lunes 9, diciembre, 2024

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Opinión: En defensa del coche

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Andrés Sánchez Magro
Andrés Sánchez Magro
Muchos le llaman ‘el juez gourmet’, aunque, técnicamente, deberían denominarle ‘el magistrado gourmet’. Un apasionado de la buena vida y de los placeres del buen comer —es un reconocido crítico gastronómico—, la moda masculina más exclusiva y los buenos modales de todo caballero que se precie de serlo. Juez Titular del Juzgado Mercantil Nº2 de Madrid, Sánchez Magro no se corta un pelo en su cita habitual con los lectores de FLEET PEOPLE y analiza cuestiones tanto actuales como de fondo en las que ‘dardea’ sin piedad cualquier injusticia. Una pluma de las buenas.

Algunos políticos la tienen tomada con el coche, o mejor dicho, con el “coche contaminante” apostando por lo híbrido, ecológico, eléctrico y sostenible.

 

 

Como hace tiempo, bajo la doctrina oficial se suelen esconder propósitos inconfesables, la cruzada antiautomovilista nos hace sospechar alguna intencionalidad ideológica.

 

 

Desde su nacimiento, el vehículo a motor enlaza con las ansias de libertad del ser humano. Se apunta incluso que fue el genial y heterodoxo Leonardo Da Vinci quien ideó el primer vehículo de la historia, antes de Cugnot y Benz.

 

 

 

 

La velocidad, las ganas de desplazarse sin ataduras en un mundo que tras la Revolución Industrial enlazó con el inicio del siglo XX y las vanguardias. Luego vendrían los años de plomo y horror, pero la industrial de automóvil no ha dejado nunca de crear proyectos de ilusión para los ciudadanos planetarios.

 

 

Aquí estamos a otra cosa, claro.

 

 

Muchos de los que abominan del vehículo a motor, cómodamente instalados en el coche oficial, hacen realidad la frase de María Antonieta que recomendaba comer —a falta de pan— pasteles al famélico pueblo de Francia.

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Es un hecho que algunos Robespierres le han cogido el rollito al coche oficial como cuando al revolucionario grito de ¡A las mariscadas! se lo aplicaron algunos líderes de los trabajadores. Debe entusiasmar tener coche con chófer, y helicóptero a tu disposición como Robert Redford y Demi Moore en Una proposición indecente, mientras ves la cara de  panoli que se le queda a Woody Harrelson cuando las aspas remontan el vuelo.

 

 

 

Woody podía haber buscado consuelo pensando: “por lo menos, el que me ha birlao la mujer es el Redford”.

 

 

Yo lo habría hecho.

 

 

 

 

Cuando uno vuelve a ver estas películas del pasado, la nostalgia adolescente me invade tanto que sale en estampida a la calle hacia el chino del barrio a la búsqueda del portafotos autoadhesivo con el No corras, Papá, para pegarlo en medio de la pantalla del navegador del utilitario, intentando recuperar con este acto simbólico el espíritu de la Transición que algunos, que no te sabrían explicar quien fue Tejero, nos quieren arrebatar.

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El acoso es tal hacía los ciudadanos que pagan las letras de su vehículo, que andan urdiendo planes para que el patinete, los patines, la zumba y el skate de los tiempos de Leif Garret (¿dónde andará éste, por cierto?) ocupen calles y aceras en detrimento de los motorizados.

 

Después de ver cómo están los tiempos, he cancelado mi viaje a Montecarlo, puesto que ir a la villa monegasca y no poder disfrutar de los Rolls, Bugattis, Ferraris y Lamborghinis frente al Casino y al Hotel de París ya no merece la pena.

 

 

Irónicamente, porque este votante no tiene coche.

 

 

 

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