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Pedro Urteaga
Pedro Urteaga
Periodista, especialista de motor y movilidad eléctrica actualmente en eldiario.es y autor del libro ‘75 años de automoción en España’. Durante más de 10 años, ejerció de redactor jefe y jefe de sección en El Mundo, encargado de coordinar y curar contenidos para el suplemento de Motor y liderar las informaciones sobre pruebas de automóviles y presentación de novedades.

Marilyn Monroe es la prueba más fidedigna de que la belleza física puede ser a veces la peor de las maldiciones. Un rostro bellísimo y, sobre todo, un cuerpo exuberante le abrieron pronto las puertas del mundo del cine, que le brindó especialmente papeles de rubia explosiva y la convirtió rápidamente en el símbolo sexual más popular de la década de 1950 y principios de los 60, así como en un emblema de la revolución sexual de la época.

Semejante peso sobre los hombros de una chica que por lo demás era demasiado ‘normal’ resultó abrumador para Norma Jean Baker —su nombre de soltera—, a quien desde muy joven le gustaba conducir por las calles de su Los Ángeles natal o perderse por los vastos paisajes del desierto de Nevada. Los admiradores que siempre había tenido no tardaron en ser legión y en abrumarla hasta el punto de arrastrarla a relaciones que rara vez le satisfacían. Mucho aprovechado y mucho hombre que no la quiso como ella necesitaba ser querida la sumieron en pocos años en un pozo de desesperanza que intentó combatir con alcohol, barbitúricos y demás excesos.

 

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Un automóvil clásico con la efigie de Marilyn en el techo. FOTOGRAFÍA: ERLANGGA PRASETVA DARMA

 

El primer vehículo con el que la joven Marilyn escapaba de moscones y otras molestias fue un Ford Super De Luxe Convertible de 1948, un modelo popular, nada sofisticado, que adquirió de segunda mano y en el que se hizo una sesión de fotos que le valió fichar por primera vez por una productora, la Metro/Fox, como actriz de reparto.

Como el contrato duró poco y todavía estaba pagando el coche (50 dólares al mes), decidió posar desnuda para un calendario que le dio tantas alegrías como dolores de cabeza (posteriores).

A Norma Jean no le gustaban demasiado los automóviles de lujo

Entre las primeras, que sacó un dinerito y su fama se catapultó: los contratos comenzaron a lloverle y ella pudo cambiar el modesto Ford por un impresionante Cadillac Convertible del 54.

A Norma Jean, sin embargo, no le gustaban demasiado los automóviles de lujo; normal, si lo que pretendía era no llamar la atención, sino pasar inadvertida… dentro de lo posible. Se sabe que le encantaba particularmente su Land Rover Serie 1, un todoterreno capaz de llegar a cualquier parte (sería eso lo que le atraía) pero francamente incómodo y en las antípodas de lo que asociamos comúnmente con el glamur de las estrellas de cine.

Con este ‘hierro’ parece que se iba Marilyn a recorrer el desierto de Nevada, lejos de los focos y la purpurina.

 

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Marilyn, en una imagen de 1952. FOTOGRAFÍA: CHARLOTTE BROOKS /LOOK

 

Exigencias del guión

De vuelta en la gran ciudad, no tenía más remedio que plegarse a las exigencias de Hollywood, y por eso se hizo con un modelo —este sí escandaloso a más no poder— que le servía para acudir a estrenos y eventos varios.

Aquel Cadillac Eldorado de color blanco era llamativo por su tamaño y su tapicería de color rojo, pero pese a todo Marilyn lo quería completamente original, según había salido de fábrica, y sin chapados en oro ni piedras preciosas en la carrocería, como se estilaba entre otras celebridades.

Cadillac era una de las marcas favoritas de la protagonista de La tentación vive arriba, de modo que su segundo marido, el célebre jugador de béisbol Joe DiMaggio, le compró varios modelos de la firma de Michigan. Otro de sus Cadillac, un Series 62 de 1954, habría sido un obsequio del humorista Jack Benny por haber acudido a su conocido programa de televisión en la CBS.

Los fabricantes le hacían llegar automóviles porque una sola imagen del mito a bordo de un vehículo suyo disparaba las ventas

Pero el garaje de Marilyn, en el que llegó a haber medio centenar de coches, no solo se surtía de regalos de sus parejas o de los productores de sus películas y otros admiradores; los propios fabricantes se los hacían llegar porque una sola imagen del mito a bordo de un vehículo suyo disparaba automáticamente las ventas del modelo.

Chevrolet, por ejemplo, le regaló un ejemplar del Corvette que ella acababa de promocionar, y Chrysler hizo lo propio durante el rodaje de la que sería su última película completa, Vidas rebeldes.

 

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FOTOGRAFÍA: ADRIANO CASTELLI

 

Su tercer esposo, el dramaturgo Arthur Miller, le obsequió varios Ford Thunderbird, un coche que al parecer le gustaba especialmente porque tenía unos cristales pequeños y era bastante frecuente en aquella época, por lo que podía moverse bastante de incógnito siempre que algún curioso no reparara en su cabellera rubia.

Una de las muchas subastas de coches que pasaron por sus manos nos permitió conocer en 2018 que, antes de casarse con Miller, ella ya conducía un Thunderbird que le había regalado por Navidad su socio comercial y fotógrafo Milton Greene, que se hizo célebre en los 50 por sus retratos de estrellas como Audrey Hepburn, Catherine Deneuve y la misma Marilyn.

Según esta, Greene poseía la virtud de mostrarla como era realmente y no como un objeto sexualizado, razón por la que accedía a posar para él cuando ya no lo hacía para nadie.

Aunque podía disponer de cuantos chóferes quisiera, Monroe se cuidó siempre de mantener al día su permiso de conducir

La casa de subastas Julien’s Auctions Home vendió este Ford con menos de 49.000 kilómetros en el odómetro por 490.000 dólares. En la documentación de la transacción figura que el coche fue adquirido originalmente el 20 de diciembre de 1955 en Westport, Connecticut, y que se puso a nombre de Marilyn Monroe Productions. Informaciones de la época reportan que la actriz y Miller se presentaron con este coche a su ceremonia civil de matrimonio el 28 de junio de 1956 y, luego, a su boda privada, celebrada dos días después.

Numerosos testigos aseguran haber visto a la pareja en el biplaza en muchas ocasiones de camino a Nueva York desde su casa de Connecticut —hay documentos gráficos que lo corroboran—, y que Marilyn disfrutaba conduciéndolo.

 

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Un mural pintado con la imagen de Marilyn Monroe, en una avenida de Washington DC (EEUU), en 2010. FOTOGRAFÍA: CAROL M. HIGHSMITH

 

Europa, también

Aunque mostró predilección por los coches estadounidenses, Miller puso a su disposición un puñado de modelos europeos, entre ellos un Jaguar XK 140 descapotable, en el que decía sentirse demasiado vulnerable, y un MK VII. Se sentía más cómoda con el rudo Land Rover antes mencionado y con un precioso Mercedes-Benz 220 SE descapotable que también formó parte de su colección.

La historia del Thunderbird subastado no termina donde la hemos dejado. Antes de divorciarse de Miller y de regresar a Los Ángeles, Marilyn se lo regaló a John Strasberg, el hijo de Lee Strasberg, su profesor de interpretación en el Actor’s Studio, al cumplir 18 años. Para localizar el coche después de seis décadas desaparecido, la casa de subastas tuvo que llevar a cabo una labor de investigación que le llevó a dar, primero, con los archivos de Strasberg padre y, más tarde, con el posterior dueño del vehículo.

Aunque podía disponer de cuantos chóferes quisiera, Monroe se cuidó siempre de mantener al día su permiso de conducir, el número 35223569 de los de California, sobre todo desde que en febrero de 1956 la multaron por llevarlo caducado. Para entonces, los productores ya veían con temor las escapadas solitarias de la actriz, que arrastraba fama de ser inestable y abusar del alcohol y las pastillas.

Durante el rodaje de Vidas rebeldes, a Marilyn le regalaron un Chrysler 300 Convertible del 62. Le gustó tanto que quiso agradecer la atención posando junto a él, en la que sería su última sesión de fotos antes de fallecer. Basada en un guion de Arthur Miller, la cinta de John Huston contaba con un reparto estelar en el que figuran también Clark Gable, Montgomery Clift, Thelma Ritter y Eli Wallach, entre otros, y respiraba un aire crepuscular al que no era ajeno el rostro embotado, prematuramente envejecido, de una Norma Jean ya muy castigada por sus excesos.

No podía conducir su nuevo Chrysler ni ninguno de sus otros automóviles debido a la falta de reflejos y, aun así, el 4 de agosto de 1962, pocas horas antes de morir, halló fuerzas de flaqueza para pedirle prestado a su asistente su Dodge Custom Royal y conducirlo durante un rato por las colinas que bordean Los Ángeles. A diferencia de los hombres, los coches nunca le fallaron a Marilyn.

 

 

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