«Quiero a Uber más que a nada en este mundo y en este difícil momento de mi vida he aceptado la sugerencia de los inversores y daré un paso a un lado para que la empresa siga construyendo, más que distraerse con más disputas”.
Travis Kalanick, que se sacó de la manga Uber en 2012 y hoy vale 60.000 millones de euros en Bolsa, según algunos analistas, anunciaba el 20 de junio pasado la renuncia a su cargo como responsable ejecutivo de la empresa, forzado por los principales inversores del cupo de más de 80 mecenas que han inyectado 10.000 millones de euros en la firma a lo largo de más de una decena de rondas de financiación.
Kalanick ha sufrido de lo lindo en los últimos seis meses. De ser considerado como uno de los tycoons de referencia para la nueva movilidad global, ha pasado a poco más o menos que ser un proscrito.
Incluso en su propia casa.
Motivos no han faltado para que las dudas se hayan cernido alrededor de su modelo de gestión.
O de su aparente aquiescencia o inacción con determinados sucesos.
Todo comenzó en enero, después de que el presidente de EEUU, Donald Trump, anunciara el endurecimiento de su política de inmigración, lo que produjo una huelga de taxistas masiva que, de acuerdo con miles de usuarios de Uber, fue utilizada por la plataforma subiendo ese día desproporcionadamente sus tarifas. Kalanick diría más tarde que aportaría tres millones de dólares para cubrir el perjuicio ocasionado a sus clientes. Pero parece que el daño estaba hecho. Unos 200.000 usuarios se dieron de baja de Uber.
Pero lo peor no fue eso, sino el germen que creó: el hashtag tuitero #DeleteUber cobró forma y, sobre todo, dimensión y tamaño para los descontentos con Uber.
Cierto es que nunca se puede contentar a todos. Aunque el problema para Kalanick es que la marea del conflicto no se retrayó en enero.
Susan Fowler, una ex empleada, denunció en febrero que había recibido “acoso sexual y discriminación” en su periodo laboral en Uber. A lo grave del asunto se sumó que nunca se tomaron en serio su acusaciones. Cuando el escándalo se hizo público en febrero, Uber inició una investigación interna. Culminó con el despido de más de 20 de sus empleados.
Poco menos de 10 días después de la denuncia de Fowler, saltó a los medios un vídeo en el que se veía a Kalanick abroncando a uno de sus propios conductores.
Se disculpó, pero la imagen de la compañía continuó deteriorándose.
Posteriormente, Uber ha reconocido que las principales quejas de los conductores de su plataforma tienen que ver con lo poco que dicen ganar, con el estrés del trabajo y el escaso apoyo y comunicaciones que reciben por parte de la empresa.
¿Marzo y abril? La cosa no paró. Parte del núcleo duro de Uber, incluyendo al presidente Jeff Jones, varios vicepresidentes y la directora de Comunicación pidieron la cuenta.
Y en mayo se produjo una investigación federal contra la empresa. Además, más directivos de relevancia del grupo abandonaron.
Todo eso, hasta que Kalanick decidió soltar amarras el 20 de junio.
Aunque nueve días antes ya había dado una pista, una no tan publicitada. Fundamental para, en apariencia, entender un poco mejor las cosas.
Kalanick solicitó una excedencia el 11 de junio. Coincidió con el fallecimiento de su madre por un accidente fortuito en barco.
Junto con los últimos seis meses de tensiones, el último suceso ha podido ser la gota que ha colmado el vaso. Parece que Travis, que continuará en el Consejo de Uber, necesita un descanso.
Merecido, desde luego, lo es. No en vano, apenas tiene 40 años.