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Jack Taylor, el ejecutivo que reinventó el alquiler de coches

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Juan Arús
Juan Arús
Periodista económico apasionado en transformar objetivos en resultados, Juan Arús (Madrid, 1975) ha trabajado para diversos medios de comunicación escritos de España, generalmente económicos y habitualmente en las secciones de Empresas y Automoción. Gran aficionado a la moda masculina, cuenta con un vasto repertorio de artículos de referencia publicados sobre vestuario clásico en diferentes medios. Edita y dirige Fleet People desde 2015.

«Es una forma de vida, imagino. Son cercanos, y siempre han sido así”, explicaba hace ya tiempo a Fleet People el máximo responsable de Enterprise en España, Karsten Summers, preguntado por la manera de ser de la familia Taylor, los propietarios de la mayor empresa de alquiler de vehículos del mundo.

Summers relataba cómo departe los asuntos de la compañía frecuente y directamente por teléfono con Andy Taylor, el máximo responsable de Enterprise. El hijo del fundador.

Esa manera de hacer las cosas, de mantenerse cerca realmente del equipo, de escuchar, de saber de qué va el negocio a cada segundo, esa filosofía tiene nombre y apellidos: Jack Taylor, el patrón de la familia, el creador de Enterprise, quien falleció el pasado 2 de julio en un entorno pletórico de discreción, el preferido de un gigante que no cotiza en Bolsa por decisión propia y que factura 20.000 millones de dólares cada año.

“Primero, cuida a tus clientes y a tus empleados; los beneficios vendrán después”. Era una de las frases preferidas de Taylor, nacido en pleno periodo de entreguerras, en Saint Louis (Missouri) en 1922 y, como todo norteamericano con solera de verdad, ex piloto de combate en la Marina de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Con apenas 35 años, y después de volver del combate, Taylor tuvo la gran idea de montar una empresa para alquilar coches en la planta inferior de un concesionario de Cadillac.

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Lo hizo con siete coches, y el éxito fue inmediato. Corría el año 1957, y ya existían algunas compañías que se dedicaban al negocio del rent a car. Pero se concentraban en los desplazamientos en aeropuertos.

La gran idea de Jack Taylor, su innovación marca de la casa, fue traer el concepto de alquiler de coches a la gran ciudad, a la gente de la calle.

 

A mediados de la década de los años 60 del siglo pasado, Taylor ya se había establecido con solidez, había creado núcleos específicos de negocio de alquileres de coches en diferentes puntos de Saint Louis, su ciudad natal, y empezó a mirar más allá del horizonte. Primero se fijó en Atlanta, donde colocó su primera franquicia propia. Fue un momento clave, porque allí rebautizó su negocio con el nombre de Enterprise, tal y como se conoce ahora. El nombre procede, como no podía ser de otra forma, de uno de los aviones que pilotó en la Segunda Guerra Mundial.

Aunque a día de hoy parezca extraño, la mayoría de los rivales de Taylor no se dieron cuenta de la jugada maestra que suponía trabajar con el vecindario de las ciudades, con sus propios vecinos, del efecto cercanía que suponía, y continuaban centradas en el alquiler de transporte para aeropuertos.

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No veían el negocio del mismo modo de Taylor, que poco a poco, pero con paso de gigante, hizo crecer Enterprise con decisiones a priori simples. Pero de gran calado.

Como a mediados de los 70, cuando se sacó de la manga el lema We´ll pick you Up (Te recogemos), que no era sino un método para atraer a más clientes hacia su negocio, llevándoles en coche, gratis, al punto de recogida del alquiler de vehículo.

Una solución que cualquier empresa de carsharing podría aplicar en nuestros días, precisamente para clientes sin automóvil deseosos de alquilar, o a quienes se les puede introducir el gusanillo con ese gancho.

Cuando la empresa superó los mi millones de facturación por vez primera, en 1991, Jack Taylor dejó los mandos de la aeronave a su hijo, Andy. Desde entonces estuvo al tanto de todo lo que ocurría en la empresa, pero también destinó horas y horas diarias a su actividad preferida: ayudar a los demás.

Taylor fue uno de los 50 mayores filántropos de Norteamérica. Efectuó contribuciones multimillonarias a instituciones sin ánimo de lucro, hospitales… Todos con un común denominador: la mayoría de ellos están localizados en su amada Saint Louis, a la que ahora mirará desde el cielo.

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