Por tren o autovía, a “la bien cercada” se llega mucho antes de lo que dice el refrán: “Zamora no se tomó en una hora”. Recuerda los siete meses de enfrentamiento entre Doña Urraca y las tropas de su hermano Sancho II, asesinado por Vellido Dolfos, según el Cantar del Mío Cid, porque no había respetado la herencia de su padre Fernando I que legó Castilla a Don Sancho, León a Don Alfonso VI y Galicia a Don Garcés.
Si la reina hubiese vivido actualmente, hubiera sido una lideresa de las manifestaciones del 8M. En el siglo XI, le reprochó a su progenitor haberla desheredado por ser mujer. Mas el rey tenía una joya oculta para la señora: Zamora, inexpugnable por sus murallas árabes y el hermoso río Duero.
Así lo cuenta otro Cantar épico; el del Cerco de Zamora, un poema juglaresco que, en las noches de verano, se representa en los lugares del asedio.
Empezamos nuestro paseo por el mirador que da al gran río español y portugués, exaltado, entre otros, por el poeta zamorano Claudio Rodríguez. Desde la Puerta del Obispo, se divisa el puente románico, con 16 ojos de arcos, que se ha enfrentado a crecidas y riadas por lluvias y deshielos.
El río frontera que separa los campos fértiles de la Tierra del Pan y la Tierra del Vino. El Duero sirvió asimismo para los oficios del agua. Hoy se pueden visitar los ingenios hidráulicos que movían las piedras de moler y trabajaban la lana, en Las Aceñas de Olivares.
Seguimos por calles empedradas y edificios medievales que, en el silencio nocturno, nos trasladan a otra época. El mejor escenario para la Semana Santa; severa en el espíritu religioso, generosa en grupos escultóricos, orfebrería, sayas y capirotes de cofrades. Si no es posible ver la austera procesión de las Capas Pardas o el sobrecogedor Juramento del Silencio, podremos admirar la recreación de la Pasión de Cristo en su Museo, único en España.
La catedral de El Salvador, con su esbelta torre, se alza como un rascacielos mesetario. Su cimborrio, con escamas de piedra y flanqueado por pequeñas cúpulas y torrecillas, nos recuerda las influencias bizantinas en plena Ruta de la Plata. Desde sus simbólicos pórticos hasta la Plaza Mayor —de San Isidoro a San Juan— recoletas iglesias románicas jalonan la ciudad.
Más de veinte si contamos las de los arrabales, como la de Santiago, donde fue armado caballero Rodrigo Díaz de Vivar.
Nuestro recorrido atraviesa la Plaza de Viriato, el pastor terror de los romanos, cuyo monumento destaca entre los edificios renacentistas de los Condes de Alba de Aliste y el Hospital de la Encarnación.
Más adelante, el Palacio de los Momos, también renacentista, pero con influencia del gótico tardío, nos recuerda las funciones cómicas, juegos y mojigangas de la época. Y llegamos a las ornamentadas fachadas modernistas del arquitecto barcelonés Francesc Ferriol.
¿Sabían que Zamora es la única capital de Castilla y León incluida en la Ruta Europea del Modernismo? Para poder asimilar tanta sorpresa hay que disfrutar la rica gastronomía por los numerosos locales, junto al Ayuntamiento porticado del XVI y la pintoresca calle de Balborraz. En hora y media, el tren nos devuelve a Madrid.
¡A punto estuvimos de sufrir “el síndrome de Stendhal” ante tanto tesoro!