No siempre la isla de Manhattan tuvo los contornos tan definidos. Si comparamos los mapas de hace algún siglo con los actuales, podemos observar que en sus orillas hay extensiones que han sido ganadas al río Hudson y al East River, a fuerza de echar escombros y tierra.
Nunca fue sencillo encontrar un hueco donde tirar la enorme cantidad de tierra que se iba sacando del subsuelo de Manhattan. A veces, por simple pereza, los escombros se iban acumulando en el río hasta hacer emerger pequeñas islas artificiales, como la llamada isla de U Thant, un pequeño montículo en el East River, formado con un montón de cascotes estrujados, feos como los restos de un naufragio.
Pero Battery Park City es diferente. En Battery Park hay parques, tiendas y edificios caros. Cuesta pensar que aquella zona, cortada a escuadra y cartabón, fue ganada al mar con los escombros de la construcción de las Torres Gemelas, en las últimas décadas del siglo pasado.
Excavar el enorme agujero en el que se levantaron las dos torres fue una tarea titánica. El terreno estaba al lado del rio Hudson y las aguas subterráneas amenazaban con anegar cualquier intento de excavación cercano al río. Hubo que construir, entonces, un enorme muro subterráneo que fuera capaz de aguantar la fuerza del agua. Los trabajos de excavación llevaron catorce meses. Para los acelerados estándares de Manhattan, aquello era demasiado tiempo: el Empire State Building, casi cuarenta años antes, se había erigido en poco más de un año.
Pero aquella excavación merecía la pena. El proyecto del World Trade Center iba a revitalizar la zona sur de Manhattan, que en aquella época estaba semiabandonada y ensombrecida por los rascacielos del Midtown.
El primer edificio, la torre Norte, se inauguró en diciembre de 1970, mientras que la torre Sur empezó a funcionar casi un año después. Aunque se trataban, esencialmente, de edificios comerciales destinados a oficinas, los turistas tenían el acceso permitido a los últimos pisos de las dos torres. En la Torre Sur había un observatorio público a cielo abierto. A cambio de 13.50 dólares, podía contemplarse una de las vistas más espectaculares, no solo de Manhattan, sino de todo lo que había a casi 80 kilómetros de distancia.
Por su parte, el piso 107 de la Torre Norte acogía un restaurante panorámico llamado Windows of the world. Se trataba de un restaurante muy exclusivo, con un estricto código de vestimenta, y que hasta su desaparición fue uno de los restaurantes de mayor recaudación de todo Estados Unidos.
Sus platos, aunque selectos y elaborados, no podían compararse con las impresionantes vistas. Cómo dijo algún critico de cocina, “en Windows of the world, Nueva York era el mejor plato”.
Después de la tragedia de las Torres Gemelas, la zona permaneció en ruinas hasta que se decidió construir un nuevo rascacielos de oficinas, muy cerca del lugar donde se levantó el antiguo World Trade Center. De modo que allí, hoy en día, sigue habiendo un observatorio, igual de impresionante que el que había en la Torre Sur, y una cafetería desde la que se siguen sirviendo las mejores vistas de Nueva York.