Cuando mis amigas y yo empezamos a tener bebés, casi todas disfrutamos de nuestro permiso por maternidad y muchas de ellas se redujeron la jornada o se cogieron una excedencia, algo que es perfectamente legítimo y que es uno de los grandes triunfos del feminismo, porque facilita la tarea de cuidados.
Sin embargo, mi gran pregunta en ese momento era: ¿Por qué somos siempre las mujeres las que hacemos las renuncias profesionales cuando llegan al mundo nuestras criaturas? La mayoría de mis amigas me contaban que habían sido ellas mismas las que habían tomado la decisión y habían consensuado con sus parejas que era mucho mejor que los permisos, las reducciones y las excedencias las cogieran ellas porque, o bien su pareja tenía un trabajo mejor remunerado, o bien a ellos no les interesaba ocuparse.
Muchos de ellos ni siquiera disfrutaron de los quince días de permiso por paternidad, pero sí se habían cogido sus quince días de permiso por matrimonio, por ejemplo, porque claro, no es lo mismo irse del trabajo para viajar a Punta Cana, que irse del trabajo para pasar noches en vela y cambiar pañales. Lo más llamativo era que mis amigas estaban convencidas de que habían tomado la decisión de forma libre y sin presiones. Pero ¿no es una casualidad que todas las mujeres lleguemos a los mismos acuerdos con nuestras parejas?
¿No es demasiada casualidad que, según el INE, más del 80% de las excedencias que se piden para el cuidado sean de mujeres? Si solo el 6% de los hombres se reduce la jornada para el cuidado de menores, frente a un 31% de las mujeres, quizá no se deba a una decisión tan espontánea.
¿No es demasiada casualidad que, según el INE, más del 80% de las excedencias que se piden para el cuidado sean de mujeres?
Si hasta hace poco solo el 2% de las parejas se repartían equitativamente el permiso de maternidad y en el 98% de los casos era la madre la que asumía el total del permiso de cuidados…
¿Por qué seguimos pensando que es una decisión personal y libre?
Este año ha entrado en vigor un nuevo aumento en los permisos maternales y paternales, que amplía la duración del permiso a doce semanas para los nacimientos a partir de esa fecha. El Gobierno aprobó la ampliación de la duración del permiso de paternidad de cinco a ocho semanas, cambio que entró en vigor en abril pasado.
Igualdad, Maternidad y Paternidad: ahora, los permisos son iguales e intransferibles
Pero con el comienzo del nuevo año, padres y madres pueden gozar de permisos iguales e intransferibles, con la idea de que ningún padre evite su responsabilidad, y pueda ocuparse de su criatura durante doce semanas, un tiempo que en 2021 aumentará a dieciséis semanas por progenitor, y alcanzará, en tres años, la media que tienen los países de la UE.
Situaciones similares tienen en Islandia, Suecia, Chipre y Noruega, donde los permisos entre madres y padres también son iguales e intransferibles. Pero ¿por qué es necesario que los padres cuiden igual que las madres, el mismo tiempo, y no puedan transferir este derecho?
Cuando una hija o un hijo llega al mundo, este hecho incide de forma muy desigual en el espacio laboral de la pareja.
Las estadísticas dicen que los padres tienen mejores trabajos y mejor pagados mientras que las madres tienen peor tasa laboral y menor remuneración.
La sociedad envía el mensaje de que las mujeres, por regla general, cuidamos, y los hombres, por regla general, proveen.
Cuando una hija o un hijo llega al mundo, este hecho incide de forma muy desigual en el espacio laboral de la pareja.
Katrine Marçal en su libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? explica cómo el creador de la economía moderna no se casó nunca y vivió siempre con su madre.
Cuando escribió sus teorías asumió que, si al sentarse a cenar tenía un filete en la mesa, no era porque al carnicero le cayera bien, sino porque el carnicero perseguía sus intereses a través del comercio.
Smith fue capaz de analizar el proceso por el que el filete llegaba a su mesa: el ganadero se lucra con su negocio, el que hace el pienso para alimentar a las vacas también, el intermediario que comercia con la carne se lleva su parte y el carnicero obtiene dinero por vender la pieza.
Pero Smith pasó por alto que, si tenía un filete en su plato, era porque su madre había ido al mercado, lo había comprado y lo había cocinado para él, sin obtener nada a cambio. Bueno… ¿Obtuvo amor de hijo, quizás?
No está mal trabajar por amor, el problema reside en que con el amor de hijo no se pueden pagar las facturas, algo que no ayuda a la emancipación de la mujer.
Resulta que, al elaborar sus teorías, Smith se olvidó de una parte fundamental del sistema económico: el trabajo de cuidados y el trabajo doméstico que las mujeres realizan de forma gratuita durante 24 horas al día, 365 días al año.
Aunque muchos hombres del siglo XXI empiezan a corresponsabilizarse, las estadísticas son bastante elocuentes en este sentido y confirman que, a pesar de que ellos, poco a poco van arrimando el hombro, somos las mujeres las que todavía asumimos y nos responsabilizamos del trabajo doméstico y reproductivo.
¿Y es justo que así sea?