La fábrica de música soul que se sacó de la chistera Berry Gordy y la cuna del automóvil. El próximo año, en enero, que es cuando se celebra la feria del motor de Detroit —qué me gusta decir feria, en lugar de salón—, quizás, si puedo, haga el esfuerzo y cubra el evento para Fleet. Muchos de mis grandes recuerdos en esta profesión de periodista provienen de Michigan. La cara de lelo que se me quedaba viendo los shows que montan las automovilísticas estadounidenses, incomparables. El olor a gasolina. Coches. Lo echo de menos. Me pone enfermo esta política de hechos consumados contra el automóvil; en contra de todo lo que tenga cuatro ruedas; de lo que circule por la ciudad; de todo lo que utilice combustibles fósiles.
Qué quieren que les diga, eso es mi vida y adoro el sector. A las marcas de automóviles. También adoro a los car guys. Es decir, al final del todo, adoro los coches. Me fastidia que todo tenga que ser eléctrico. Verde. Cool. Que la gente me pregunte sólo por esto.
Supongo que me hago mayor y que cada vez tengo más mala milk, pero la industria del motor ha invertido cientos de millones de euros en la Historia para proporcionarnos comodidad y modernidad de las de verdad, no de la que enuncian los modernos de palo de hoy. Es como el Ejército: quienes critican su existencia lo hacen bajo el manto protector que les proporciona… el Ejército. Pero si hay Guerra, por favor, mi Ejército que exista, sí.
Ahora que odiamos el diésel surgen hilillos en forma de voces diciendo que sí, que oiga, que es que si se venden muchos coches de gasolina suben las emisiones de CO2. Que bajan las NOX, pero que suben las de CO2. ¿Pero no llevamos años diciéndolo? Mira que nos gusta acoplarnos al discurso de los iluminados. Diésel, caca.
Y mientras, las empresas del sector a la espera de que el político de turno, el moderno de palo, suba o baje el pulgar en función de su interés particular o de si la noche anterior se reunió con la plana mayor del ecologismo barato.
Es la impresión que dan. Poca seriedad. Y esto es serio.
El automóvil esperando, y la gente de la calle, politizada siempre en los temas más simples, pero ignota en los trascendentes que afectan a su bolsillo. Indignadísima con el sector del motor y con los coches, esos indómitos gastones de queroseno. El automóvil da mucho a este país. Un país al que siempre le han gustado los coches diésel. Yo digo que sigamos queriendo lo que nos gusta. En este caso, a los dos: a los coches y al diésel.