¿Sabían que Giuseppe Garibaldi, padre de la Italia unificada, era nizardo? Su estatua preside la plaza porticada, dedicada al “héroe de dos mundos”. Y el líder revolucionario contempla las fachadas terracota y las persianas de ese verde único, como también es único el azul de las aguas de Niza.
El recorrido por las carreteras de la Riviera nos descubre restos de fortalezas del Condado de Provenza que, en el siglo XIV, buscó la protección de la Casa de Saboya. Hasta 1860, cuando sus habitantes —tras dos periodos de pertenencia al Estado francés— votaron ser parte de Francia, según el Tratado de Turín, firmado entre Napoleón III y Victor Manuel, rey de Cerdeña.
La Corniche es un espectáculo: la vegetación aromática, la geografía caprichosa que deja ver mansiones de ensueño. Y los trinos de la primavera que empiezan a apagarse cuando nos acercamos a Mónaco. El GP de Fórmula Uno se prepara en sus curvas urbanas y lujosas. Cuanto más pegados al suelo, más rugen los motores de los deportivos. En Montecarlo también suena la raqueta triunfal de Rafa Nadal en el Master de Tenis.
Sello español asimismo en la ingeniería. En el puerto de la Condamine se puede admirar el mayor dique flotante del mundo, que construyó Dragados en Algeciras y remolcó por mar hasta el diminuto Estado. El Principado también crece con rascacielos en sus montañas. Pierde así su aire Belle Époque, que tanto encanto le dio con su casino y su ópera construidos a finales del XIX por Charles Garnier, el mismo arquitecto de la ópera de París.
Tras dejar el parque temático monegasco, regresamos a Niza con sensación de volver a la realidad. La inmensa Plaza Masséna nos saluda con esculturas de Jaume Plensa. El artista catalán suscitó polémica por representar los continentes solo con figuras masculinas. Otro español, Picasso, habría compensado previamente esta laguna pintando a sus mujeres en La Californie, su casa suntuosa, junto a Cannes.
En la capital de la alfombra roja nos reciben carteles de Benicio del Toro o Catherine Deneuve. Anuncian el 70º Aniversario de su Festival de Cine, junto a playas privadas y palmeras de postín. Para huir de los focos, basta con adentrarse en las suaves colinas de la Provenza. Yves Montand, Simone Signoret o Marc Chagall eligieron su refugio en el pueblo amurallado de Saint Paul de Vence.
Otros cazadores de tendencias descubrieron mucho antes los encantos de esta tierra. El zar Nicolás II dejó su impronta con la catedral ruso-ortodoxa, en la capital de la Costa Azul. La reina Victoria pasaba cálidos inviernos en la colina de Cimiez, cuna de asentamientos romanos. Sus compatriotas pronto la imitaron y por eso el paseo más señorial de Niza está dedicado a los ingleses. Pero la Promenade des Anglais se convirtió hace un año en pesadilla del terror. La noche de la Fiesta Nacional, un camión se lanzó contra miles de ciudadanos que admiraban los fuegos artificiales. El conductor mató a 84 personas y causó doscientos heridos. Hoy, más palmeras y más bolardos recuerdan a las víctimas. Y una lagrimita se nos escapó furtivamente cuando nos despedíamos de Niza con amor.