lunes 11, diciembre, 2023

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El Gadgetrón: Vender humo (¿in?)voluntariamente

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Se supone que los periodistas tenemos que ser los transcriptores de la realidad, bien como telégrafos, cronistas o, en casos excepcionales, literatos. Pero nadie puede abarcar la realidad en una mirada. Nadie. Y de esto quiero hablarles en este número, de cómo esa incapacidad para abarcar la realidad se está notando en un paradigma en explosión dentro del mundillo techie: las startups. En concreto, las startups españolas.

Hace un par de años, publiqué una portada en El País Semanal con el título: Los genios del Silicon Valley español. Los titulares son siempre cartelería de neón, invitaciones, a veces un poco torticeras, a que quien pasa por allí se detenga y siga leyendo. En unas cuantas páginas (ya no recuerdo si 8 u 12) daba un repaso exhaustivo a cuál era la situación del sector de emprendedores tecnológicos en España, destacando, pues es la historia que queríamos contar, aquellos que lo consiguen. Pero sin olvidarme de que más de 3.000 empresas se peleaban por una tasa de éxito muy inferior al 1%. Y por éxito se entendía sobrevivir lo suficiente hasta vender (en la inmensa mayoría de los casos de éxito) o salir a Bolsa.

Hoy, dos años después, me encuentro leyendo titulares sobre esas cinco empresas que visité exhaustivamente y detecto en ellas el peligro de burbuja que atraviesa este tipo de inversión alocada en ideas fulgurantes como meteoros que hay que materializar y escalar a velocidad de la luz. Ticketbis, empresa de reventa de entradas, fue comprada por una filial de Ebay, Stubhub, por 150 millones de euros; éxito. Social Point, compañía dedicada a crear videojuegos para plataformas como Facebook, vendida a Take Two por unos 250 millones de euros; éxito. Y luego están casos como el Job & Talent.

Job & Talent ha sido una de las empresas que mayor financiación internacional han recibido. Figuraban en múltiples cabeceras esenciales como uno de los actores determinantes del panorama tecnológico español. Con fondos de inversión como Entrecanales, CortinaKoplowitz o Kibo Ventures para sumar más de 80 millones de euros de financiación. Con fichajes a lo grande de ingenieros que iban para los mayores jugadores del mundillo tecnológico. Sin embargo, a finales de 2016 todo saltó súbitamente por los aires. La plantilla se redujo un 34%, de 350 a 230 empleados.

Sus cofundadores, Juan Urdiales y Felipe Navío, dieron la cara a los medios.


Asumimos la venta de una idea por encima de lo que uno es capaz de ejecutar de ese concepto en el momento de  venta


En declaraciones a El Español, reconocieron que se había quemado el dinero rápido fruto de un cambio en su modelo de negocio y que iban a hacer todo lo posible porque las 120 personas que mandaban a la calle estuvieran recolocadas en enero. Entre los despedidos, evidentemente cabreos. Pero también una especie de comprensión ante lo que puede pasar en este volátil mundo de las startups. Uno de los despedidos declaró a El Confidencial: “Creo que vivieron una burbuja de emoción, pensaban que todo iba a crecer sin parar y no fue así. En algún punto la gestión del proyecto se les fue de las manos y cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. Hace dos meses nos dijeron que todo iba bien, y no era cierto. No creo que hayan mentido, pienso que de verdad se veían capaces de sacarlo adelante y se han equivocado”.

Hay algo en esas palabras que me suena a verdad, según mi experiencia tratando con emprendedores y su ecosistema. He tenido muchas conversaciones, de las que no salen en artículos pero sí que forjan esa visión (incompleta pero en expansión) que necesita el periodista.

Vender humo, de puertas para adentro, se da por asumido. Es decir, vender el valor de una idea por encima no de su valor teórico, sino de lo que uno es capaz de ejecutar de ese concepto en el momento de la venta.

Para que se me entienda, lo ejemplifico. Imagine que estamos en los 60 y usted tiene el primer prototipo de ordenador personal. Imagine que su ordenador puede solo sumar y restar. Pero, hipotéticamente, podría servir para muchas más cosas.

Podría servir para dividir, multiplicar, hacer logaritmos, escribir textos, jugar a la petanca (virtual)… Usted se recorre, con su cacharro en el maletero, toda cuanta feria tecnológica hay. Busca inversores. A la hora de venderles su proyecto, ese al que le dedica su vida, ¿de qué les va a hablar? “¿De las sumas y restas? ¿O de esa petanca maravillosa?”. Evidentemente, es un ejemplo burdo. Los inversores exigen más que esto antes de jugarse sus millones. Pero en esencia, no compran a presente, compran a futuro.

Por lo que el emprendedor siempre se ve obligado a pasar de lo que puede hacer a lo que cree que podrá hacer.

Y eso es una forma de gestionar el crecimiento de un negocio que bordea siempre con el abismo. Porque trabajar con hechos futuros es trabajar con dinamita.

Con todo esto, no quiero absolver ni culpar a este dúo de CEOS estresados que conocí exultantes hace un par de años. Hay voces internas que han acusado a su algoritmo de ser humo. Otras dicen lo contrario, y señalan, por ejemplo, el undécimo puesto que logró este programa informático que es las tripas de su modelo de negocio en el RecSys Challenge, donde compiten actores de la talla de Netflix o el gigante chino AliBaba.

El tiempo dirá qué ha pasado y cuánto de solidez tienen los cimientos de esta empresa que brilló como el androide Roy Batty de Blade Runner, como todas las luces brillantes, con el doble de intensidad pero también con una duración acorde.

Sí quiero romper una lanza a favor de quienes emprenden un camino creativo y se equivocan en sus predicciones. Porque lo fácil es acusar a quien fracasa de farsante o fraudulento. Pero un fraude no es, desde luego, aquel que no puede acertar con los tiempos y resultados del futuro. Un fraude es el que no tenía absolutamente nada y vendió que tenía algo. Ahí está Gowex, por ejemplo, o Theranos, por irnos a un caso internacional en el que una joven de 19 años embaucó a medios e inversores para forjar una fortuna de 8.000 millones de euros. Eso se persigue legal y moralmente. Sin embargo, y hasta que se demuestre lo contrario, no hay que meter en el saco de los fraudulentos a los que se equivocan con las predicciones. Ni siquiera si en el pasado vendieron o no humo, porque ese humo, como les decía, no es una veleidad del emprendedor. Es lo que demanda el mercado. Sueños de los que enamorarse, volátiles y caprichosos, que tal vez (y solo tal vez) mañana serán realidades.

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