Si esto le ha sorprendido, lo que viene ahora le encantará: Nicolas Loufrani es hijo de Franklin Loufrani, ¡El creador del Smiley!
“Nací el 16 de diciembre de 1971 y Smiley tuvo su primera aparición en la prensa el 1 de enero de 1972, justo 15 días después. ¡Podíamos haber sido gemelos! De hecho, cuando era pequeño me llamaban Smiley”, explica Loufrani en una entrevista concedida a Fleet People.
La operación puesta en marcha por su padre Prenez le temps de sourire (“Tómese el tiempo de sonreír”), que consistía en destacar una noticia positiva y acompañarla por un Smiley, apareció en el diario France Soir y pronto se difundió por los periódicos de toda Europa; en España fue La Vanguardia quien tomó el testigo.
Meses más tarde, Smiley se asoció con importantes compañías como Agfa, Coca-cola, Ferrero, Hewlett Packard, Mars, Palmolive o Xerox, dándose a conocer en todo el mundo.
“En aquella época había muy pocos medios de comunicación y, por eso, la visibilidad de la campaña fue muy grande. Mi padre es un visionario, supo ver el potencial de esto, porque también hoy en día muchas firmas quieren asociarse con un mensaje positivo”, dice Loufrani. Smiley ha hecho también colaboraciones en el mundo de la moda con firmas como Moschino, Moncler, Fendi o Italia Independent.
Un lenguaje universal
Cuando Loufrani hijo toma las riendas de la empresa en los 90, Smiley había perdido fuerza. “Smiley estaba cansado y llegué para relanzarlo, hacer algo nuevo con él. Quise liberarle del trazo negro que le rodeaba y darle vida. Lo primero que hice fue pasarlo a 3D; de la sombra a la luz. Después, lo desarrollé como personaje, le añadí emociones. Además, creé categorías de Smiley diferentes, para presentar las naciones, objetos, frutos, animales… Desde el principio tuve claro que estaba ante los inicios de un lenguaje universal, supe que la gente del mundo lo iba a utilizar para comunicarse y conservo los archivos de la época donde lo explico. Así ha sido: hoy en día millones de personas lo usan en el mundo para dar vida a sus mensajes”.
A principios de la década del 2000, el lenguaje de los emoticonos se usaba esencialmente en Internet. Apareció por primera vez en un teléfono como fondo de pantalla.
Con la llegada de los smartphones, el lenguaje se empieza a desarrollar, sobre todo en Japón (que es donde se llaman emojis), y su fama se extendió al resto del mundo. Con el avance de las tecnologías y la aparición de nuevas aplicaciones, aparecen emoticonos diferentes, creados bajo otras direcciones artísticas, pero la idea parte del mismo sitio.
¿Por qué a todos nos gustan los emoticonos? Loufrani lo tiene claro: “En la comunicación hay dos niveles: verbal (las palabras), y no verbal (las expresiones de la cara, la posición del cuerpo, de las manos…). Cuando estamos juntos, tenemos las dos. Pero, si estamos al teléfono o frente al ordenador, sólo tenemos la verbal. Los emoticonos aportan un elemento de comunicación no verbal, le dan vida al lenguaje escrito”.
Esto no es todo: además, pueden remplazar a las palabras. “Son una suerte de escritura simplificada; algo así como el argot de la comunicación escrita. Cuando nacieron los usaban sobre todo adolescentes. Ahora, los usa todo el mundo con “dibujos” o “a la antigua”, con signos de puntuación”, añade su creador.
Los emoticonos han venido para quedarse… ¡Y para desarrollarse!
En verano pasado, Sony estrenó una película en la que son protagonistas. “No la hemos hecho nosotros, pero está inspirada en nuestro concepto. El Smiley tiene vida propia, evoluciona bajo direcciones artísticas diferentes y eso es muy importante para nosotros”, puntualiza.
Aunque la incursión de Smiley en el mundo del automóvil ha sido bastante discreta (sólo se ha asociado a Renault ejerciendo de símbolo de satisfacción del cliente), Loufrani no descarta tener una mayor presencia en este sector: “Estaría genial asociarnos con algún coche que inspire felicidad y libertad, como el Beetle de Volkswagen o con un coche ecológico, electrónico, como el C-Zero de Citroën”, afirma.
A sus 45 años, el Smiley está viviendo una segunda juventud… ¡Y quién sabe cuántas más le quedan!