Hablo de algo mucho más radical. Hablo de eliminar Facebook. Facebook como concepto. Facebook como herramienta.
No es que la pregunta se le haya ocurrido a este Gadgetrón en un súbito relámpago inspirador. La pregunta está botando por el mundo desde que descubrimos que gracias al poco cuidado que pone la compañía de Zuckerberg en la protección de nuestros datos íntimos, Trump y probablemente también el Brexit empezaron la carrera muy cerca de la meta. Hablo, para quien no viva surfeando la ola de la actualidad, del escándalo de Cambridge Analytica, empresa clave en la campaña de Trump que empleó 50 millones de cuentas de Facebook para granular la estrategia electoral del inefable presidente y lograr vencer a Clinton aun perdiendo por más de tres millones de votos.
Así las cosas, Brian Acton, fundador de WhatsApp se desmarcó con un comentario durísimo, máxime cuando su empresa fue adquirida por el gigante de las redes sociales por más de 20.000 millones de euros allá por 2014. Acton se posicionó de forma tan escueta como contundente.
Un breve tuit que decía: “Ha llegado el momento, borra Facebook”. Que Acton sea quien es provocó que todas las cabeceras internacionales no solo publicaran la noticia, sino que lanzaran a sus mejores columnistas a barajar seriamente la pregunta. Recordémosla una vez más: “¿Debemos eliminar Facebook?”
The New York Times y The Guardian, baluartes del buen periodismo en estos tenebrosos tiempos de fake news, apostaron por dos opiniones aparentemente contrapuestas. Siva Vaidhyanathan, profesor de la Universidad de Virginia y estudioso de las redes sociales, titulaba en el Times el 24 de marzo: “No borres Facebook. Haz algo”. Tres días después, el escritor Jaron Lanier hacía lo propio en The Guardian con un cartel de neón bien distinto: “Sé un pionero. Bórrate del Facebook”. Pero, como decía, las opiniones solo eran aparentemente contrapuestas. Dejando atrás la epidermis, el mensaje era bastante común: Facebook hace mucho más mal que bien. Aunque con matices.
Dejando atrás la epidermis, Facebook hace mucho más mal que bien. Aunque con matices
El argumento de Lanier para cargar contra Facebook tiene más de esperanzador que de pesimista. Lanier quiere que borremos Facebook para que empecemos a tomar una suerte de responsabilidad en nuestra ciudadanía digital; en la segunda vida, crecientemente compleja, que llevamos en la marea de unos y ceros, este autor aconseja: “Tenemos que aprender a ser ciudadanos digitales y no podemos dejarnos ser dirigidos por un gran servicio centralizado. No puedes leer bien sin aprender a escribir al menos un poquito, y de la misma manera no puedes vivir bien en el mundo digital sin haber aprendido a diseñar ese mundo al menos un poco”.
Lanier está hablando, en el fondo, de un tema que hemos tocado en esta columna más de una vez: el analfabetismo digital y sus peligros. La creencia (errónea y peligrosa) que podemos circular por las autopistas digitales sin tener ni puñetera idea de cuáles son las reglas del tráfico.
El argumento del profesor Vaidhyanathan va por otro camino: por el criterio de utilidad de nuestra acción respecto a un problema social irresoluto (que no irresoluble). “Incluso si decenas de miles de norteamericanos se borraran de Facebook mañana, la compañía apenas lo notaría. Facebook tiene más de 2.100 millones de usuarios en el mundo. Su crecimiento se ha estancado en Estados Unidos, pero el servicio está ganando millones de nuevos usuarios fuera de Norteamérica cada semana. Como la mayoría de las compañías globales, Facebook concentra su atención en mercados como India, Egipto, Indonesia, Filipinas, Brasil o México. Y a las tasas de crecimiento actuales, podría llegar a los 3.000 millones de usuarios en 2020”.
Datos, que si uno los piensa fríamente, son bastante aterradores. La vida privada del 40% de la población mundial controlada por una sola compañía…
La solución que propone Vaidhyanathan es muy clara y me recuerda a la acérrima defensa de las instituciones básicas de Gobierno de Estados Unidos que ha ejercido mi bienquerido Spielberg en sus últimas obras maestras. El profesor propone que sean los Gobiernos los que sancionen con la máxima dureza la terrible, despreocupada y kamikaze praxis de Facebook con nuestros datos privados. Pero a mí, lo que es a mí (porque, como siempre, hemos venido a mojarnos), no me basta. Creo que no soy el único ciudadano que advierte que las instituciones, a nivel local, nacional y global, son cada vez menos de fiar. Creo que todos percibimos que la toxicidad de las puertas giratorias, de los intereses privados esquilmando la independencia de lo público, están al orden del día. Y en ese panorama, entregar las armas a lo público para regular se me antoja casi tan arriesgado como seguir confiando en Facebook.
Tenemos la creencia errónea de que podemos circular por las autopistas digitales sin tener ni puñetera idea
Así que yo les propongo otra cosa.
Lean (si quieren).
A medio camino entre el profesor Vaidhyanathan y el escritor Lanier, creo que lo que deberíamos hacer es constituir, ya de ya, una alianza de ciudadanía digital. Una red colaborativa mundial de intercambio de información y de posicionamiento político avalada por el conjunto de la opinión pública global. Algo, vaya, muy parecido a… ¿Facebook? A una red social, desde luego. Pero no para cotillear. Sino para debatir incesantemente y tomar partido en movimientos virales que generen mensajes globales de la ciudadanía. Hacer visibles los siete mil millones de voces sin que haya intereses espurios de por medio.
Tal red social exigiría de una enorme financiación. Pero ponga que logra que mil millones de usuarios paguen 10 euros por cabeza al año por tener una gigantesca plataforma horizontal que canaliza la opinión pública y fomenta los espacios de debate. Pues se encontraría con 10.000 millones para generar una infraestructura sin publicidad que soporte tal utopía colectiva de ser oídos. Suena a locura, lo sé. Pero ahí está Wikipedia. Piensen en ello. Por nuestro bien.
Hasta les doy un nombre para ese Facebook bueno: 4th. Por aquello del cuarto poder. No me digan que no es molón.









