haber sido Slack, Google Catalog Search, que podría haber sido Pinterest, Google Hangouts on Air, que podría haber sido Facebook y tantos y tantos otros.

 

Ampliando la búsqueda, uno se puede encontrar vídeos de marketing tan majos como el del revolucionario Project Ara, que pretendía jubilar esa carísima costumbre ya casi obligada de cambiar de móvil cada 2-3 años (con suerte) por un nuevo enfoque: tener siempre la misma placa base a la que vamos asociándole distintos cachivaches renovables con el tiempo; dicho de una manera más fina: un smartphone modular abierto a third parties.  

 

 

 

La sede de Google, en Nueva York, en Meatpacking District. FOTOGRAFÍA: DROP OF LIGHT
La sede de Google, en Nueva York, en Meatpacking District. FOTOGRAFÍA: DROP OF LIGHT

 

 

Pero a mí la más sangrante, supongo que en parte por mi frikismo recalcitrante, es la de Cobra Kai. Cobra Kai, que el 90% del planeta conoce ya como un Netflix Original, fue, una vez, un original de Google, un intento (brillante) de atraer usuarios a su suscripción premium de Youtube conocida como Youtube Red. Google ganó la puja por ese diamante compitiendo encarnizadamente contra Amazon, HBO, Apple o, precisamente, Netflix.

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Y unos años después, la compañía a la que venció en el pulso posee una de las joyas de la corona del panorama audiovisual presente.

 

 

Para mi, el desmán más sangrante de Google es Cobra Kai, que el 90% del planeta conoce ya como un Netflix original

 

 

Así las cosas, ¿nos podemos fiar de Google? ¿Puedo yo, usuario con bolsillos muy escuetos, fiarme de Stadia, pagarme la suscripción premium y empezar a comprar jueguillos de cara a hacerme un gran catálogo en la misma? Pues yo diría que, a estas alturas, no; no podemos. No debemos. Google ha demostrado una y otra vez una pésima ejecución y mantenimiento en los nuevos modelos de negocio en los que intenta meter el pie. En vez del pie, mete la pata, hasta el fondo.

 

Y luego abandona a creativos y usuarios que depositaron su confianza en que la compañía de Mountain View apostaba por el largo aliento en el susodicho proyecto.

 

¿Cómo se sentiría usted si de pronto se ha comprado un par de docenas de juegos y Google le suelta que termina el servicio de Stadia? Incluso si le devolvieran el dinero, que no será así, su sentimiento se resumiría, probablemente, a una palabra: estafa.

 

Es una pena, pero, como reza el dicho, gato escaldado, del agua fría huye.

 

Ahora mismo, y hasta que se demuestre lo contrario, Stadia es una de esas regiones gélidas de Google donde una vez, cuál Ícaros, se nos prometió que rozaríamos el sol.

Mala suerte.

 

 

 

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