En la década de los años 60 del siglo pasado, Carnaby Street, una céntrica calle londinense, se convirtió en el punto de encuentro de toda la modernidad británica y casi global que quisiese estar vestido a la última.
El periodo es clave, porque los 60 bebían las fuentes estilísticas, por ejemplo, de los Teddy Boys de los años 50, una corriente típicamente inglesa en la que sus seguidores, normalmente roqueros —lógicamente entusiastas del rockabilly cincuentero estadounidense—, vestían ropas inspiradas en la época eduardiana.
Fueron los primeros rebeldes contra el establishment, la gente en la que posteriormente se fijarían movimientos como los jipis americanos.
Pero no sólo se trataba de eso.
En los 60 se produce un enorme terremoto cultural y social que lo cambia todo. Desde la irrupción de The Beatles en 1962, en el plano general y por citar un solo ejemplo musical hasta, y continuando con la vestimenta y su influencia en la música —o al revés— la irrupción un poco antes de los Mods, caracterizados por sus oscuros y estilizados atuendos.
Ese estilismo, esa manera de vestir que hoy parece tan normal —llévese o no una Lambretta a juego— no lo era en absoluto en los albores de los Sesenta.
Los ingleses, que a fin de cuentas marcaban el estilo masculino mundial en el ámbito de la sastrería, tenían un problema. El mismo que, por mucho que hayan cambiado las cosas, siguen manteniendo hoy en día: los cambios no son su fuerte, con el permiso del Brexit. A lo largo de los cincuenta e iniciándose los sesenta, la prenda más innovadora para el caballero británico eran los vaqueros. Sí. Sin formas. Caídos. Y anchos, pero no como en la época flower power setentera, en la que la figura quedaba entallada.
Y lo que sí era el fuerte de los italianos era precisamente lo que le faltaba al inglés. Históricamente han sabido adaptar su teóricamente menor nivel sartorial técnico apoyándose en una sublime utilización de los tejidos y de sus formas en armonía con la fisonomía masculina.
Aquí entra en la partida John Stephen.
El diseñador escocés, un auténtico visionario de su época, supo servir a sus fieles un cóctel perfecto que aunaba estilismo, modernidad e identidad propia y, sobre todo, algo que no siempre se ha recordado, a un precio relativamente asequible.
Fue un gran democratizador de la moda exclusiva para el hombre que, en pequeñas pinceladas, podía verse ya en poquísimas sastrerías de Londres. Pero a qué precios, claro. Muy pocos podían pagarlo.
En cierta medida, puede decirse que Stephen fue el Amancio Ortega de su época —salvando las distancias económicas, claro está—, y Carnaby Street, donde a lo ancho y largo de la calle llegó a poseer casi todos los establecimientos de moda, su Inditex particular.
De familia humilde, Stephen había aprendido a cortar, el oficio clave en la sastrería, y lo hizo en Moss Bross, un establecimiento de Covent Garden que más o menos vestía a la gente a la moda en la época a mediados de los años 50.
El diseñador eligió Moss porque, junto con Vince’s —donde trabajó después—, la otra gran tienda de moda de hombre de Londres para los ‘modernos’, eran los únicos que ofrecían prendas ajustadas al cuerpo.
Se habían fijado, precisamente, en cómo hacían las cosas los italianos, e importaban y copiaban sus productos. Pantalones y chaquetas negras a juego, entalladas… Por ejemplo, eran el paraíso para la clientela gay, como John Stephen, que repudiaban las prendas anchas y sin forma. No le veían sentido alguno.
Su éxito era general. También adoraban y compraban las prendas de sus escaparates pintores como Pablo Picasso o actores como Peter Sellers y Sean Connery.
En 1956, y después del aprendizaje, Stephen fundó la primera tienda junto a su pareja, Bill Franks, aunque no la ubicó en Carnaby St, sino en Baker Street.
La llamó, cómo no, ‘John Stephens’.
Carnaby Street: Esplendor en la calle
Lo primero que hizo es utilizar una gran variedad de colores en sus prendas. Así se granjeó notoriedad. En 1958, cuando abrió la segunda tienda, ya en el número cinco de Carnaby, su cromatismo lo iluminaba todo en una muy gris calle, en la que predominaban estancos y tiendas viejas.
Pero, más allá de los colores llamativos, el trabajo de Stephen llamaba mucho la atención porque, simplemente, era muy bueno con la técnica. Y creativo.
En sus tiendas, a finales de los 50, predominaban las camisas para hombre con múltiples botones dispersos o en hileras —inspirando el atuendo de los Mods—, las chaquetas de traje sin solapas y cuello Mao (¿Les suena de The Beatles, verdad? Las utilizarían años más tarde).
En 1966, una década después de que iniciara su etapa como empresario diseñador, John Stephen era propietario de 14 tiendas en Carnaby Street más tres franquicias en otros tantos distritos londinenses.
Contaba con su propio departamento de sastrería, con cortadores y cosedoras.
Así se convirtió en el rey de la calle, porque, además, sus buenos precios llegaban a muchos. De hecho, en la época de su máximo apogeo fue cuando Carnaby fue considerada como un lugar de culto para los compradores de ropa modernos. Les apodaban los Carnaby shoppers.
El mayor éxito de la vida de Stephen transcurrió en esa década prodigiosa.
Llegó a crear un galardón en 1964, en honor al prócer de la vestimenta masculina, Beau Brummell, para encontrar al hombre mejor vestido del año.
Pero todo lo que empieza tiene un final.
A partir de 1967, la luz de las estrellas de John Stephen se fue apagando.
Las modas se acaban, y entrando los Setenta, todo lo que tenía que ver con el escocés se veía como completamente desfasado, aunque hubiera desarrollado conceptos en la moda masculina muy interesantes a partir de esos años, como la apariencia oriental en los trajes de caballero, y justo en el momento en el que florecía la corriente jipi.
Aunque su imagen siempre estuvo asociada a la moda, el modisto tuvo que vender su imperio textil a mediados de los años setenta, después de una poco afortunada salida a Bolsa en un intento por captar fondos. Probablemente fuera ya ese un intento desesperado.
Una década después, Stephen se retiraba por completo de la escena pública.
Y quizás por ello, por su discreción, nunca fue tratado durante años como lo que fue, un revolucionario de la moda en su época, el hombre que fue capaz de transformar una oscura vía en una de las más brillantes pasarelas de moda de la historia.
En la última entrevista que concedió antes de fallecer, definía así su trayectoria: “Tenía la misma edad que la gente a la que vestía y compartía sus mismos gustos musicales, así que les proporcioné ropa con la que pudieran complementarlo. En ese momento nadie hacía lo que yo hacía, así que todo fue para mi durante mucho tiempo. Cuando otros empezaron a establecerse a mi alrededor, lo único que pudieron hacer fue copiarme”.
Un año después de su muerte, Londres colocó una placa conmemorativa en su honor en Carnaby Street.