El sol otoñal atraviesa quedamente la ventanilla del tren que nos lleva del aeropuerto de Manchester a Kingston-upon-Hull. Las suaves colinas empiezan a descender para dar paso al estuario del río Humber. El puente colgante del mismo nombre nos recibe junto a un frondoso parque, reserva natural, con estanques salvajes y acantilados de arcilla blanca. El Humber Bridge, casi kilómetro y medio de luz, el más largo del mundo cuando fue inaugurado en 1981 por la reina Isabel.
Los habitantes de Hull reivindicaron durante décadas esta estructura para unir dos áreas con gran potencial de desarrollo.
De su pasado industrial y próspero dan muestra los elegantes edificios eduardianos y georgianos. El que alberga el Museo Marítimo fue sede de la primera autoridad portuaria de Gran Bretaña. En él se pueden admirar las proezas de los cazadores de ballenas, pioneros que navegaban por aguas árticas desafiando tormentas y la fiereza del mamífero marino mitificado por la literatura.
Ya en el siglo XIV, Hull pertenecía a la Liga Hanseática, la alianza económica y defensiva de otras ciudades junto al Mar Báltico de Alemania, Holanda, Suecia y Rusia.
Con el descenso de la actividad pesquera y del comercio de lana, carbón y madera, los impresionantes muelles del puerto fueron convertidos en jardines y zonas peatonales para tiendas y restaurantes.
Sus antiguos almacenes y hangares se han transformado en galerías de arte, mercadillos y anfiteatros. Pasear ahora por Princes Quay y saborear una pinta en cualquiera de sus singulares pubs es disfrutar de una ciudad que sigue mirando al mar.
El icono de la Marina es The Deep, espectacular construcción en forma de barco, situada en la confluencia del río Hull y la desembocadura del Humber.
El acuario submarino, un gigantesco tanque de dos mil quinientos litros de agua, permite viajar por los océanos. Nos acompañan tiburones, peces de colores, tortugas gigantes, corales, estrellas de mar… Con razón, en 2013, este acuario fue elegido el mejor lugar para visitar en familia.
Cerca, en el casco antiguo, hay que visitar también Hull Minster, bella iglesia gótica que contiene trabajos finos de ladrillo, típicos de la arquitectura anglosajona. En 1759, fue bautizado William Wilberforce, parlamentario que luchó por la abolición de la esclavitud en el Imperio Británico. En 1833, la Cámara de los Comunes, poco antes de la muerte del pionero de los derechos humanos, aprobó la ley. Sus paisanos reconocieron su valor erigiendo un monumento al final de los primorosos Queen´s Gardens. La columna dórica de 31 metros, con la estatua de Wilberforce, se divisaba como un faro para el orbe.
Nuestro paseo termina en el memorial a Amy Johnson, pionera de la aviación, nacida en Hull en 1903. Lo que empezó por afición en Londres, donde trabajaba tras estudiar Económicas, la convirtió en récord mundial al volar sola a Australia. Falleció en 1941, con los servicios auxiliares de transporte para la Royal Air Force. Cayó al estuario del Támesis y su cuerpo no ha sido encontrado, lo que alimenta su leyenda. Como la de Robinson Crusoe, que partió en la ficción de una dársena de Hull, en el siglo XVII, hacia mares lejanos. El célebre náufrago manifestaba en la famosa novela de Daniel Defoe: “Had I the sense to return to Hull, I had been happy” (Si hubiera tenido el sentido común de regresar a Hull, habría sido feliz).