El Hotel Le Parker Meridien de Nueva York ofrece todas las comodidades que puede desear el viajero. La recepción es diáfana y moderna, con muebles cromados y focos de luces halógenas en el techo y las paredes.
Las habitaciones son coquetas, y en la azotea hay una pequeña piscina exterior con unas impresionantes vistas al Central Park.
El hotel tiene, sin embargo, una característica que lo hace peculiar: Un intenso olor a hamburguesa que se extiende por toda la planta baja.
El origen de aquel aroma lo encontramos en una apartada esquina del lobby donde, oculto tras unas cortinas, se esconde Burger Joint, un pequeño restaurante que presume de preparar una de las mejores hamburguesas de la ciudad. No es nada más que un pequeño garito con una barra y un par de mesas, bastante mal iluminado y algo grasiento, pero sin duda es una visita obligada para el viajero que quiera probar una de las hamburguesas más cotizadas de Nueva York.
Escuché en su día que los dueños de aquel restaurante, tan diferente al resto del vestíbulo, se habían negado a venderles su parcela a los propietarios del hotel cuando se iniciaron las obras, hace apenas 10 años, de modo que los constructores no tuvieron más remedio que resignarse y levantar el edificio respetando aquel viejo restaurante, que quedó apartado en una de las esquinas de la recepción. Sin duda alguna, es una bonita historia de resistencia que a todos nos gustaría que fuera cierta.
70
Las hamburguesas de Shake Shack han logrado tanta fama que la cadena ha abierto ya 70 franquicias en NY
Pero las apariencias, por lo general, engañan y casi todas las cosas que suceden en la ciudad de Nueva York suelen confirmar esta máxima. En realidad, la historia no es más que una leyenda urbana, tal vez un
producto de mercadotecnia lanzado por el propio restaurante, que en realidad, no es tan viejo como parece, y no es nada más (y nada menos) que la franquicia más pintoresca de una cadena de hamburgueserías que ya cuenta con otros restaurantes en ciudades como Abu Dabi, Dubái o Seúl.
Es curioso. Uno se puede imaginar Nueva York como una ciudad frenética en la que todo el mundo tiene prisa. Pero la urgencia en Nueva York es relativa. Ese mismo neoyorkino que vuela en la hora punta para coger el metro a fuerza de codazos, puede pasarse después más de media hora en la cola de algún quiosco donde ha escuchado que sirven las hamburguesas más sabrosas de la ciudad.
Es el caso de la cadena Shake Shack. Todo empezó hace tan solo quince años, con un pequeño carrito de perritos calientes en medio del parque de Madison Square. Fue tal su éxito, que apenas cuatro años después, en julio de 2004, el carrito se amplió a un pequeño quiosco, que aún permanece en medio del parque. Desde entonces, no han dejado de repetirse las colas de gente que espera pacientemente para ordenar una de sus famosas hamburguesas.
La rentabilidad de la cadena ha sido de tal magnitud que, en apenas una década, ha inaugurado más de 70 franquicias, no solo en Nueva York, sino también en el resto de los Estados Unidos y en países como Rusia, Turquía o Reino Unido. Y todo, a partir de una simple hamburguesa que, en mi humilde opinión, tiene mucha más fama que sabor.
El crecimiento de este tipo de cadenas demuestra que las buenas ideas aún tienen cabida en la ciudad de Nueva York. Y eso nos da cierta esperanza. Lo único que se necesita, además, es tener un poquito de suerte.
Enrique García es periodista y profesor del Instituto Cervantes en Nueva York