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El Gadgetrón: Cuando deseo a una máquina

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El programa artificial femenino que le genera una pareja holográfica ha tomado una chocante decisión. Ha contratado a una meretriz, ha sincronizado su cuerpo con ella y, ahora, dotada de carne, comienza a besar a Reynolds. Hacen el amor con una amante de alquiler de por medio.

Esta maravillosa escena de Blade Runner 2049 ahonda en un problema que, tarde o temprano, los humanos vamos a tener que debatir. ¿Qué pasa si una creación artificial, un programa o una máquina, es capaz de tener sus propios pensamientos y emociones? La fantástica Inteligencia artificial de Steven Spielberg exploraba la figura del niño y de la madre.

Para alimentar su deseo de ejercer como madre, una mujer decide aceptar la oferta de su marido de tener a un querubín artificial que, por programación, está obligado a amarla. En una escena inolvidable, la madre recita una serie de palabras, casi un haiku absurdo, e imprime las emociones. El desaparecido Haley Joel Osment, el peque de El sexto sentido, realiza un momento interpretativo extraordinario al cambiar un rostro que no transmite la menor empatía y transformarlo en los rasgos conmovedores de un niño enamorado de su madre.

La pregunta cuelga en estas escenas y películas en el aire. La repetimos. ¿Qué pasa si un ser artificial tiene emociones o pensamientos? ¿Cuáles son los derechos de tal entidad y cuáles son los deberes para con él de los humanos? Estas preguntas no cuelgan solo en la mente de los frikis. La propia UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, elaboró un informe hecho público en septiembre de 2016 bajo el título Borrador Preliminar sobre la Ética Robótica.

A lo largo de 31 páginas, el informe plantea todo tipo de contextos éticos en los que los robots podrían verse envueltos. Hay ética en los objetivos que persigue el creador y en el tipo de identidad moral que posea el ser creado. Hay ética también tras las características operativas del propio robot. “Hay una serie de posibilidades, típicamente asociadas con robots contemporáneos, que merecen un énfasis especial, no solo porque son centrales para entender qué son los robots, pero también porque estas posibilidades, individualmente y en su conjunto, plantean dilemas morales propios. Estas posibilidades son movilidad, interactividad, comunicación y autonomía”.

Salto de nuevo a la ficción, esta vez, a los videojuegos. Un tal David Cage, francés dedicado a crear obras interactivas con un gran peso narrativo, presenta un corto de siete minutos bajo el nombre de Kara. Se trata de ver cómo una adorable joven, creada en una cadena de montaje, muestra un rango emocional inesperado, profundamente humano, que es entendido por sus creadores como un fallo del sistema. Ante la mirada desgarrada del espectador, los robots ensambladores comienzan a despiezarla mientras la androide grita: “Por favor, me siento perfectamente. No soy un error. Acabo de nacer y ya me quieres matar. ¡Estoy aterrada!”.

Kara consigue visualizar de manera maestra el concepto de responsabilidad moral que pesa sobre los seres humanos que construyan seres sintientes.

El despliegue de los primeros problemas potenciales podría estar mucho más cercano de lo que asumimos. A menos de una década vista sitúa el profesor británico de la Universidad de Galway John Danaher la llegada de prostitutas robóticas a los burdeles de Europa.

En su artículo ‘Trabajo sexual, desempleo tecnológico y la garantía de renta básica’ explora las probables consecuencias legales de tener robots prostitutas que podrían llegar a vivir en la casa de sus clientes. Una de las más sorprendentes es que el tildado como oficio más antiguo de la humanidad podría legalizarse de forma masiva. Hombres adultos en países como Japón o como Australia han declarado estar enamorados de sus muñecas sexuales. Hasta el punto de gastarse pequeñas fortunas en vestirlas. Mucho más inquietante resulta la noticia llegada desde Japón de que una empresa vio detenida su actividad industrial al conocerse que estaba creando robots niños y niñas para el desfogue sexual de pedófilos.

Entrando ya en mi opinión personal sobre este espinoso asunto, creo que es esencial abordar el problema con mente muy abierta. Y creo que el camino para entender las implicaciones morales de crear seres con sus propios sentimientos y mundo interior se pueden percibir mejor a través del arte, de lo ilusorio. Kara condensa en esos siete minutos todo el dolor que podemos provocar a un ser si nuestra manera de verlo es como un producto fabricado en serie.

Detroit, la continuación de esta obra como videojuego de PlayStation 4, plantea un contexto aún más inquietante: “¿Si los humanos abusáramos sistemáticamente de nuestros robots, tomarían ellos la decisión de instigar una revolución e incluso plantearse nuestro exterminio?”. La vigilancia moral sobre las futuras dimensiones de la tecnología no puede dejarse a la mañana. Ni tampoco la educación de los más jóvenes en estos dilemas.

Si uno tiene un hijo, es esencial llevarlo a ver Blade Runner 2049, Inteligencia Artificial o cualquiera de las otras obras citadas para grabar en él la idea de que lo de menos es el origen, sintético o biológico, de un ser que padece. Lo esencial es comprender que si hay eso que hemos llamado tanto tiempo alma, en consecuencia debe haber también libertad.

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