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Mamá, quiero ser Progre

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Andrés Sánchez Magro
Andrés Sánchez Magro
Muchos le llaman ‘el juez gourmet’, aunque, técnicamente, deberían denominarle ‘el magistrado gourmet’. Un apasionado de la buena vida y de los placeres del buen comer —es un reconocido crítico gastronómico—, la moda masculina más exclusiva y los buenos modales de todo caballero que se precie de serlo. Juez Titular del Juzgado Mercantil Nº2 de Madrid, Sánchez Magro no se corta un pelo en su cita habitual con los lectores de FLEET PEOPLE y analiza cuestiones tanto actuales como de fondo en las que ‘dardea’ sin piedad cualquier injusticia. Una pluma de las buenas.

Del mismo modo que la gran Concha Velasco quería ser artista y se lo decía a su mamá, la ilusión de mi vida es ser progresista. El asunto es que, con 15 años, pensé que lo era. Leía La Luna de Madrid, éramos modernos, nos habíamos quitado la caspa del franquismo… Pero claro, me dio por amar la cultura sin carné, la gastronomía, los toros, los piropos a las mujeres de bandera… Lo que se dice la buena vida. Y ya no podía ser progresista. 

 

Como nunca me gustaron ni las manifestaciones, ni las grandes causas que dejan muy calentito el corazón y permiten al mismo tiempo que uno viva como le dé incoherentemente la gana, empecé a sospechar de todo lo que tuviera el mote progre.

 

Con el paso del tiempo he caído en la cuenta de que me equivocaba.

 

Esto pensé hace poco tiempo cuando la analfabeta chavalería se echó a la calle a quemar los indefensos contenedores que he pagado con mis impuestos. Todo por una laxa condena que han impuesto a este trovador del rebuzno del siglo XXI.

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«Evidentemente, me he equivocado por no declarar en la plaza pública que soy progre, que estoy en contra del cambio climático, que creo en cualquier ismo frente al denominado y feroz sistema»

 

 

 

En El silencio de los corderos cuentan como el sibarita Hannibal Lecter asesina al músico de una orquesta por cometer un error durante un concierto. Hasel, que ha tenido la suerte de que el doctor Lecter no haya acudido a alguno de sus “conciertos”, es el icono de lo progre.

 

 

 

 

 

Hasta el punto de que esos manifiestos tan irritados se han llenado de artistas profesionales de la pancarta. La calidad musical, la escasa profundidad de sus letras, no son ni siquiera enjuiciadas, como tampoco las deficientes ejecuciones de muchos políticos que tienen la escarapela progre en la solapa, y por ello ya están legitimados por la intelectualidad postinera y por los filósofos de cabecera, siempre al socorro de las causas nobles.

 

Si hablamos de libertad de expresión ¿Quién es el guapo que osa introducir matices, un ‘no progre’, vamos? Que no se equivoquen muchos cuando critican el uso indiscriminado y arbitrario de fascista, facha, derechona o lo que sea. El término correcto es no progre. Progre es el bálsamo de Fierabrás.

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Ser progre es la capa que todo lo tapa.

 

Ser progre es ser mejor que los ceñudos no progres.

 

Evidentemente, me he equivocado por no declarar en la plaza pública que soy progre, que estoy en contra del cambio climático, que creo en cualquier ismo frente al denominado y feroz sistema —¿alguien sabe lo que es?—. Ingenuo de mí, pensé que con los postulados de la Revolución Francesa, de la libertad sin guillotinas, de la igualdad sin cuotas y de la fraternidad no subvencionada, podríamos crear un mundo mejor.

 

Me olvidaba de que si no subía a la palestra con el puño progre bien alto hay poco que contar.

 

Lo más importante, puro Quevedo, no es serlo, sino parecerlo.

 

 

 

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