jueves 18, abril, 2024

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Trajes y malos: el irresistible vestuario clásico de los más malos

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Autor

Juan Arús
Juan Arús
Periodista económico apasionado en transformar objetivos en resultados, Juan Arús (Madrid, 1975) ha trabajado para diversos medios de comunicación escritos de España, generalmente económicos y habitualmente en las secciones de Empresas y Automoción. Gran aficionado a la moda masculina, cuenta con un vasto repertorio de artículos de referencia publicados sobre vestuario clásico en diferentes medios. Edita y dirige Fleet People desde 2015.

Thomas Shelby, el gángster de la Birmingham de Entreguerras protagonizado por el actor Cillian Murphy en la serie Peaky Blinders, jamás pudo imaginar que sus gorras caladas —sin cuchilla en la visera frontal, por supuesto— a juego con pesados abrigos de lana y sus trajes de tres piezas con chaleco incluido y tejido en cálido tweed se pusieran de moda como lo han hecho en varios puntos del planeta.

 

 

En el peculiar juego de la moda masculina, el concepto de enfant terrible, de malo de película, siempre ha tenido mucho gancho, encanto y atracción. Vestir el mal siempre ha sido más complicado, pero, por alguna razón, también suele gozar de más éxito entre el público.

 

 

 

Traje de mil rayas, detalle de la manga. SHUTTERSTOCK
Traje de mil rayas. Detalle de la manga. SHUTTERSTOCK

 

 

 

Todo el mundo se acuerda de que el popular espía James Bond llevaba traje, pero nadie se acuerda de qué colores eran o cómo se combinaban. Sin embargo, es muy fácil de reconocer el atuendo de sus archienemigos, como el traje seudomilitar liso con una hilera de botones y cuello abotonado de Blofeld, el malo malísimo que dirige Spectre (Sólo se vive dos veces), o el también uniforme largo con cuello Mao del mítico Dr. No (007 contra el Doctor No).

 

 

 

 

 

 

 

El malvado tradicional siempre ha deseado vestir como el inmaculado hombre de negocios sin tacha

 

 

 

El concepto del mal y la —buena— vestimenta siempre han ido de la mano. Una razón original para este encuentro se puede hallar en el proceso de mimetismo que el malvado quiere adoptar, en general, con la vestimenta de quien es bueno o adopta ese papel: a través del vestir apropiado se busca la integración con el conjunto de la sociedad, parecer uno más.

 

 

Cuando se alcanza cierto estatus, eso sí, ese efecto mimético se desarrolla con más profusión, aunque eso no quiere decir que se alcance el objetivo deseado. Ejemplo práctico: el gángster tradicional.

 

 

http://fleetpeople.es/mejores-camisas-vestir/

 

 

 

 

Ya sea en películas, ya sea en la realidad, el malvado tradicional siempre ha deseado vestir como el inmaculado hombre de negocios sin tacha, si bien con poco éxito. Ya sea por la manera de andar, por la de moverse o, por supuesto, por la de actuar, existe un refrán español que define perfectamente este modo de actuar: Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

 

 

 

Trajes y malos: el irresistible vestuario clásico de los más malos

 

 

 

Malos y malos: los tipos

 

 

Pero el mal también puede tener mucha clase. Si lo piensan, al menos en el plano del cine, existen varios tipos de malvados y, en función de ello, su vestimenta y la percepción que tenemos de ellos es bien diferente. Jay Gatsby, interpretado por Robert Redford en el filme El gran Gatsby de 1974, es un caballero que se viste por los pies.

 

 

 

 

 

Nadie se percata, o repara en exceso, en que su fortuna procede del contrabando. Pero en la retina del espectador se almacena una buena percepción de imagen del personaje.

 

 

Y ocurre algo similar con el mismo actor en la genial película El Golpe, en la que la vestimenta tanto de Redford como de Paul Newman evolucionan desde una estética callejera y decadente hasta la parte final del timo en la que lucen trajes mil rayas y de cuadros escoceses con estilo.

 

 

 

No son buena gente, pero la imagen que transmiten es positiva para quien les ve. Representan ese discreto y perdonable encanto del ladrón de guante blanco

 

 

 

Recordémoslo: no son buena gente, pero la imagen que transmiten es positiva para quien les ve. Representan ese discreto y perdonable encanto del ladrón de guante blanco que tan magníficamente escenificó Pierce Brosnan, un Bond más que respetable, en un papel anterior al del espía británico, en la serie de televisión Remington Steel.

 

 

 

 

 

 

Al gángster tradicional, sin embargo, no se le perdona su ‘trabajo’, independientemente de que vista trajes de miles de euros por pieza.

 

 

¿Tiene algo que ver la sangre derramada? Bueno, los malvados de James Bond dejan muchos muertos en su espalda, pero mantienen intacto ese charme que tanto se adora, que en algún momento se mezcla con su vestimenta y crea un conjunto irresistible para quien lo ve. La sicología desempeña un papel muy importante en el juego de la vestimenta y el mal.

 

 

 

 

Gángsteres, cuatro hombres vestidos con abrigos y sombreros. ILUSTRACIÓN DE EMILE STONER (Nueva York, 1936). TBOC
Gángsteres, cuatro hombres vestidos con abrigos y sombreros. ILUSTRACIÓN DE EMILE STONER (Nueva York, 1936). TLOC

 

 

 

Simplemente, el mal atrae. Y si viste con clase, atrae más.

 

Pero, ¿Por qué? Para muchos siquiatras, el ser humano necesita confrontar en algunos momentos su lado bueno con sus sombras, lo que de algún modo “nos hace más fuertes”.

 

 

 

https://fleetpeople.es/oud-madera-cara-mundo/

 

 

 

 

Cuando vemos al malísimo Scaramanga (Christopher Lee) jugándosela a Roger Moore en El hombre de la pistola de Oro (1974), existe en el personaje un halo de misterio que, perfectamente complementado con su atuendo, nos atrae. De algún modo, si fuéramos malos, querríamos ser como Scaramanga y vestir como él, quizás el más elegante de todos los malos de la saga del espía.

 

 

 

 

 

 

Trajes: La naturaleza del ser humano

 

 

Un segundo punto por el que nos encandila el mal radicaría, según Sigmund Freud, por ejemplo, en que el ser humano es bastante “malo” por naturaleza: antisocial, indisciplinado y egocéntrico: Y eso es lo que vemos sin filtros, de modo directo, en los malos de las películas: hacen lo que quieren, y nosotros no podemos hacer eso en la vida real.

 

 

La ropa, la vestimenta, es el punto final añadido de ese concepto, de ese statu quo que nos gustaría adoptar pero que no podemos alcanzar.

 

 

También nos engancha sobremanera no solo cómo visten los villanos, sino el modo en que lo hacen, cómo se desenvuelven con la ropa puesta, un detalle que no les habíamos advertido hasta este momento y que es muy importante.

 

 

La seguridad en este aspecto es primordial, y es algo que generalmente le sobra al villano. Cuanto más villano se es, más seguridad se tiene y mejor se proyectan tanto la personalidad como aquello que emana de esta, como la elección de un traje u otro, un abrigo Chesterfield o un jerséi de cuello de cisne tejido en cachemir, muy propio de malos siempre que se vista en color negro, por supuesto.

 

 

 

La ropa, la vestimenta, es el punto final añadido de ese concepto, de ese statu quo que nos gustaría adoptar pero que no podemos alcanzar

 

 

 

Y en este último apartado puede estar la respuesta de por qué no nos terminan de gustar los atuendos de los gángsteres históricos.

 

 

No es que no nos gusten, sino que, simplemente, no les terminamos de ver aunque, y esto se lo recordemos, porten trajes tan o más caros y exclusivos que los que pueda llevar el más potentado.

 

 

Algunos sicólogos proponen al respecto la idea de la penuria.

 

 

 

 

El siempre elegante y gran actor Christopher Lee, quien aparte de ejercer como Drácula interpretó con maestría al villano Scaramanga en ‘El hombre de la pistola de oro’ (1974). En la imagen, Lee posa en Londres en julio de 1998 junto con la mítica pistola de oro del filme y otro icono de la saga Bond, el sombrero con cuchila incorporada (varias décadas antes de ‘Peaky Blinders’) que usó Oddjob en ‘007 contra Goldfinger’ (1964). // MICHAEL STEPHENS
El siempre elegante y gran actor Christopher Lee, quien aparte de ejercer como Drácula interpretó con maestría al villano Scaramanga en ‘El hombre de la pistola de oro’ (1974). En la imagen, Lee posa en Londres en julio de 1998 junto con la mítica pistola de oro del filme y otro icono de la saga Bond, el sombrero con cuchilla incorporada (varias décadas antes de ‘Peaky Blinders’) que usó Oddjob en ‘007 contra Goldfinger’ (1964). // MICHAEL STEPHENS

 

 

 

Es decir, que aquellas personas que no han tenido algunas de sus necesidades básicas cubiertas en la niñez crecen con esa falta y no terminan de desarrollar seguridad ni confianza de un modo completo. No acaban de alcanzar la madurez absoluta.

 

 

No importa que vista el traje mejor cortado y confeccionado en la sastrería Henry Poole de la londinense Savile Row o en Caraceni de Milán. Si es usted un gángster de los bajos fondos que ha crecido en un ambiente hostil y pasándolo mal será difícil que su trasfondo, su alma, pueda transmitir otra cosa cuando sea mayor.

 

 

 

 

http://fleetpeople.es/afeitado-clasico/

 

 

 

 

Puede que esta teoría tenga muchos visos de ser la más ajustada a la realidad. Si se fijan, muchos de los grandes villanos que más adoramos pueden asegurar haber tenido una infancia complicada, pero generalmente desarrollada en entornos livianos, plácidos.

 

 

 

Muchos de los grandes villanos que más adoramos pueden asegurar haber tenido una infancia complicada

 

 

 

Y esa placidez transmiten a través de ellos mismos y su forma de expresarse a través de la vestimenta es la que nos cautiva.

 

 

Es curioso. Hoy en día, los raperos llevan sombreros como los gángsteres de antaño. La diferencia estriba en que los primeros lo hacen para parecer muy malvados, pero los segundos vestían así para tratar de que se les interpretase como integrados de la sociedad, parte de ella.

 

 

Es justo lo contrario.

 

 

Piensen en algún malo hoy en día —política aparte—. Es difícil encontrar uno realmente decente, un villano cuyo modo de vestir sea inspirador y digno de confianza.

 

 

Complicado, ¿Verdad? La globalización también ha acabado con ellos.

 

 

Malos tiempos… para los malos.

 

 

 

 

 

 

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