El español medio se harta de ver Netflix, con la gloriosa excepción de la jaimitada de Supervivientes, y los hábitos empiezan a ser más escandinavos que mediterráneos.
Si no fuera porque el nivel de producción industrial sigue siendo poco estimulante, la sociedad española ha adquirido hábitos de cualquier sociedad del mundo occidental global. Incluso en el discurrir de la política, porque nuestros gobernantes tienen que pactar, cambiar de estrategias e incluso dejar que sea la bendita sociedad civil la que actúe como si no existieran.
Estamos en un país tan homologable a cualquiera que incluso el unamuniano “que inventen ellos” ha pasado a mejor vida, sin perjuicio de que nuestros investigadores hayan tenido que viajar por ahí fuera para buscar entornos económicos favorables. Pero se dicen que son de los mejores talentos y creatividad entre otras nacionalidades.
País donde la gente se mueve más que el dinero falso, con los AVE y hoteles llenos, ha apelado a las comunicaciones móviles como cualquier otro, ha pecado de los mismos traumas virales y cibernéticos del mundo del Siglo Veintiuno, es el único país que ya se distingue por cada vez menos costumbres diferenciadoras, y es un país que no se distingue. Y por eso también sufren las fake news, la corrupción de instituciones públicas, el individualismo hedonista de matiz infantiloide, que tanto gusta a una ñoña sociedad de consumo y el hábito de correr por parques y avenidas e inundar los gimnasios.
Por no hablar de la pasión por la mascota y la baja natalidad infantil.
Sí, España es un país como cualquier otro. Ni mejor ni peor, con grandes logros como el número de trasplantes o la solidaridad entre personas, pero con los mismos problemas de integración entre los de aquí y los de fuera y las desigualdades culturales y sociales.
Ah, se me olvidaba. Si en algo nos diferenciamos de los demás es que el tema de España sigue siendo el problema moral de los españoles. Quiénes somos, a dónde vamos, la cuestión de la identidad como argumento central de un país que alguna vez soñó con no ser cuarteado década a década. Y para mas inri, sin pensadores de altura que nos socorran. A veces a uno le volvería a gustar ser carpetovetónico y cañí.









