Greco.— Aunque resulte un tópico de vez en cuando, apetece citar a Pío Baroja, que señalaba que el nacionalismo se cura viajando y leyendo.
No sé si hay que curarse de la cuestión nacional, de ese laberinto de identidades en el que estamos todos y de la agenda pública cargada de resoluciones judiciales, o de artículos de la Constitución para desentrañar nuestros vaivenes territoriales.
Este otoño es la estación perfecta para mirar al mundo y encontrarnos. Porque la melancolía que suele ser el resultado de los esfuerzos inútiles como gran parte de nuestro actual momento político, necesita puntos de ilusión y fuga.
Y aunque parezca una contradicción, lo aconsejable es viajar a París para pasear por la imprescindible exposición antológica de El Greco.
Como solo saben hacer los comisarios de los museos galos, la muestra aglutina de una manera precisa las épocas de un pintor que viajó desde su Creta natal hasta la Toledo Imperial.
Autentica metáfora de una Europa hoy cuestionada, el pintor de los cuerpos alargados e intensidades cromáticas nos sirve como argumento central para pensar dónde estamos, y qué imagen tienen de nosotros una vez que dejamos los Pirineos.
El Greco, como pintor avanzado, en el que se inspiraron Picasso y gran parte de las vanguardias francesas, representa junto a Cervantes y la traducción de El Quijote en el país vecino en 1614 las dos vetas interpretativas más poderosas de lo español para nuestros vecinos.
El Siglo de Oro es el motivo gozoso de los libros que se pueden adquirir en la tienda de Le Grand Palais, donde se expone la antológica hasta febrero de 2020. En plenos incendios políticos de un país que no acierta ni a lanzar su nombre con orgullo, o tener letra de un himno, resulta gozoso contemplar como Gracián, Quevedo, o Teresa de Jesús son bibliografía de apetito para los que disfrutan de Greco.
Toda la pasión de un pintor que hizo de las versiones auto referenciales un mundo propio, nos sirve para viajar de Francia a Italia, pasando por Grecia y acabar en la vieja judería toledana, pensando en lo que queda de aquellos tiempos que ya aventuraban los dilemas territoriales sin resolver.
El proyecto común Europeo, monumental ideología de convivencia y de respeto a las libertades políticas, no es lamentablemente un pasaporte donde diluir algunos conflictos que parecen añejos. No fue obstáculo alguno un mundo de conflictos y guerras para que Domenico Theotocopuli pudiera recorrer Europa en busca de la belleza, la verdad y la construcción de una identidad personal. Que, al final, es la única poderosa y eterna.