Hoy, Mérida, capital de Extremadura, cuenta con ciudades homónimas en América —la de Venezuela y las dos de México—, y en Asia —la de Filipinas—, haciendo honor a la tierra de conquistadores. Nuestro paseo empieza, a la sombra de la Alcazaba árabe, en la Plaza de las Méridas, junto al río Guadiana, presidido por el Puente Romano y por el de Santiago Calatrava, de finales del XX, llamado Lusitania. Pronto dejamos la belleza del paisaje fluvial, sorteando islitas, parques y jardines, para adentrarnos en la ciudad romana, Patrimonio de la Humanidad.
Callejuelas, cuestas empinadas y solares acotados por excavaciones arqueológicas nos llevan al Arco de Trajano, el emperador de origen hispánico. Sus dimensiones, 14 metros de alto y casi seis de ancho, reflejan la grandeza del foro y de la vía flanqueada, en el siglo I, por edificios civiles y religiosos.
El mejor conservado es el Templo de Diana, de planta rectangular, rodeado de columnas con capitales corintios. En su parte central se construyó, en el siglo XVI, el Palacio del Conde los Corbos, aprovechando parte de los materiales del templo. La construcción renacentista, esa vuelta a la antigüedad grecorromana, contiene además elementos visigodos y mudéjares ¡Olé, olé y olé!
¡Cuántos sarcófagos, mosaicos, bajo relieves, frescos, pilastras, fuentes, estatuas… ya no están en su sitio original! No se preocupen. En el Museo Nacional de Arte Romano podrán encontrar exquisitos vestigios de la gran civilización emeritense. Un edificio de Rafael Moneo donde el continente es casi tan impresionante como el contenido. Ladrillo visto rojo para más de doce mil metros cuadrados, en tres niveles, con grandes arcadas que enlazan las salas que albergan un millar de piezas, seleccionadas entre más de treinta mil. Los huecos de la construcción, las diferentes alturas y la luz cenital permiten admirar al mismo tiempo El Rapto de Europa, plasmado en la pared con centenares de estelas, los objetos familiares de una vivienda típica, o los restos de la calzada romana.
La ubicación del museo es inmejorable: al lado del Anfiteatro y del Teatro, rodeados de árboles centenarios. Si quieren rememorar las secuencias míticas de Gladiator, hay que bajar lentamente las escaleras que conducen a la arena elíptica del Anfiteatro. Leemos detenidamente las descripciones de los distintos tipos de gladiadores. La lucha era dura y Máximo (Russell Crowe) de Augusta Emérita, debía protegerse bien para vencer a hombres y fieras, ya en el anfiteatro de Roma.
Hemos reservado el frescor de la noche para presenciar el espectáculo que perdura: el drama. En el imponente edificio de Mérida, dotado de un gran escenario en el siglo I después de Cristo, se celebra el Festival Internacional de Teatro Clásico que ha llegado a su 64 edición, el más antiguo e importante en su género. Durante julio y agosto, sus cuatro mil entradas se agotan para presenciar obras de los grandes autores clásicos bajo las columnas del emperador Augusto.
La tragedia y la comedia que nos muestran que la naturaleza humana, con sus vicios y virtudes, no ha cambiado. Como la belleza del Acueducto de los Milagros que nos despide cuando dejamos Mérida. El milagro de regresar al siglo XXI en unas horas.