¡Ay Dios mío! Qué pereza que me da ponerme a escribir a veces… aunque como canta Joaquín, nos sobran los motivos.
Llevo tiempo intentando hacer un elogio a los que hicieron grande este sector, saltándose todas las normas, por eso los quería definir como anarquistas, en el sentido más anárquico del concepto y menos político, pero la verdad es que no había ninguna frase que me ayudase a empalmar la hebra y, si no se escribe del tirón, pues es como fornicar sin ganas.
Igual que el mítico modelo Bocanegra, existen otros mitos en automoción que, habría que sacar a la luz, para que tengan su cuartillo de hora de gloria, no como Warhol en el Moderna Museet de Estocolmo, sino como la Gaynor (Gloria).
Quisiera hacer un homenajillo a esos “anarquistas” del sector, que decidieron saltarse todo lo preestablecido para construir lo que decían que no se podía crear. Quemar un par de barreras mentales y, cuando el resto gritaba que ya habían ido demasiado lejos, dar otro paso más. Se sacaban 20 cm adicionales de pasión para llevarnos más allá.
Como Rocco, pero con coches.
Joaquín Martínez, ex Director General de MINI, uno de los tipos más carismáticos de la automoción española, desgraciadamente fallecido hace unos años, recordó en una de sus fantásticas presentaciones a la red que, el hombre razonable se adapta al mundo y el hombre no razonable intenta que el mundo se adapte a él. Como consecuencia lógica de esta afirmación, todo progreso humano está promovido por hombres poco razonables.
Lo hicieron todo “al verrés”: cambiaron las normas, dijeron a lo establecido que se la sudaba infinito lo que opinase cualquiera que no fuesen ellos mismos. El sector podía apuntar a donde quisiese, pero ellos iban a encaminar sus pasos exactamente hacía donde les saliese del espíritu navideño.
Cuando todos hacían los coches a mano y de a poquito, aparece Quique, el de “la Ford” y se pone a construir los coches como churros, eso sí, todos negros. Que se joda el marketing. ¡Coño! Pues tuvo su gracia y su premio y cambió la industria para siempre.
El capo Marchionne cogió una empresa italiana en la ruina, compró otra un poco menos en la ruina, pero americana, vendió al mundo que juntas eran un negocio global y “too big to fall”. Renegoció la deuda, sacó la joya de la corona (Ferrari) a Bolsa y vivir que son dos días.
Ferdinando colgó el motor detrás del eje trasero para hacerlo mucho más inestable en teoría, pero brutal en diversión y creo un modelo mítico según nació y desde entonces, todos soñamos con tener un 911.
En la parte de los pilotos, hubo y hay grandes mitos, pero como el artículo iba de saltarse las normas, no puedo evitar acordarme de Rauno Aaltonen (que era muy majo, pero no era tan altoonen, sino más bien bajito) a quien, en un Rally de Montecarlo, se le fue el control del coche y se le quedó mirando en sentido contrario a la meta. Para recuperar el tiempo perdido, se saltó la mediana, voló literalmente y aterrizó en la carretera más abajo. Ganó el rally y el apodo de “Flying Finn”.
Por desgracia, ya no queda ninguno de los grandes capos de la automoción. Los nuevos no serán míticos jamás, por muchas marcas que agrupen bajo el mismo paraguas. Ninguno tendrá los bemoles de ponerse el reloj por encima del puño de la camisa, como Agnelli y ser el tío más elegante de Italia. Una estrella dentro y fuera de los coches.
Nos quedaba Ghosn, pero tuvo que salir del sector metido en un altavoz, ¡Vaya tío!, ese sí que la tocaba…, Hasta que se la tocó a un par de gobiernos y le quitaron la pelota.
Y ahora solo nos queda uno, Elon (“Ilon” para los amigos) que, de la nada (bueno, con mucho dinero público), creó un coche eléctrico y lo llevó al espacio, pegado a uno de sus cohetes. Y con lo que le sobra, va el tío y se compra twitter. Este no es que me caiga bien o mal, es que es el único que, hoy en día, puede pasar a la historia por romper con lo establecido y crear un nuevo sector.
Creció tanto su empresa en la bolsa, que valía más que todas las otras marcas juntas, pese a vender mil veces menos. Eso revolucionó el sector. Ahora no hay fabricante que, de una manera o de otra, no maneje el concepto de agencia para su red, no aspire a venderlo todo por internet y no quiera verticalizar la cadena de valor.
El líder lleva la bandera y los demás le siguen. Así se forjó este sector y todos los sectores. Más viejo que el “ilon” negro. Ahora, levantamos la cabeza, pero no vemos a nadie delante: No hay vientos favorables para quien no sabe hacia dónde va.