Frederic Chopin, George Sand, en el XIX, y los Emperadores de Japón, Akihito y Michiko, en el XX, eligieron el invierno y el otoño para conocer la isla de Mallorca. El Archiduque Luis Salvador de Austria cayó rendidamente enamorado de ella, en pleno siglo del Romanticismo.
El compositor universal y la escritora francesa se instalaron en la Cartuja de Valldemosa, en manos privadas desde la desamortización de Mendizábal de 1835. Allí, en plena sierra de Tramuntana, en la celda 4, con vistas al jardín monacal y a las casas de piedra dorada, el gran virtuoso compuso sus innovadores Preludios, mientras Aurore Dupin, el verdadero nombre de su amada, escribió Un hiver à Majorque.
Nosotros tuvimos más suerte al visitarla. Nos recibió un tibio sol otoñal, frente a aquel invierno lluvioso que inmortalizó Sand en sus diarios. Y fuimos tras sus pasos para deleitarnos con piezas del músico polaco, en la primitiva iglesia gótica de la Real Cartuja. En esta sala se puede admirar la pintura historicista de Ricardo Anckermann: la del sabio medieval Raimundo Lulio, en su Escuela de Lenguas Orientales, fundada en Valldemosa.
El conjunto monumental fue construido por Jaime II, en 1309, para su hijo Sancho I que allí pudo mejorar su asma. Hoy se conoce como el Palacio del Rey Sancho y alberga valiosas colecciones de la farmacia del Monasterio y de los recuerdos del Archiduque, primo de la Emperatriz Sisí. Investigador de la geografía, la flora y la fauna de la isla, quiso vivir alejado de la rígida Corte de Viena.
Luis Salvador escribió más de setenta libros en los que plasmó sus viajes y su admiración por los paisajes y la gente mallorquina. Los Emperadores del país del Sol Naciente quisieron iniciar su primera visita oficial a España en Palma de Mallorca, el 9 de octubre de 1994. Acompañados por Juan Carlos y Sofía, visitaron la Cartuja y escucharon a Chopin.
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Fueron huéspedes de los Reyes en el Castillo de la Almudaina, levantado a principios del XIV, frente a la bahía palmesana, junto a la imponente Catedral. La novedad de 2019 es que ahora podemos subir hasta los altos pináculos del templo gótico.
Por la escalera de caracol ascendemos hasta el campanario. Esta primera parada es un gozo para la vista y el descanso. El segundo alto en el camino es de suspiro profundo para asimilar las hermosas vistas del mar y la ciudad. Estamos en la Terraza de los arbotantes. Podemos pasear entre ellos y hasta tocar las vidrieras por detrás. La profunda exclamación es ante la maravilla del rosetón mayor.
Unos cuantos escalones más y llegamos al final, a las caprichosas torres y gárgolas.
Al descender, un gran contraste: La Capilla del Santísimo, transformada por Miquel Barceló, es como iniciar un viaje submarino.
El pintor mallorquín de fama internacional se inspiró en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Entre 2001 y 2006 —rodeado de polémica— logró, sobre un mural de arcilla, relieves policromados de los seres del mar que navegan entre frutas y alimentos. Casi se oye el murmullo acuático.
Al salir, la luz mediterránea invita a recorrer el casco antiguo, entre murallas, casas señoriales, museos y restaurantes. El rebosante paseo culmina en el Teatro Principal, inaugurado en 1854. La Norma de Bellini, con su dulce plegaria a la luna, Casta Diva, nos confirma las ventajas de viajar a Mallorca fuera de temporada.