miércoles 22, octubre, 2025

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Éste que ven aquí es el último disyóquei (uno de los últimos ‘grandes’ que quedan, desde luego)

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Juan Arús
Juan Arús
Periodista económico apasionado en transformar objetivos en resultados, Juan Arús (Madrid, 1975) ha trabajado para diversos medios de comunicación escritos de España, generalmente económicos y habitualmente en las secciones de Empresas y Automoción. Gran aficionado a la moda masculina, cuenta con un vasto repertorio de artículos de referencia publicados sobre vestuario clásico en diferentes medios. Edita y dirige Fleet People desde 2015.

Son algo más de las seis de la tarde y hace un frío que diseca. Los tres cuartos de Zara pululan en masa por las calles, como si escaparan de la moda. Sneakers despavoridas, todos gemelas, iguales, secan los adoquines del centro. Buscan portales; o la penúltima caña. O qué se yo. Deprisa, deprisa. El Foro nunca duerme. Si acaso, bosteza para recuperarse de la noche anterior.

Hemos quedado con el entrevistado en Merak Studio para la sesión de fotos y la charleta. Es una tienda de decoración molona, la verdad. Y se lo han currado poniéndonoslo muy fácil. La música suena a música.

Será una premonición.

“Esta montura es del ejército americano, ¿sabes?” —me subraya ‘El Mono’, Mickey’s Monkey o Miguel ‘El Mono’, a secas. Extrae las gafas de su rostro con precisión y me enseña la cara interior. Pone ‘US ARMY’ en un grabado hendido cerca de la patilla de acetato, sí. Hablamos de la pasta infernal que tienes que gastarte en el envío de cada cosa que compras en Estados Unidos por Amazon. Que a lo mejor te gusta algo, eso que no puedes comprar aquí, y que allí te sale por 10 pavos, pero que al sumar los costes de mensajería se te puede poner la cosa en el triple. No hay derecho.

Hace 30 años, la gente compraba en El Corte Inglés y en Alcampo. Hoy sólo importa si eres cliente Prime o no y cuánto pagas de gastos de envío por las cosas que compras. Eso, y que la crema hidratante del Mercadona es la leche. Lo dice la OCU. Y tal.

Hubo un tiempo en que Zara, Mercadona y la palabra consumir no existían. Otras cosas habría. Pero la cadena jerárquica no era la que es hoy. El carajillo era un colega de la barra del bar con el que hablabas y la gente, en lugar de esperar de pies para sentarse en el Cañas y Tapas, paseaba. A fuego lento. Ahí es donde parece haberse incrustado Miguel Ángel Rodríguez (Madrid, 1966). El Mono.

La posverdad y otros términos de la modernidad impostada en la que vivimos parecen resbalarle sobre la camisa de rayas de colores. Me recuerda, de hecho, a una por la que yo suspiraba de la marca Chevignon en los años 90.

Nunca pude comprármela.

Los 90. Miguel retrotrae el aura de todo lo que le rodea a menos de dos metros a alguna época anterior, aunque no sabes exactamente a cual. Pero, a diferencia de —también— todo lo que le rodea, El Mono es más auténtico que la verbena de la Paloma. Te mira con verdad. De esa manera tan penetrante y limpia. Habla con ese conocimiento desapasionado que tiene la gente vivida. Muyyyy vivida. Te engancha a su ritmo al instante. Es como que quieres hablar con él toda la vida. Y pronunciar las palabras como él, vestir como él y ser como él a los 10 minutos de conocerle. Le conozco de algo más, aunque eso es otra historia.

Es un crack musical.

El último disyóquei.

 

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Once Upon a Time. ”Un día me regalaron un disco de Los Beatles… Puede que ahí comenzara todo”, señala El Mono. En la imagen, The Beatles en el Palladium de Londres en 1964 con Zsa Zsa Gabor, que simula un desmayo al presentarles. // KEYSTONE/ ZUMAPRESS / ALAMY

 

PREGUNTA— ¿Cómo le picó el gusanillo de la música? ¿Cuál fue el detonante?

RESPUESTA— A ver… desde pequeño, pequeño, no… [casi suspira]. Hay gente que tenía discos en casa por sus padres, pero no era mi caso. El único que tenía vinilos en mi familia era mi tío, y los sigue teniendo, pero de música clásica… Un día nos regaló un disco de Los Beatles, A Collection of Beatles Oldies (1966, Parlophone). Puede que ahí empezara todo. Al principio escuchaba más música mi hermana que yo, el Hotel California (1977, Asylum) de Los Eagles, el Wave (1979, Arista Music) de Patti Smith… Tendría ya unos 13 años y empecé a comprar discos. En Séptimo de básica creo que estaba. Los primeros fueron de los Beatles. Siempre iba con un compañero que tenía más posibles que yo y nos pasábamos la música entre nosotros. Hoy todavía nos la pasamos, aunque nos veamos muy de poco en poco. También recuerdo que iba a comprar a las tiendas M.F. (una cadena de establecimientos de música que ya no existe), los discos no eran caros. Los primeros que compré de Los Beatles costaban 425 pesetas, que eran caros desde luego, y recuerdo perfectamente cómo de un año para otro pasaron a 700 pesetas. Eran lo que se llamaban la novedades… Empecé con eso y con los Kinks, los Animals, los Rolling Stones… Que recuerdo que la primera vez que los vi fue su disco Aftermath (1966, Decca),  y pensaba que ése era el nombre del grupo [ríe]. Y luego con todo lo que es la ‘nueva ola’… Desde finales de los sesenta y hasta los ochenta…

‘El Mono’ es de esos tipos que no necesitan disfrazarse para que te fijes en él. Su pelo biteliano presume de grises y lleva el botón superior de la camisa abrochado por sistema. Mod hasta la médula. Y esas gafas del ejército americano tan inconfundibles… Le sentamos para la sesión de fotos en una silla grande de mimbre, parecida a la que se utilizó para la portada de la película setentera erótica Emmanuel. Viene con decenas de singles embutidos en una bolsa cuadrada con cremallera. Saca tres o cuatro para la sesión y se te van los ojos hacia adentro para ver qué más hay.  Sólo hay temazos, claro. Esta noche [es jueves] pincha en el Weirdo! (significa ‘bicho raro’), un garito mínimo con música máxima.

“Allí todavía tienen tocadiscos. Ahora sólo hay USB’s en los bares, ni siquiera hay para poner CD’s en la mayoría”, explica ‘El Mono’ con un punto de resignación mientras posa para la sesión entre platos para comer de diseño y utensilios varios. 

PREGUNTA— ¿Cómo era la música de bares? ¿Cómo entró en este mundo?

RESPUESTA— De entrada, la música no era como ahora… Antes, lo era todo. Había mucha gente pinchando. Yo era de la época de los mods, aunque era de los pocos que compraba su música. Íbamos al Rock-Ola (una de las salas de música clave de comienzos de los años 80 del siglo pasado en Madrid. Cerró en 1985 tras la muerte de un joven en una pelea entre rockers y mods a las puertas de la sala). Al Rock-Ola íbamos, pero el pinchadiscos de la sala no te dejaba meter mano en su repertorio. Tú le dabas los discos y, si le caías bien, incluso te enseñaba a mezclar. Fue luego, en otro sitio donde había un tipo que me enseñó a impulsar hacia atrás el disco, luego hacia delante… Me enseñó trucos, me decía: echa un cuarto hacia atrás y sale… Era verdad. No soy un pinchadiscos de mezclas, lo mío va una canción tras otra, rodada”.

  La intensidad con la que hace años se vivía todo no tiene nada que ver con la condición efímera actual. La generación McDonald’s consume cualquier tipo de producto a cualquier hora y, sobre todo, a una velocidad inimaginable. Como si lo importante fuera el hecho de consumir, no consumir en sí mismo. Y, desde luego, dejando a un lado el concepto del placer de consumir. Un ejemplo: El nuevo Rock-Ola, la reedición del templo musical ochentero, no tiene platos de música para pinchar. “Alguna vez me han dicho de ir a pinchar, pero no los tienen, no”, anota con melancolía Mickey’s Monkey.

PREGUNTA— ¿Por qué hay tanto disyóquei ahora? Todo el mundo lo es, todos los chavales pinchan música, pero, al mismo tiempo, saben menos de música que nunca. Un poco similar al concepto de posverdad, ¿No?

RESPUESTA— Antes había pocos porque había que comprar el material. Tenías que poder comprarlo, buscarlo, encontrarlo y comprarlo. Ahora es muy fácil el acceso a la música, por ejemplo con los ordenadores. Y no te digo que no, parece que antes había pocos que sabían mucho de música y ahora muchos que saben poco de música, puede ser, pero muchas veces he dicho y sigo diciendo que hasta mi madre sabría pinchar música…

Durante una época, ‘El Mono’ dejó de pinchar. Bastante larga. Las razones son suyas. 

“En el año 97 volví”, recuerda. “Piensa que en el año 1985 me puse serio, por decirlo así. Eran diferentes los 22 años de antes que los de ahora. Pero no sólo los 22, es que eran totalmente diferentes los 32 o los 42… Pensabas que las etapas eran diferentes… los ciclos estaban mucho más marcados. Cuando volví a la escena de los pinchadiscos empezó a gestarse un club en la Vía Láctea (otro garito mítico de Madrid que continúa funcionando a tope en el barrio de Malasaña). El club se llamaba Low Up y después de la primera o segunda vez que fui, los dueños, ya amigos, me invitaron a pinchar de nuevo… Y fue cuando luego llegué al Freeway (otro templo, en este caso de la música indie). Fueron los tiempos malaseñeros. Malasañeros a tope.

 

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Transgresor. Pete Townshend, el alma máter de The Who, en una de sus célebres ‘idas de olla’, destrozando guitarra y amplificador en el Windsor Jazz & Blues Festival, en julio de 1966. // FOTOGRAFÍA: PICTORIAL PRESS / ALAMY

 

“Mira, Juan, lo esencial no es que conozcas mucho la música que pones, sino que hagas una buena selección. Yo no preparo nada, y cuanto menos preparo, mejor me sale. Algunas veces sí, claro, pero no es lo habitual. Muchas veces me dice la gente como alucinada que cómo pongo música así, que los saco uno detrás de otro y los pongo, y yo respondo: ¡Claro, es que son todos buenos!”

Mickey’s Monkey es un tío humilde. Humilde de los de verdad. Es una enciclopedia con patas. Transforma en sencillo lo complicado y en un par de frases toda una vida ligada a la música y a la escena nocturna. Conoce a todo el mundillo pero sólo menciona a alguien cuando tú se lo mencionas.

Y si tocas esta tecla musical, o hablas de este músico o del otro, o de cómo los Rolling siempre han sido considerados como canallas y antisistema y los Beatles hermanitas de la caridad poperas, cuando la realidad siempre fue la contraria, te saca un as de la manga. “¡Joder!” —Salta como un resorte— “Eso además lo decía siempre Lemmy [el cantante mítico de la banda de rock Motörhead, fallecido en 2015]. Además, España siempre ha sido muy ‘Stoniana’. Quizás sea por eso por lo que no hemos evolucionado mucho. Hay que ser mucho más Who, hay que ser más Townshend [en alusión al carácter rompedor del grupo The Who y su cantante y compositor Pete Townshend]. Townshend me parece la leche… Pero bueno… Mejor no hablamos de eso”.

En esos pequeños intervalos es cuando uno observa al hombre lúcido, pero también asoma el gris de la experiencia. Son muchas sesiones pinchadas. Que más sabe el diablo por viejo que por diablo.

 

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‘El Mono’ tiene otra de tantas peculiaridades. Pincha sin cascos. Es auténtico hasta para eso. El tema de la pose le resbala como las rayas por su camisa. Así, de arriba hasta abajo. “Quizás sea un poco extraño, sí. No utilizo cascos porque sólo pongo singles [un single es una única canción por cada cara de un disco] y si pones eso, es que sabes donde empiezan… ¡los cascos me molestan!  Yo no mezclo música, pongo una tras otra… En los elepés sí que te sirven para escuchar bien y afinar el comienzo del corte de cada tema, y hombre, alguna vez he llevado, pero poco, siempre uso singles”, remata.

PREGUNTA— ¿Qué tipo de música escucha?

RESPUESTA— Sobre todo de los años 60. Mis referencias están ahí. Empecé con los grupos ingleses. Ese fue el comienzo y, a partir de ahí, ves que ellos hacen versiones de Rythm & Blues, de Country, Soul… Empiezas a investigar… Tuve un encargado en Madrid Rock que me metió en toda la música Country y Tex Mex. Te vas abriendo y compras muchas cosas, aunque hubo una época que no se editaba mucho el vinilo. Tengo muchas cosas sí… Algunas no están ni abiertas.

PREGUNTA— Cuantos discos tiene?

RESPUESTA— No te creas, sí que tengo, pero no muchos si lo comparas con los coleccionistas. Hay gente, mucha gente, que tiene muchos más.

PREGUNTA— Más o menos…

RESPUESTA— Unos tres o cuatro mil… [fotógrafo, redactor y dueña de Meraki Studio abren los ojos como platos]. Hay gente que tiene muchos más… Pero sí que hay una cosa fundamental en todo esto. No se trata de la cantidad de discos que tengas, sino de la calidad. Siempre ha sido así, ¿verdad? Si me preguntas por un grupo de cabecera, pues bueno… te llevo hablando todo el rato de los Beatles, así que sí, serían los Beatles, aunque me gustan mucho Revolver y discos fetiche tengo muchos… El ‘Face to face’ de los Kinks, por ejemplo.

Esto es para nota. Si ya se ha dado cuenta, debería saber que es todo un gurú de la música. Toda la música y el 90% de los discos que ha mencionado a lo largo de toda la entrevista ‘El Mono’ no sólo se corresponden con una época y una década, sino con un año muy concreto. 1966.

“Hay un libro de John Savage (un célebre escritor musical) que dice que 1966 es el año que cambió la música. Para mi es un año en el que salieron muchísimos discos muy buenos… Aunque también en 1967 salieron buenos, muy buenos… Pero bueno. Eso sí, no me gusta mucho el Sgt. Pepper’s de los Beatles [de 1967] ni, en general, la sicodelia… A mi la música me tiene que gustar desde la tripa. Hay compañeros a los que la música les tiene que pegar en la cabeza”.

Te puedes pegar 24, 48 horas o una semana hablando de música con Miguel Ángel Rodríguez. De tantas sesiones en la espalda asume y conoce que “no todo lo que tú crees que es bueno o lo que a ti te parece muy bueno y te llega mucho conecta con la gente”. Pero pincha en garitos especiales, lugares donde la gente quiere escuchar su música y verle. Eso, sabiendo que es un prototipo de antimainstream.

No escucha nada de música actual. Cero. Ni actual, ni de hace 10 o 20 años. Nada es nada. “Tampoco he escuchado la radio en mi vida. Pero en mi vida, ¿eh?”, añade.

Y eso que trabajó años en Madrid Rock, la mítica tienda de discos de la calle Gran Vía, y que de vez en cuando participa en un programa de música en una radio local.  “Es curioso, porque yo trabajaba en una tienda de discos y el 95% de la gente que trabajaba allí no tenía ni idea de música. También es verdad que yo entré en Madrid Rock sabiendo un tipo de música sólo, pero había gente que la vendía como si lo que tuviera entre manos fueran zapatos”.

El único atisbo de molestia, de algo parecido a un reproche, lo lanza precisamente cuando habla de las actuales generaciones. “Los chavales de hoy no terminan nunca las canciones, van saltando de tema a tema, otra, otra… Es otra manera de escuchar música, el consumo rápido, no sé… Aunque la verdad es que a mi las letras nunca me han influenciado, sobre todo porque no sé ni la mitad de lo que dicen en inglés [risas]. Lo que me interesa es la música, no las letras”.

 

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FOTOGRAFÍA: DANIEL SANTAMARÍA

 

PREGUNTA— Pero… ¿Ha vuelto lo retro, lo vintage? ¿Al menos a la música? Todo parece un poco así, ¿No?

RESPUESTA— No te creas. Los dosmiles fueron salvajes, había pasta, la gente salía un miércoles y ahora se llenan sitios, sí, pero pocos y raro que en miércoles. Son los mismos de siempre, pocos. Creo que, en realidad, lo retro no ha vuelto, son cuatro sitios y siempre han sido esos cuatro. A mi, desde luego, me llaman menos que antes. Puede que haya cambiado un poco el orden de las cosas.

La silla de Emmanuelle queda aparcada en la esquina del estudio. Dejamos las cosas en su sitio. Caminamos de vuelta hacia el aparcamiento por la calle Barquillo, la que se llamaba ‘la calle del sonido’. Curioso. Apenas quedan unas pocas tiendas aún para comprar aparejos musicales.

“Mira, yo creo que era aquí. Tenía un garito aquí Sergi Arola y abajo se pinchaba. ¿O era en la otra calle?”.

Han debido ser tantos bares y locales en su vida que le bailan las zonas. Seguimos andando y hablando sobre el tema Amazon. Que está muy bien pero que los costes de envío desde Estados Unidos te hacen pensártelo. Pero que, aun así, su chica le acaba de regalar un reproductor de vinilos portátil que funciona a pilas y que es la leche, porque con él puedes ir a una tienda y cuando seleccionas un disco, lo pruebas en directo.

La gente le mira por la calle. Como cuando alguien es famoso o conocido. Seguro que le has visto pinchando. A lo mejor no te acuerdas. Lo pasaste bien, seguro. Te lo bailaste.

Un tío único en su especie.

El Mono.

El último disyóquei.

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