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Historias de Nueva York: De paseo por el parque

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Historias de Nueva York: De paseo por el parque

Nadie debería marcharse de Nueva York sin dar un vuelta por Central Park. En el futuro, cuando ya esté lejos de la Gran Manzana, sé que lo que más echaré de menos no serán las luces de Times Square ni las sombras de los rascacielos, sino los árboles y jardines de Central Park.

Lo cierto es que Central Park de Nueva York nunca estuvo ahí. Cuando llegaron los primeros colonos a las costas de Nueva Ámsterdam, aquel lugar no era más que un terreno virgen de setos y matorrales.

El plan urbanístico de Manhattan de principios de siglo XIX no contemplaba la construcción de ningún parque, y tan solo establecía una monótona red de calles infinitas que cruzaban la isla de norte a sur. Alguien debió de percatarse de que si se realizaba el plan tal y como estaba proyectado, Nueva York se convertiría en pocos años en un hormiguero inhabitable. En 1853, afortunadamente, las autoridades aprobaron la construcción de un nuevo jardín para el que no escatimaron dinero ni espacio. Con una extensión de 340 hectáreas, es tres veces más grande que el Retiro de Madrid.

Los creadores de Central Park, Frederick Law Olmsted y Carvert Vaux, imaginaron el parque como una sucesión de postales bucólicas. Diseñaron colinas, prados, lagos, cascadas y bosques donde antes no había nada. Modelaron el terreno a base de dinamita y emplearon toneladas de tierra para que cada paraje fuera diferente de los demás. Plantaron más de 1500 especies de árboles y plantas e, incluso, trajeron un rebaño de doscientas ovejas, que estuvo pastando en el prado de Sheep Meadow desde la inauguración del parque, en 1873, hasta 1934. 

Nueva York, Central Park

Con una extensión de 340 hectáreas, Central Park es tres veces más grande que El Retiro de Madrid

 

A pesar del gran esfuerzo que la ciudad había dedicado a la construcción de aquel espacio, pocos años después de su apertura comenzó una decadencia que solo pudo ser detenida por la proverbial cabezonería de un grupo de neoyorkinos. Una de las grandes cualidades de los habitantes de la Gran Manzana es la seriedad con la que reivindican causas que para muchos de nosotros no son más que simples caprichos y causas perdidas. Supongo que aquella defensa de Central Park provocó la incomprensión de todos los que solo veían un campo desaprovechado en medio de una ciudad en crecimiento, pero el paso de los años ha terminado dando la razón a aquellos cabezotas. 

Sin duda alguna, algo debe de tener cuando todos los millonarios se pelean por tener un apartamento con vistas a Central Park (recientemente, un ático de la calle 57 fue vendido por cerca de cien millones de dólares).

Afortunadamente, no es preciso ser rico para sentir la energía de Central Park. Si alguna vez viene a Nueva York, alquile una bicicleta y recorra el parque. No es un recorrido sencillo, pues Olmsted y Vaux diseñaron un verdadero trazado rompepiernas. Pero como recompensa, por el camino podrá disfrutar de una sucesión de paisajes campestres, de lagos y de arboledas que le harán olvidar que está en el corazón de una ciudad de más de ocho millones de habitantes.

Enrique García es periodista y profesor del Instituto Cervantes en Nueva York

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