El poeta escribió versos inolvidables dedicados a su tierra: “Alto soy de mirar a las palmeras, rudo de convivir con las montañas…”. Estamos en Orihuela —80.000 habitantes—, el término municipal más grande de la provincia de Alicante. La capital de la Vega Baja tiene mar y un rico patrimonio cultural. Su historia parece por descubrir.
¿Sabían que Orihuela tuvo su primer alma mater en 1569? Entre sus licenciados, el Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III. Sin embargo, tres siglos de docencia superior finalizaron por problemas dinásticos y políticos. No obstante, sus derechos históricos se entroncaron con la Universidad de Alicante, creada en 1979. Así, el campus alicantino se extiende hasta los claustros renacentista y barroco de Santo Domingo. Junto a la iglesia barrocamente decorada, los muros del grandioso monasterio también albergan aulas de primera y segunda enseñanza. Desde finales del XIX, han visto pasar al escritor Gabriel Miró y, en el XX, a Miguel Hernández y al diplomático y comunicador, Inocencio Arias.
La segunda universidad eligió para asentarse, en 1998, uno de los meandros del Segura. Es el río que riega la fértil comarca de la huerta oriolana. Por eso, una de sus titulaciones es la de ingeniero agrónomo. Egresados de la Universitas Miguel Hernández cuidan, en su casa-museo, la higuera centenaria de tronco tortuoso. Ficus carica, inspiración de tantos poemas, como la Elegía a Ramón Sijé: “…Volverás a mi huerto y a mi higuera. Por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera”. Orihuela es mezcla de misticismo y sensualidad. El Aulario de la UMH ocupa el antiguo convento de las Salesas. Al lado estaba la casa donde Miguel conoció a Josefina Manresa, su mujer.
“A la paloma mía… Por sus ojos de garza serenos de mirar, por su boca que quiero y por su alma de mar”. Así se despedía en una de sus cartas. En el subsuelo del Campus de las Salesas, se encuentran restos arqueológicos de la muralla, de viviendas musulmanas y cristianas, baños, aljibes y objetos cotidianos. El Museo de la Muralla es otra sorpresa del viaje a Orcela, nombre de la ciudad en las novelas mironianas.
Y en Orihuela del Señor, no pueden perderse uno de los pocos Velázquez, fuera del Museo del Prado: “Las tentaciones de Santo Tomás de Aquino”, junto a la catedral gótica, en el palacio episcopal, un edificio barroco, cuyo patio está cubierto por cristal y alabastro. El atormentado rostro del dominico, todavía novicio, y su hábito negro solo se suavizan con el rosa y el dorado —como traídos del Renacimiento veneciano— de las túnicas de los ángeles que lo consuelan.
El paseo por Orihuela, de la mano de Miguel, finaliza en su costa, a unos veinte kilómetros. Entre Cabo Roig y Punta Prima, encontramos playas, acantilados, calas, puertos deportivos, pinares y campos de golf. Para todos los gustos.
Lo escribió el poeta del pueblo: “El mar también elige puertos donde reír como los marineros. El mar de los que son. El mar también elige puertos donde morir como los marineros. El mar de los que fueron”.
En marzo, se cumplió el 75 aniversario de su muerte, en la cárcel de Alicante. Tenía solo 31 años. Sigue vivo en sus poemas.
