Peter Minuit, un explorador holandés de principios del siglo XVII, tenía más de burócrata que de aventurero. En una época en la que la mayoría de los conquistadores se abrían paso en las junglas americanas a fuerza de machetazos, lo único que Minuit sabía empuñar eran escrituras de propiedad y un fajo de billetes. No es exagerado pensar que, si Peter Minuit hubiera vivido en el siglo XXI, habría sido plenamente feliz sellando documentos en una oficina y fichando la salida, puntualmente, a las cinco de la tarde.
Sin embargo, la vida en 1625 no era tan sencilla. Minuit acababa de ser nombrado nuevo director general de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, lo que exigía, además de supervisar documentos y contratos, cruzar el océano y descubrir nuevas tierras. Fue así como llegó, el 4 de mayo de 1625, a las costas de Norteamérica. Cien años antes, el marinero italiano Giovanni de Verrazzano había llegado a la desembocadura del río Hudson, de modo que los europeos de la época ya conocían la existencia de una isla que los indígenas denominaban Manna-hata, “la isla de las muchas colinas”.
Minuit debía de pensar que los métodos de los conquistadores de la época eran excesivamente expeditivos. Para un burócrata como él, no debía de tener ningún sentido conquistar nuevas tierras a sangre y fuego, cuando el cambio de titularidad de un terreno se podía solventar con una pulcra transacción monetaria entre las partes.
Cuando Minuit llegó a la isla de Manhattan, observó a un grupo de cazadores indígenas. Sacó entonces sus bártulos, desplegó sus contratos, su pluma y su tintero, y ofreció a los nativos 60 florines a cambio de la propiedad de toda la isla. A aquellos asombrados indígenas, toda aquella parafernalia debió de resultarles bastante chocante, pero cogieron los 60 florines, firmaron como buenamente pudieron aquellos documentos, y se marcharon. Al margen de la discutible legalidad de aquella ceremonia comercial, no cabe duda de que Minuit había hecho un buen negocio: Había conseguido tomar posesión de unas tierras sin disparar un solo arcabuz y a cambio de una suma irrisoria. De hecho, se calcula que aquellos 60 florines equivaldrían, actualmente,a menos de 500 dólares.
Lo que no sabía entonces Minuit, y probablemente no supo nunca, fue que aquellos nativos a los que había asaltado con sus contratos y sus cláusulas no eran los verdaderos habitantes de la isla, que era la tribu de los Canarsee. Los indígenas a los que Minuit había comprado la isla no era más que una avanzadilla de otra tribu vecina, la de los Lenape, que se habían acercado a Manhattan con el único objetivo de cazar animales para la cena. En vez de eso, se encontraron con un insistente burócrata holandés que les colmó de monedas y cuentas de colores.
Después de la compra de Manhattan a los dueños equivocados, Minuit pasó algunos años ocupando el puesto de gobernador de la colonia de Nueva Ámsterdam, hasta que en 1632 la compañía de las Indias Occidentales le relevó del cargo. Minuit pudo volver entonces al trabajo que más le gustaba, lejos de aquellas tierras salvajes, sellando y validando documentos tranquilamente, sentado frente a un cómodo escritorio.