
Oud, la historia de la madera más cara del mundo

Para el común de los mortales, oud representan tres letras juntas con apenas significación. O ninguna. Oud. No es más que una nota. Una impregnación aromática en el ambiente. Pero ya saben que lo realmente exclusivo, lo inalcanzable, suele revelarse ante los ojos del mainstream a cuentagotas.
El oud procede de la madera y, más concretamente, de la corteza del árbol de la Aquilaria o agarwood.
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En español se puede traducir como agar o madera de agar. Se trata de una especie que se solo se da en el sur de Asia. Efectivamente, pueden inferir de ahí que su producción ha sido históricamente escasa. Aunque no es eso lo que convierte a algunos tipos de su madera en un producto destinado en la antigüedad solo a los más pudientes y a la sangre azul.
En principio, baste con señalar que la madera de oud se quema como incienso, y con esto ya comienzan a aproximarse a una idea.
Representa el componente aromático por antonomasia de la cultura árabe. Una de sus irrefutables señas de identidad al quemarlo y que simbolizan no solo la bienvenida a cualquier invitado: forma parte de su modo de vida. Como pueda ser comernos una naranja en España.
El oud es penetrante y su aroma percibido es diferente para cada persona y según el árbol, por supuesto.
Aunque la cultura árabe no quema sólo el oud para preparar el incienso, el que está compuesto de éste es, probablemente, el más exclusivo. De igual modo que uno puede adentrarse en la coqueta Burlington Arcade londinense para brujulear y encontrar un bello reloj de pulsera vintage entre toda la gran oferta disponible, la búsqueda del oud ensacado en cualquier rincón de Dubái es idéntica.
Cada una de esas sacas tiene una calidad y, normalmente, como suele pasar en muchos establecimientos, la mejor parte es la que no se ve al público.
Adentrémonos un poco más en el valor del oud. ¿Por qué es tan caro en origen?
En sí misma, la madera no es ni cara ni especial. La cuestión básica es que solo comienza a adquirir valor cuando la Aquilaria es atacada, paradójicamente, por un hongo invasor. Éste segrega una resina que cubre la madera y, de algún modo, la impregna de aroma. La clave es que este proceso de impregnación puede —y debe— durar un mínimo de 75 años.
Si se busca el mejor oud, no se pueden utilizar árboles que tengan menos de esa edad y, si se usan estos últimos, la materia prima resultante no tiene la calidad de los más viejos. De ahí su precio astronómico.
La resina de oud se forma muy poco a poco, con un mínimo de pigmentación del hongo de entre 20 y 25 años, en lo que representa un proceso de defensa del propio árbol contra su atacante.
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Más datos. Cada Aquilaria necesita un mínimo de 7,5 kilos de resina aceitosa para transformar la madera que lo compone en las duras cortezas y lascas de madera de las que emana el aroma de oud, las infectadas por la bacteria. Y esto solo sucede cuando pasan años: muchos años, como pueden comprobar.
Aunque se pueden imaginar que no ha sucedido hasta hace muy pocos años, lo ideal cuando uno detecta un bosque de Aquilarias es extraer la madera de los realmente maduros y dejar en barbecho las jóvenes, de las que se espera que generen el mismo proceso en el futuro.
Decimos “se espera” porque otro punto que añade más exclusividad a la cuestión es que nunca se sabe cuándo una Aquilaria producirá el mejor oud posible.
La idea es que cuando pasan esos 75-80 años esté lista pero, como pueden imaginar, ese trabajo de trazabilidad —este palabro tan de moda hoy— no existe y, además, se puede dar el caso que una Aquilaria no produzca lo que teóricamente se espera de ella. O que se muera, algo bastante habitual. Hablamos de la madre naturaleza, con la aleatoriedad e imprevisibilidad que representa.
En términos más o menos generales, digamos que solo de una de cada 10 Aquilarias se puede extraer oud de calidad en condiciones.
El oud, tan intrincado en la cultura árabe como pueda serlo el sándalo o el ámbar, se obtiene de varios países, aunque se supone que el más top se encuentra en el sur de India y en Camboya y Malaysia.
En función de la parte del corte y de la parte de la que se extraiga del árbol, el oud, y no nos ha bailado ninguna cifra al escribir, ha alcanzado precios de auténtica locura: hasta 125.000 euros por kilo del mejor oud indio, tremendamente escaso, casi agotado. 125.000 euros, sí. Por un kilo de viejo oud profundo, de intensidad aromática máxima, curtido por los años. Un kilogramo de oro puro se puede comprar hoy por unos 45.000 euros, quizás un poco más.
Casi tres veces menos.
Con el oud se aplicó ya hace algunos años una estrategia de protección similar a la que se efectuó con otros elementos extremadamente preciados y escasos, como la vicuña y su carísimo pelaje. El tráfico de la madera o corteza de oud tiene unas limitaciones enormes en Asia y en la última década se ha restringido al máximo la comercialización derivada de su producción.
Básicamente, se controla hasta el punto que a finales de la década pasada era muy complicado encontrar oud de calidad en la propia India.
Aunque uno lo desee solo como inciensador, el oud auténtico y reconocido de calidad es caro por definición. Aunque esa calidad se sitúe en la parte baja, cada gramo de oud puede costar 20 euros.
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Si desea cantidades grandes, el precio unitario baja, pero en el caso de un oud bueno, es normal abonar una factura de 5.000 euros por kilo. Y no es de lo más caro, por supuesto, porque esa cifra se duplica para el mejor oud para inciensar.
Hay que tener en cuenta que para que el oud se considere de primera calidad, la primera premisa es que el pedazo de corteza esté muy poco trabajado, simplemente limpiado de asperezas y pulido levemente. Y, por supuesto, sin nada añadido. Si proviene de la variedad malaccensis de la Aquilaria, mejor que mejor.
Aunque todo lo que haya leído hasta ahora pueda parecer cuanto menos curioso, la verdadera dimensión del oud no se encuentra en su aplicación como incienso. Ni siquiera en su utilización medicinal, ni como aceite masajeador. El aceite tiene mucho que ver, eso sí. El de la resina de la madera de oud sirve como base para fabricar muchos de los perfumes más exclusivos del planeta.
Ahí se encuentra la verdadera dimensión del oud, su repentina fama global. Los aceites esenciales confirman la base estructural de cualquier perfume que se precie. Cuanta más concentración de aceite esencial, mejor es el perfume y, de hecho, así se caracteriza este último porque contiene una alta concentración de aceite.
El oud ha sido histórica y tradicionalmente utilizado por el mundo árabe en sus perfumes personales, tanto de mujer como de hombre. Y aunque probablemente no lo sepa, es posible que ese perfume de cabecera que utiliza en los días señalados contenga algo.
Tal es el nivel de adicción de este componente que se ha conseguido extraer de modo sintético, de modo que grandes y pequeños perfumistas lo utilizan para construir bases aromáticas para sus colonias.
¿Es lo mismo? Desde luego, el oud sintético no tiene ni los matices ni la profundidad y, sobre todo, la suavidad del auténtico oud. Pero hay que reconocer que es inmensamente más barato y que es, por así decirlo, una opción resultona, sencilla y que vale.
Trabajar con el oud genuino es otra cosa. Resulta difícil trasladarles sobre el papel el aroma de la resina de oud, pero háganse a la idea de una mixtura cálida, avainillada, tostada y profunda. Que permanece. De igual manera que con la edad se llega a muchas cosas, al oud se llega. Es raro que conquiste de inmediato por su complejidad de matices pero, cuando se insiste, ya no se puede dejar.
La Vieja Europa, acostumbrada a otros paladares y sintonías aromáticas respecto de Asia, mucho mas livianos, tardó considerablemente en introducir el oud, y esto es algo que grandes connoisseurs y ‘narices’, perfumistas de reconocido prestigio, siempre han señalado: la dificultad de trabajar con el aceite puro de este material. Muchos han tardado décadas —sí, décadas— en conjugar este diamante en bruto en un aroma bien diluido y apto para el consumo, con carácter duradero.
La razón es sencilla: el oud tiene tanta personalidad y es tan potente que es muy fácil que se coma a cualquier compañero de viaje. Incluso resulta muy complicado mezclarlo con otros potentes esenciales, como pueda ser el de rosa, tan característico y penetrante. Lo normal es que termine diluyendo la rosa y que esta no permanezca en nariz. O que la combinación, simplemente, no resulte satisfactoria.
También es de recibo reconocer al popular modisto Tom Ford el proceso mainstream de esta madera en Europa. La línea de aguas de perfume de este diseñador, en las que se supone participa directamente, cuentan con varias propuestas conformadas a base de oud.
Puede decirse que ha marcado un antes y un después en la expansión comercial de los productos de perfumerías con este aroma esencial, que hoy se puede adquirir fácilmente en cualquier aeropuerto internacional.
Su fácil accesibilidad —que no asequibilidad— es el lado positivo. La parte negativa reside en la constante tala furtiva de la Aquilaria, en gran medida indiscriminada (recuerden que pocos detectan la cantidad y calidad del oud hasta que no se desmenuza el árbol).
Aunque acceder a un pedazo original de este material o a un producto terminado trabajado con el auténtico es difícil, es posible que pueda introducirse en el mercado con una tienta a partir de su símil sintético.
Se enganchará. Delo por seguro.