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Historias de Nueva York: Un diminuto cabezón

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Autor

Enrique García
Enrique Garcíahttps://cervantes.academia.edu/EnriqueGarc%C3%ADa
Periodista y filólogo, Enrique García ha sido profesor de Español en el Instituto Cervantes de Nueva York durante años, después de pasar por lugares tan dispares como Brasil, Italia o Polonia. Con bases en este momento a caballo entre Madrid y Mallorca, García aporta a Fleet People visiones bellas y cotidianas, pero sobre todo diferentes, de la ciudad de los rascacielos. En la sección EXTRA de la versión impresa, el automóvil es generalmente su punto de fuga habitual.

En 1934, un avión procedente de Pittsburgh aterrizó en el aeropuerto de Newark, en el estado de Nueva Jersey y situado a unos 20 kilómetros al sur de la ciudad de Nueva York.

Una vez detenida la aeronave junto a la terminal, todos los pasajeros fueron abandonando sus asientos a excepción de un hombre pequeño y orondo, que permanecía inmóvil en su butaca y se negaba a abandonar el avión.

El hombre era un pequeño italoamericano de 52 años, de nombre Fiorello y que apenas alcanzaba el metro y medio de altura. A pesar de las peticiones de la tripulación, insistía en que no abandonaría la aeronave.

Aquello podría parecer el motín de un cabezota, pero su argumentación era de peso: el hombre se negaba a bajar del avión porque en su billete aparecía que su destino era la ciudad de Nueva York y aquello no era Nueva York.

El piloto trató de explicarle que el de Newark, en Nueva Jersey, era el aeropuerto más cercano a la ciudad, pero el pequeño Fiorello alegó que al sur de Brooklyn había un aeródromo en el que podían aterrizar.

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De modo que, resignado, el piloto regresó a la cabina y volvió a despegar, rumbo al aeródromo de Floyd Bennett Field, en el barrio de Brooklyn.

Allí, por fin, Fiorello abandonó la aeronave. Convocó después a la prensa y les relató su percance.

Si yo me negara a abandonar un avión, probablemente sería desalojado a la fuerza por alterar el orden público. Y en el improbable caso de que remontara el vuelo para llegar a mi destino, tampoco estarían esperándome los reporteros con los bolígrafos preparados. Pero es que el pequeño Fiorello no era un hombre cualquiera. Era Fiorello Enrico La Guardia. El hombre que, apenas unos meses antes del incidente, había sido elegido alcalde de la ciudad de Nueva York.

Buen conocedor de la importancia de un escándalo para agitar a la opinión pública, La Guardia aprovechó el incidente para transmitir a la ciudadanía la imperiosa necesidad de que su ciudad contara con un aeropuerto en condiciones.

Y así, apenas tres años después del percance en Newark, en un terreno al norte de Queens, comenzó la construcción del Aeropuerto Municipal de Nueva York, que finalmente fue inaugurado en 1939.

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En pocos años, las principales compañías convirtieron al nuevo aeropuerto en uno de sus principales destinos, lo que reportó numerosos beneficios al ayuntamiento de La Guardia.

Animado por el éxito de aquella apuesta personal, impulsó la construcción de una nueva terminal, aún más grande, sobre un antiguo campo de golf en Idlewild, muy cerca de las marismas de Jamaica Bay. Ese segundo aeropuerto, inaugurado en 1948, hoy es conocido como JFK.

El primero, por su parte, lleva el nombre de La Guardia.

La Guardia renovó su mandato en tres ocasiones, y siguió siendo alcalde de Nueva York hasta el año 1945, cuando decidió no presentarse a la reelección. Su empeño fue determinante para que la ciudad de Nueva York pasara, en apenas 15 años, de no tener ninguno a contar con dos de los aeropuertos más importantes del país.

Y todo empezó así, en un vuelo que había despegado de Pittsburgh, gracias a la cabezonería de un diminuto señor que lo único que quería era llegar a su destino.

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