viernes 29, marzo, 2024

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Juan Arús
Juan Arús
Periodista económico apasionado en transformar objetivos en resultados, Juan Arús (Madrid, 1975) ha trabajado para diversos medios de comunicación escritos de España, generalmente económicos y habitualmente en las secciones de Empresas y Automoción. Gran aficionado a la moda masculina, cuenta con un vasto repertorio de artículos de referencia publicados sobre vestuario clásico en diferentes medios. Edita y dirige Fleet People desde 2015.

Al menos, desde el punto de vista del marco legal que regula las actividades económicas.

Recuerdo perfectamente a tantos directivos que en otras tantas entrevistas me han puntualizado lo mismo: que la regulación española en relación con las empresas, especialmente para las que llegan de afuera, es difícil de entender. Enrevesada. Con márgenes de interpretación inexplicables. Áspera.

En fin, que damos cero facilidades, no nos engañemos.

Lloret dice que vivimos, hoy en España, en un concepto de la movilidad con seis años de desventaja respecto de lo que pasa en el mundo.

¡Seis años! Apretamos un botón del smartphone, aparece un coche con chófer a buscarnos y creemos que somos lo más. Y en realidad está bien, sí. Es nuestro presente. Pero, para el mundo, eso es el pasado.

Trayectos compartidos en un mismo vehículo —en España no se permite—, que cualquiera tenga a priori derecho a obtener una licencia de coche de alquiler con conductor… (¿Saben que sólo hay 2.000 licencias así en Madrid y 500 en Barcelona?) son medidas que ya son normales en las principales ciudades del planeta. ¡Ojo! Que esto no es la casa de Tócame Roque: medidas que tienen múltiples matices y regulaciones legales añadidas y creadas ad hoc para permitir, pero no cercenar, el desarrollo de los sistemas de movilidad del mañana.

Cuando Uber llegó en 2014 a España, y después se armó la que se armó, reconozco que me puse del lado no de los taxistas, sino de lo que consideraba de Ley: que Uber pagara impuestos como los demás, que si tal, que si cual.

Lo cierto es que, y perdón por la frase hecha, vivimos en un mundo muy cambiante, y todo ocurre a la velocidad del rayo. Uber no es convencional, como tantos y tantos nuevos ejemplos de movilidad sobre ruedas —dejemos lo de sostenible a un lado, please—.

Miren, al cabo del tiempo, considero que esta compañía no es ni una cosa, ni la otra: ni una empresa de transporte convencional de pasajeros, ni una simple app que sirve únicamente de intermediación. Una ley salomónica al respecto no estaría nada mal, creo yo.

¿Por qué nos ponemos siempre la venda antes que sufrir una hipotética herida? ¿No podría ser España, si no un referente en todo este maremágnum de la nueva movilidad al que estamos asistiendo desde la más estancada de las barreras, sí por lo menos un participante, un caminante activo?

Pero… ¿A qué estamos esperando?

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