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Historias de Nueva York: La voz

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Autor

Enrique García
Enrique Garcíahttps://cervantes.academia.edu/EnriqueGarc%C3%ADa
Periodista y filólogo, Enrique García ha sido profesor de Español en el Instituto Cervantes de Nueva York durante años, después de pasar por lugares tan dispares como Brasil, Italia o Polonia. Con bases en este momento a caballo entre Madrid y Mallorca, García aporta a Fleet People visiones bellas y cotidianas, pero sobre todo diferentes, de la ciudad de los rascacielos. En la sección EXTRA de la versión impresa, el automóvil es generalmente su punto de fuga habitual.

Las ciudades y sus calles han servido de inspiración a centenares de artistas, y Nueva York no podía ser menos.

La canción más icónica de Nueva York es, sin duda, New York, New York, popularizada por Frank Sinatra. Da la sensación de que ha estado sonando toda la vida, pero lo cierto es que es mucho más moderna de lo que podemos pensar.

Se lanzó por primera vez en 1977, en la banda sonora de la película homónima de Martin Scorsese, interpretada por Liza Minelli. Pero el filme fue un fracaso y la canción se difuminó sin pena ni gloria, aunque lo tuviera todo para triunfar: era obra de dos de los compositores más prestigiosos de la escena de Broadway, John Kander y Fred Ebb, que ya habían ganado varios premios por los musicales Cabaret y Chicago. Tenía ritmo, la letra era emocionante… Pero a veces hace falta algo más para conseguir el éxito merecido, hace falta un elemento de suerte que muchas veces es imposible de descubrir.

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Sin embargo, esta vez, el ingrediente que faltaba estaba claro: era Sinatra.

En aquella época, Frank Sinatra ya contaba con 65 años y, aunque había nacido en Hoboken, a escasas millas de Manhattan, su carrera se identificaba ya mucho más con los elegantes salones de Las Vegas que con las sucias calles de la Gran Manzana. No hay que olvidar que, en los últimos años de los setenta, Nueva York era una ciudad sepultada en grafitis y en suciedad, y con un registro de asesinatos que espantaba tanto a los turistas como a los residentes. Nadie quería vivir allí entonces.

Estaban de moda las chaquetas de cuero, el pelo enmarañado y las medias de rejilla. Los jóvenes escuchaban a los Ramones, a Blondie y a los Sex Pistols. El crooner ya era algo del pasado. 

Pero entonces es cuando surge, casi como una redención, Frank Sinatra. Y aparece vestido con un traje impecable en la época de las chupas de cuero; con su pelo ya canoso, bien peinado, en un tiempo de crestas y cardados… para recordar las maravillas de una ciudad que parecía haberse ido pudriendo sin remedio.

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Sinatra, que había abandonado a tiempo aquella decadencia y había hecho fortuna en Hollywood y en Las Vegas, había regresado para subirle la autoestima a una ciudad deprimida y recordarle al mundo que si alguien es capaz de triunfar en Nueva York, es capaz de conseguirlo en cualquier sitio.

La canción se convirtió en un éxito inmediato. Era, exactamente, la misma canción que había cantado (de forma muy meritoria, además) Liza Minelli tres años antes y que no había tenido ningún éxito… Pero la vida tiene estas cosas.

Todos hemos escuchado la canción y todos, con mayor o menos fortuna, también la hemos tarareado. Se han hecho mil versiones, pero ninguna ha sido como la de Sinatra. Y es comprensible. Fue él quien dio con el toque secreto e inexplicable que convirtió a una canción intrascendente en un himno imperecedero.

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