Las nubes se desalgodonaban como el humo a jirones de una chimenea. Nos rodeaban los Andes. Y aparecían los conos caprichosos de las colinas, los guaduales de bambú, los árboles de la guanábana y los yarumos plateados, cuyas hojas buscan el sol con el envés, adquiriendo ese tono grisáceo y brillante que les da nombre. Todo se integra en el cafetal colombiano, declarado Patrimonio de la Humanidad en 2011, por ser bello, sostenible y productivo. Desde el mirador de casi treinta metros de Filandia (sí, sin n), se divisa también la Calle del Tiempo Detenido, la vía del municipio cercano donde se rodó Milagro en Roma, la película basada en el cuento homónimo de Gabriel García Márquez.
De Gabo ya no nos separaremos hasta Cartagena de Indias. Allí, su casa terracota construida junto a las murallas del Caribe —con huellas de ataques ingleses que heroicamente venció el vasco Blas de Lezo— está al lado del antiguo convento de Santa Clara. Su claustro conserva el misterio de la monja enterrada en el siglo XVII, que inspiró Del amor y otros demonios al Premio Nobel.
En nuestro hotel, una casona con balcones de madera, enredaderas y flores, la biblioteca solo tenía libros del creador del realismo mágico, en español y traducidos a multitud de idiomas.
Medellín nos había acogido con lluvia tropical y el Festival García Márquez.
Pero al escritor y periodista le salió un fuerte competidor: Fernando Botero, muy generoso con su ciudad natal, colmándola de cuadros propios y de su colección de arte contemporáneo, donados al Museo de Antioquia. La plaza que alberga este edificio Art Deco está también dominada por la impronta del artista: las 23 esculturas de bronce de sorprendentes volúmenes que lo han hecho mundialmente famoso.
Al día siguiente, con sol y atascos, nos fuimos al corazón histórico del Departamento: Santa Fe de Antioquia; una joya colonial donde el tiempo parece asimismo detenido por lo bien conservados que están sus edificios, plazas y calles perfectamente alineadas por el trazado de la cuadrícula.
Es admirable cómo Colombia preserva su pasado hispano. Incluso nuevas construcciones —por ejemplo, museo, iglesia y restaurantes del impresionante Cañón del Chicamocha— nos muestran patios con arcos de media punta, color albero, casas encaladas y tejas árabes.
El Valle de Cocora nos sumió de nuevo en la magia. Miles de palmeras, las más altas del mundo, flanqueaban las lomas verdes y húmedas por brumas y neblinas. La palma de cera, de hasta 80 metros, figura en el escudo patrio; tan orgullosos están los colombianos de la singularidad de esta arecácea y de las más de doscientas especies que tienen.
En el Parque Nacional de Tayrona, cerca de Santa Marta, asistimos a una embriaguez de frondosidad. Los bohíos de nuestras cabañas eran de ramas de palmera y solo las aspas del ventilador rompían el asombroso equilibro entre naturaleza y hombre. La noche llegó con sonidos de la selva y el vaivén del agua. Las playas caribeñas y la Sierra Nevada nos dieron los buenos días.