Más en detalle, los anuncios que se ofrecen al usuario comparando precios.
Según estima la Comisión, Google hace trampas. Coloca allí con preferencia los que pertenecen a sus servicios y anuncios de pago y de esa manera anula la capacidad de competir y de innovar.
Google, evidentemente, lo negó en un post en su blog el mismo día que se conoció la cuantía de la infracción.
Es una multa récord en Europa y es una llamada al orden de proporciones aparentemente bíblicas. Pero claro, hay que enmarcar esa cantidad en el Goliat que debe pagarla. Google genera al día más de 100 millones de euros en publicidad.
Eso solo es lo que cobra de Adwords. Así que en 24 días podría pagar la multa.
Vamos, que es un palo, nada menos que el 2,7% de los ingresos anuales de la compañía, pero no uno que ni de lejos les tambalee la marcha que llevan.
Lo que es verdaderamente interesante son los motivos que llevan a Europa a apretar a Google. Vivimos en una economía que está cambiando radicalmente. Lo han oído una y mil veces, también en esta columna, la dichosa transformación digital. Esto significa que todos los sectores, todos, apuntalarán sus modelos de negocio en Internet. Piense, porque esta cabecera habla de ellos, en lo que significa el diseño de sistemas de navegación para los coches autónomos. Ahí se cruzan no solo el afine de la tecnología para detectar todo lo que pasa alrededor del coche, sino el procesamiento en paralelo de la información del tráfico vía satélite.
Ahora piense en lo que pasa cada vez que usted va un sitio que no conoce, sea en su coche, en transporte público o a pinrel. ¿A que lo automático es entrar en Google Maps y poner la calle?
En un instante, sabemos, en general con un margen de error bajo, cuánto nos va a llevar el trayecto. Es más, si pasa algo en la carretera, la previsión y la ruta se actualizan en tiempo real. ¿Cómo no vamos a usar esta herramienta?
Este comportamiento se repite diariamente en nuestras vidas con los instrumentos fundamentales que definen nuestra intimidad y actividad profesional.
Enviamos emails por Gmail, por lo tanto, usamos Google. Mensajes por WhatsApp, propiedad de Facebook. Compramos por Amazon. Bajamos apps en Android e iOS. Seguimos a nuestros seres queridos y no tan queridos en Facebook. Participamos diariamente de la actualidad de tuit en tuit.
Lo que subyace a esta vida digital —que nos consume de media a los españoles más de tres horas al día solo vía móvil o smartphone— es que el poder de la sociedad en todas sus actividades se concentra en un número de empresas increíblemente corto. Una o menos por cada actividad relevante que queremos realizar.
Y esto, desgraciadamente, es ley de vida. No lo va a cambiar ninguna multa.
Porque, preguntémonos por un instante, ¿qué haríamos sin poder acceder a Google para hacer una de nuestras decenas de consultas diarias? La respuesta existe.
El 16 de agosto de 2013, Google se cayó de la red por un exceso de tráfico que no soportaron sus servidores. La desconexión duró cinco minutos. El tráfico de Internet se desplomó un 40%. Un 40%.
Casi uno de cada dos internautas dependían en ese instante de Google para lo que fuera que estuvieran haciendo. Creo que no hay ninguna cifra tan poderosa como esta para entender de qué estamos hablando. Estamos hablando de que todos ya tenemos una vida digital y que gestionar esa vida, en cada una de sus actividades fundamentales, depende de servicios extraordinariamente robustos y de un gasto descomunal en regular flujos de tráfico de miles de millones de personas simultáneas.
Es obvio que las empresas no crean la necesidad. Sino que esta necesidad que impone la vida digital genera estas superempresas del presente.
Goya ya decía que “el sueño de la razón produce monstruos”. Nuestros monstruos de hoy son titanes de los que ya depende (y espérense al desembarco de ese gigante invisible chino llamado Tencent) el futuro de la humanidad.
Entonces, ¿por qué multarlos? ¿Nos conviene realmente pinchar a los titanes?
¿No es mejor un gigante benévolo que un gigante cabreado? ¿Nos arriesgamos los europeos, por un supuesto exceso de celo en las reglas, a quedar fuera de juego? Fundiendo todas estas preguntas en una sola: ¿Ha hecho bien Europa en multar a Google? La conclusión de este columnista es clara. Ha hecho muy bien.
Europa es el único baluarte actual, tras el espejismo de Obama, para un sistema que aspira a ser verdaderamente democrático y que antepone, al menos en la letra, el beneficio de la sociedad en su conjunto antes que el beneficio de las empresas y, por ende, de los individuos que las manejan. Ocupa además una posición de poder que va mucho más allá de lo económico. Europa, mal que le pese a EEUU, siempre será el padre de esa nación. Lo será también de Latinoamérica. Y lo es, por lo ocurrido en el siglo XX, en sus luces y sus sombras, del mundo contemporáneo. La actitud de Europa no es una voz más.
Es la voz de la historia.
Que Europa multe a Google demuestra que ese poder para frenar la impunidad empresarial existe en esta región y existirá. Y, aunque millonarios como Mark Zuckerberg dan a veces tímidas muestras de que igual es cierto eso del nuevo perfil de millonarios, que realmente quieren cambiar el mundo para bien con sus fortunas, la tarea de tutelar jamás puede estar en manos de las empresas. Tiene que haber quien vele por los ciudadanos.
A veces, a golpe de multa millonaria.