“Eric Clapton fue el primero que compró una chaqueta militar, en 1966, y Mick Jagger otra roja de la Guardia Real de los Granaderos rojos, más una túnica que utilizó en el show musical Ready, Steady, Go… La mañana siguiente había una cola de cien personas en la tienda esperando para comprar la misma prenda… A la hora de la comida habíamos vendido todo”.
Robert Orbach explicaba así en el libro The day of the Peacock el impresionante auge, el auténtico cambio de paradigma que atravesó la moda masculina británica a partir de finales de los años 50 del siglo pasado.
Orbach trabajaba en los años 60 para el genio de la moda John Stephen, que ha merecido un reportaje propio en estas páginas por convertirse en uno de los grandes democratizadores de la moda exclusiva desde la imprescindible —para entender la moda masculina del siglo pasado— Carnaby Street.
Carnaby Street: John Stephen, el gran demócrata de la moda masculina
Pero centrémonos en la historia.
A finales de los 50, y desde hacía décadas, la vestimenta masculina clásica era, sobre todo, eso: clásica. Aburrida. En Londres, en la meca del buen vestir y de las grandes sastrerías, apenas había creatividad. Bien es cierto que eso no solo tenía que ver con la moda, sino con la propia sociedad y con la época.
En la ciudad y a diario, traje de dos o tres piezas. En fin de semana, tweeds, lanas, y poco más. No busquen mucho más. No lo había. Y, por supuesto, negro y marrón predominaban. Ojo al dato. Predominaban quiere decir, en este caso, que casi no había otro tono o color que elegir.
Esto cambió de modo radical a partir de la década de 1960, con la llegada de los grupos musicales The Beatles y The Rolling Stones, por ejemplo.
El cambio cultural y social fue absoluto y lo inundó todo, además de venir acompañado de una revolución en la vestimenta masculina que encontró su culmen con la revolución de los Peacocks o Pavos Reales, en alusión al exhibicionismo, los tipos de prendas y los colores llamativos que ahora sí portaba el hombre, en contraposición con las décadas anteriores.
Una auténtica revolución, una metamorfosis. Como la que efectúa el pavo real cuando extiende su plumaje y muestra al público una majestuosa envergadura que contrasta vivamente con su cotidiano y estrecho recatamiento. Al caballero, en el ámbito de la moda masculina, no le ocurría otra cosa sino esto.
Pero tampoco considere que todo fue siempre así. Aunque lo parezca.
Ya saben, remítanse a la idea filosófica de Platón. Se supone que todo lo moderno tiene, de alguno u otro modo, una esencia platónica.
Lo mismo ocurre con la moda masculina.
Peacock, India, ‘macaronis’: el pasado
Por ejemplo. Probablemente piense que los colores, la casi extravagancia que se observa viendo los atuendos del cantante David Bowie, las túnicas indias de Jagger o las chaquetas de origen militar de los propios Beatles nunca se habían visto antes. No es así. No fueron inventadas. No nacieron en la época.
Todos los sastres y propietarios de tiendas de moda a partir de mediados de los 60 —bueno, en realidad los líderes y precursores como John Stephen, a quien copiaban sin descanso sus competidores— se inspiraban, por ejemplo, en modelos que bebían de los excesivos macaronis británicos del siglo XVIII, auténticos genios en el arte de pavonearse y de llamar la atención a través del atuendo.
También se sirvieron de los tejidos y motivos clásicos indios, utilizados 300 años antes, y copiaban las túnicas o se fijaban en próceres de la vestimenta masculina como Beau Brummell y su fantástico frock coat azul marino.
En el comienzo, los establecimientos que llevaron la batuta no eran accesibles para todos. Como pueda hacer con tanto éxito hoy Zara, las boutiques más exclusivas proponían durante años las nuevas tendencias coloridas —que no fueran de color negro ya era un logro—, y poco a poco surgieron tiendas satélites que replicaban los grandes éxitos que se comercializaban en Carnaby Street y, cada vez con más frecuencia, en las calles próximas a la meca de la sastrería británica, Savile Row.
Muchos bebían de los excesivos macaronis británicos del siglo XVIII, auténticos genios en el arte de pavonearse y de llamar la atención a través del atuendo
Además de las reminiscencias de antaño, la revolución del peacock o del pavo real había contado con algunos indicios previos que podrían considerarse como el caldo de cultivo que presagiaba que algo iba a pasar con el modo de vestir del caballero a partir de 1960.
‘Teddy Boys’, ‘Rockers’, ‘Mods’
Uno de los principales exponentes de esa exposición exterior en la vestimenta la protagonizaron los jóvenes de las clases populares de Gran Bretaña, los conocidos entonces como Teddy Boys.
Se fabricaban la ropa a sí mismos y tomaban como base un concepto eduardiano de la vestimenta, recargado y caracterizado, casi siempre, por el uso de pantalones vaqueros, que curiosamente era una de las pocas prendas que se salían de lo común y que eran medianamente aceptadas por la sociedad tradicional como prenda para ocasiones informales.
Los Teddy Boys eran genuinamente británicos, pero sus ropajes y estilo estaban claramente influidos por el rockabilly estadounidense, un movimiento nacido del estilo musical rock que se popularizó en toda la población de Estados Unidos y que expandía a raudales los conceptos de libertad, rebeldía y cambio a partes iguales.
Juntos, formaban una mezcla perfecta que, con el punto extra que otorgaba el atuendo, conformaba una declaración de intenciones de toda una generación que se mantuvo, eso sí, en blanco y negro.
Y que tuvo una continuidad, una evolución digamos que casi natural, con la aparición de los Mods, que compartían afición motera y gusto por la música con los Teddy Boys y su evolución natural, los Rockers.
Bien conocidos son los espíritus antagónicos de ambos movimientos, y sus clásicas peleas vistas en los filmes, pero la realidad es que, en el fondo y como todos los polos opuestos, al final se parecían mucho más que lo que ellos mismos creían.
Eran los hijos de revoluciones similares, al menos en lo tocante a la vestimenta masculina clásica y a cómo iba a desaparecer ese modo unívoco y uniforme de vestir.
Los pavos reales, la revolución de los peacocks consiguió, de algún modo, unificar todo ese sentimiento en contra de una cultura de la moda masculina que solo discurría en una dirección hasta bien entrados los años 50, salvo por los guiños de rebeldía de los Teddy Boys, de los Rockers y de los Mods y por otro fantástico movimiento textil masculino que arrolló a la juventud estadounidense de las clases sociales más populares en los años 40, el que generó el estilo Zoot Suit formado por pantalón y chaqueta de traje extremadamente anchos que pusieron de moda los pachucos y cuyo origen eso sí —en el caso del pantalón— provenía, paradójicamente, de Gran Bretaña.
Cuando los años 60 comenzaron a tomar forma, apenas quedaban Rockers o Mods.
Había llegado la hora de los pavos reales que, a diferencia de estos últimos, no procedían de familias humildes o de las clases medias de Londres.
Los auténticos peacocks tampoco se vestían en todas las tiendas que John Stephen regentaba en Carnaby Street, porque las consideraban demasiado comunes. Estas se hicieron eco de la revolución peacock, pero su éxito fue más limitado.
Básicamente, Stephen fue el gran vestidor para los Mods, por ejemplo, pero no para los grandes pavos reales, que acudían a firmas más exclusivas de Londres o se ponían en manos de conocidos sastres.
Mick Jagger, el cantante de The Rolling Stones, no ha llevado históricamente la imagen ‘desaliñada’ por casualidad. Tenía un sastre de cabecera, un carísimo sastre de cabecera, Edward Sexton, que también velaba por la imagen de personajes como Ringo Starr, de The Beatles, Elton John o Andy Warhol.
Y de igual modo que las grandes sastrerías de Londres, con el foco en Savile Row, desdeñaron modas pasajeras como las de los Mods, los Teddy Boys’ o los Rockers, e incluso las repudiaron, acogieron e incluso avivaron la llama de los pavos reales desde mediados de los años 60.
Eran conscientes, por un lado, de que no podían mantenerse eternamente al margen de las nuevas costumbres en el ámbito de la moda y con la vista puesta en el clásico traje de tres piezas para hombre. Por el otro lado, esa misma actitud les había supuesto grandes pérdidas económicas en sus establecimientos, porque la moda no es sino el reflejo de la sociedad.
La savia nueva
Aunque los Mods no fueran sus clientes naturales, sí que generaban tendencia entre todas las capas de la sociedad. Un peacock nunca se vestiría como un Mod, por ejemplo, pero sí que valoraría su puesta en escena, su imagen.
Y cuando ese mismo peacock buscaba cómo adecuar su manera de expresarse en las —carísimas— sastrerías habituales… Sólo encontraba grises, negros y trajes antiguos.
Por eso surgieron tantas y tantas nuevas y maravillosas tijeras en forma de nuevos sastres en Londres en los años 60, savia joven y nueva dispuesta a vestir de otro modo, a figuras que no solo podían pagar por la vanguardia de la nueva moda masculina, sino que querían ser sus grandes valedores de cara al público, como así lo fueron Bowie, Brian Ferry o el propio Jagger.
Chorreras, corbatas de un ancho increíble, conceptos eduardianos llevados al límite… Y color.
Sobre todo, mucho color.
Solo tienen que darse una vuelta por el programa de televisión Cachitos de hierro y cromo para ver imágenes de cantantes como Raphael o el Príncipe Gitano, con esas enormes pajaritas anudadas al cuello y esas chaquetas de esmoquin con solapas extra anchas para recordar una época, la de los pavos reales, que exageró todas y cada una de las partes de la vestimenta masculina clásica. Con toda la paleta de colores posible.
Más que la edad de los peacocks, bien podría haberse denominado la era de la cuatricomía que lo cambió todo… Y para bien, eso sí.