No sé si voy a ser capaz de pintar la imagen en vuestra mente, tan clara como es ahora mismo en la mía. Un James Bond de pacotilla sale de un edificio majestuoso —no sé por qué es con jota, cuando magnífico es con ge— con un fantástico esmoquin perfectamente cortado a medida en Savile Row, ajustándose (sutilmente) la pajarita.
Una pajarita de las buenas, de las que sabe anudarse muy poca gente, no de las chungas de goma y enganche de sujetador. Y justo un parpadeo después, estalla el edificio del que acaba de salir nuestro (so called) héroe.
Estalla en mil pedazos y empieza a sonar la música; primero suavemente, luego atronadoramente atractiva, que te envuelve con su surround, antes de que los créditos principales inunden la pantalla. No es un superhombre. Sólo un tío bien entrenado. Así empieza la película que todos hemos visto tantas veces. La diferencia es que, en la vida real, no ha acabado la película. Acaba de terminar. Otra vez.
Pongamos que no es un héroe, sino un directivo. Uno de esos que ha llegado para salvar una empresa, de los que no manejan una pistola de esas demasiado pequeñas para un espía de verdad, de las que llevaban los espías fake de Ian Fleming. Maneja un arma mucho más poderosa: El PPT. No el TNT. El maldito PPT, las transparencias de antaño. Las filminas de los viejos. Esa arma de destrucción masiva que generan las crisis «post-yo»; Después de mí, el diluvio (aprés moi, le déluge). Con una salvedad: En realidad, no había venido a salvar una empresa ni a los trabajadores que la crearon y la hicieron grande. Ha venido a salvar su bonus.
No es un superhombre. Sólo un tío bien entrenado. Así empieza la película que todos hemos visto tantas veces
No sé si empezó con SúperLopez, ese que llegó a recortar gastos hasta en tuercas, o empezó cuando a un Director Financiero le dejaron dirigir una compañía. Tal vez empezó con un espabilado de contabilidad al que le dejaron explicar en comité (del verbo cometer) que si quitabas una aceituna en las ensaladas de Primera en un avión y la copita de champán de bienvenida, se ahorraban mucho dinero.
Nadie explicó después que los clientes de Primera prefiriesen irse a Business porque la diferencia no era tan grande como para pagar un billete de Primera.
Cuando la empresa empezó a perder dinero, ese tío ya había sido ascendido. Una vez ascendido, la culpa de que cayesen a plomo los resultados, la bomba (la que hacía volar ese edificio palaciego del que salía nuestro “héroe”), le explotaba al siguiente.
Un «tú la llevas» consistente en una mochila de despidos y malos resultados generados por el anterior, condecorado por sus servicios a la patria. Premio doble, porque no sólo no te había explotado a ti, sino que le había explotado al siguiente. Tu rival para el siguiente ascenso.
A ver si va a ser que trabajar a largo plazo ha sido una mala idea. Que trabajar a corto, una sucesión casi infinita de cortos plazos, lleva a la excelencia. Va a ser que no. Que las cosas bien hechas, bien parecen y acaban bien. Sin cuento de hadas. Sin perdices al final. ¿Por qué comer perdices me va a hacer feliz, si yo lo que quiero es comer todos los días del resto de mi vida, mirando hacia atrás sin cadáveres en el armario?
Del mismo modo sigue esta industria.
Todas las industrias, buscando los resultados a corto plazo. Indefectiblemente, como un hombre que solo tiene un martillo en su caja de herramientas y considera que todos los problemas son clavos. Clavos en la cabeza de los que se preguntan, como José Mourinho: ¿Por qué? Y duermen mal mientras escudriñan en sus noches de insomnio respuestas imposibles a la pregunta eterna de: ¿por qué narices hacemos mal las cosas, pudiendo hacerlas bien?
Como decía un presidente del sector: Once again, we were stupid enough not to organize ourselves (como en una orgía mal organizada, solo necesitábamos un poco de organización para que disfrutásemos todos).
Que las cosas bien hechas, bien parecen y acaban bien. Sin cuento de hadas. Sin perdices al final
Del mismo modo, time after time (al igual que Cyndi Lauper, pero bien peinados), buscamos soluciones sencillas a problemas complejos. Ahorrar es bueno. Las empresas que funcionan bien son aquellas en las que los bolis Bic se acaban. Pero eso no es la respuesta a por qué ya no vendo tantos bolígrafos. Es que ahora la gente no escribe a mano. Chatea, copia y pega (sin el control C, control V, no existiría la programación). Pantallazo, reenvío.
Pero el ahorro infinito solo lleva a no hacer. Al abogado y el Director de Compliance. Justo cuando el burro estaba a punto de acostumbrarse a no comer, va y se me muere de hambre. Y muertas las ventas, se acabó la rabia.
Así anda buscando el sector la fórmula mágica, la de la Coca-Cola sin güisqui, que les permita alcanzar el sistema de distribución que mejore el esquema de distribución vía concesionarios.
El concesionario ha venido al mundo a sufrir. Por un 1%, se come el stock, aguanta la facturación (de lo que viven las marcas) en las pólizas de la financiera… ¡de la misma marca! Entrega los coches, acompaña al cliente, controla y sufre su insatisfacción, por la que se les penaliza en su bonus, pelea por las flotas, materializa los eventos locales, sufre el pasivo laboral y mantiene la relación con los clientes a largo plazo.
En la película sobre JFK (Caso Abierto) que magistralmente interpretó Kevin Costner (de Jesús), se explica muy claramente cómo una sola bala era capaz de entrar, rebotar, salir y volver a entrar por otro órgano varias veces. Es posible técnicamente, pero NO LO CREO.
Del mismo modo, las marcas piensan o quieren hacer creer al mercado (el que les importa de verdad a sus dirigentes, la Bolsa de Valores), que van a ser capaces de vender lo mismo por internet con un modelo de agencia, sin concesionarios; que, con solo dar una tecla, van a vender más que cuando facturaban a la red 2.000 coches en un cierre de mes empujando con 10 Jefes de distrito y tres KAM de flotas, amén de una pléyade de empleados de concesión.
No te preguntes qué es lo que puede hacer tu marca por ti. Pregúntate qué está haciendo el presi por su bonus.
No te preguntes qué es lo que puede hacer tu marca por ti. Pregúntate qué está haciendo el presi por su bonus
MINI va a ser la primera (Tesla aparte. De mayores, todos quieren ser Tesla), que va a saltar al vacío y va a pasar al modelo de agencia, mientras todos los demás miran a ver si sale bien. (Redoble de tambores).
Stellantis iba con todas las fichas al negro al mismo modelo, pero cuando ha empezado a rodar la bolita, ha pensado que mejor se espera a ver dónde cae y ha retirado la apuesta de la mesa. Acochinarse en tablas o prudencia, el tiempo dirá.
La cuestión es si en MINI están jugando a la ruleta de los casinos que reventaban los Pelayos, esa que multiplica hasta por 35 (sin premio) las ganancias o si está jugando a la ruleta rusa, esa en la que Robert de Niro se la jugaba por un amigo en El Cazador.
La verdad es que los directivos de MINI en España son unos tíos cabales, empezando por el presi, Terroba (Steal-you), que ya tuvo sus palabras de elogio en este medio cuando fue nombrado y siguiendo por Carlos Martínez, el leader de la marca y su fiel escudero Javier Nagore, que además de cantar de maravilla, cae bien a todo el mundo desde que vendía financiaciones Select hasta ahora.
La imagen del tío dejando un erial a su espalda no es la de los directivos de MINI España; es, más bien, la de algún alemán allende los Alpes, pero sin lugar a duda, al que le pega todo es al gran capo de “Estrellantis”, Tavares, pero no el que juega bien al baloncesto, sino el que coge más rebotes que el caboverdiano en la cancha cada vez que las cifras no salen.
Ese se irá con un bonus como Sebastopol, dejando un agujero como la fosa de las Marianas.
La agencia no es el FBI, no es una agencia de inteligencia al uso. No es la CIA, ni siquiera la TIA de Mortadelo.
La agencia en automoción es intentar vender tú solo con dos becarios frikis de Internet lo que vende toda una red de concesionarios y de profesionales en la marca, poniendo todo su esfuerzo, dedicación, pasión, vendedores y contactos, a través de un banner (no Bruce Banner) y una web mal configurada para el mercado.
Al igual que el famoso poema de Bertolt Brecht que defiende el espíritu de la democracia sentenciaba que cuando vinieron a por todos los demás, no protesté y cuando vinieron a por mí, no había nadie a quien protestar. Cuando no haya concesionarios, no hará falta nadie en la marca que les ayude a vender, a hacer su marketing… y aquí no quedará nada más que un mono, dándole a la tecla de facturar.
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi,
no había nadie más que pudiera protestar.
Post Scriptum (o coda flamenca, como la de Extremoduro);
• Reza uno de mis epitafios favoritos: “Como me ves, te verás”. Eso le dijo la sartén al cazo, o la red al empleado de la marca.