Parece que se han dado la vuelta los nominales seculares y hemos vuelto a la propuesta decimonónica donde el nacionalismo, el romanticismo político y las individualidades como novela de formación son categoría.
San Google, redes sociales y los chiringuitos cibernéticos ensalzan la diferencia. pero todo es lo de siempre.
Una cuadrilla de empresarios digitales haciendo números y una legión de políticos nacionales e internacionales que desconfían de la independencia.
Y si se trata del viejo solar ibérico, por supuesto que se repudia el hecho de que los jueces y magistrados hayan obviado no seguir del mandato social o legislativo de quienes ahora tienen la batuta del poder.
El caso de La Manada, ya nos cansa, es otro episodio mas que refleja donde la agitada ciudadanía por la opinión publicada pone en solfa a los profesionales de la toga que solo tienen oficio, designio y voluntad de resolver conflictos particulares y no crear categorías sociales.
Resulta hilarante comentar que una ministra hable de reformar mentalmente a los jueces que sea necesario, preparar a gente tan curtida y constitucionalmente preparada en la perspectiva de genero, por que al final lo único que se pretende es ir introduciendo criterios que al político de profesión le puedan resultar aconsejables. A ningún partido o formación civil le interesa la justicia, porque si no la tendrían en su agenda electoral o propuesta programada solvente.
La justicia parece un fantasma con sus ojos vendados, como si fuera un ente irreal, abstracta a la que sacudir cuando no nos conviene el fallo. Y por eso la caterva de políticos se abraza a ella cuando se quiere legitimar una moción de censura por ejemplo, y se huye como gato escaldado cuando utiliza la prisión provisional para corto o para largo, o nos toca sufrir fríamente la mano de la investigación.
Y como aviso para navegantes, el Consejo General del Poder Judicial no será ni mejor ni peor con la reforma de su designación, sino con el respeto verdadero y apoyo económico autentico a la vieja función de juzgar y hacer ejecutado lo juzgado. Con sus jueces, funcionarios, papeles por el suelo y su idealista pasión por ayudar.
La independencia es un bien extraño, y bien delictivo en la sociedad de los panolis opinadores que han decidido que tienen la misma opinión que las regaderas. Y por lo común son igualmente poco lucidas.