Primer asalto: El Francés vs. El Derrotismo
—Es increíble, aquí nadie abandona, eh. Lo primero, porque no te lesionas; lo segundo, porque no te aburres. La mayoría de la gente deja el gimnasio en los primeros seis meses. Y casi siempre es porque te lesionas, tienes que parar una semana, o dos, y ya no vuelves. Pero mira, yo llevo ocho meses ya.
-¡Y mientras tanto con el jab! ¡Ocho! ¡Velocidad!
Los gritos de Alba, una de las monitoras, interrumpen momentáneamente a Louis, que está emocionado como un niño por Navidad. Todavía quedan 10 minutos para que empiece su clase y él ya está ahí, de pie, en camiseta de tirantes blanca y calzón azul, viendo cómo el grupo anterior usa el jab (un golpe directo) y explicando su teoría a Alfredo, que mientras tanto se venda tranquilamente las manos.
Louis tiene el pelo cano que reclaman sus 50 años cortado con esmerada precisión, la mirada transparente y dos hileras de dientes de anuncio que pugnan por salir a cada rato.
Es el responsable de Recursos Humanos de un banco francés en España.
Alfredo tendrá alguno más de 30, una camiseta roja que lleva escrito jiu-jitsu, el pelo y la barba oscuros, y algo impreciso que lo delataría a quien pasase por allí como ingeniero informático. Por casualidad, además, lo es.
Lo que los dos miran mientras conversan, a través de la reja, es una clase de boxeo sin contacto. El escenario, sin embargo, con suelos de parqué, luces cálidas, colores sobrios, frases de Tucídides recorriendo las paredes y el ring arrinconado en una esquina, parece más el penúltimo bar hipster, esta vez ambientado en ‘Toro Salvaje’.
—¡Potencia!
No, no. Lanzado hace poco más de dos años en el madrileño barrio de Chamberí, otrora populoso y hoy acomodado, Fightland es ahora el gimnasio pugilístico con más inscritos de España, 1.200 personas. El segundo es otro Fightland, que el éxito del primero obligó a abrir en el complejo financiero de Azca. Y la saga continúa con uno nuevo en el distrito de Salamanca. Las ubicaciones no son precisamente casualidad, claro. No hace falta más que preguntarles a sus dueños, y autores intelectuales del método que aquí se sigue: clases intensas de una hora justa, con mucho entrenamiento funcional y trabajo con el saco y en parejas, pero nunca con golpes.
“Si abres un gimnasio de este deporte en Vallecas, está muy bien, pero ya hay 50. Lo mismo te pasa en Fuenlabrada, o en Carabanchel. Nosotros visualizamos próximas aperturas en Paseo de la Habana, Bernabéu, Pozuelo…”.
Alto y de hombros anchos, César Barbosa es la voz del dúo. Para eso el dios del boxeo (o de lo que sea) le dio un chorro incontenible, una dicción impecable y una broma o una anécdota siempre dispuestas a salir.
Su compañero José Luis Serrano, más menudo, con nariz de boxeador y voz rota, es la experiencia. Amateur desde los 14 años (“desde que vi ‘Rocky’”), ganador de 90 de los 104 combates que disputó en su carrera, dos veces campeón de España, pasado brevemente a profesional y ahora árbitro internacional.
Su modo de vida, el de los dos, fue durante muchos años la banca. Pero su vida es el pugilato.
“José es un pelín psicópata, porque trabaja en esto y luego llega a casa y no hace más que leer cosas de este deporte”, cuenta César de su socio. “Lo hemos democratizado. Lo hemos llevado a gente que no iría a un gimnasio tradicional”, apunta el propio José Luis sobre su misión.
Mientras Louis se coloca frente a su saco y le sacude con caballeresca gentileza, trato de imaginarle haciendo lo mismo en una nave industrial de Villaverde. Hay un receso y se acerca jadeante, con la sonrisa algo descompuesta por el esfuerzo pero con el pelo aún en su sitio. La mayoría de los alumnos coincide en señalar una cosa: la coordinación, la concentración y la exigencia física que este ejercicio reclama son tan altas que es imposible seguir pensando en los problemas del trabajo.
“Y lo mejor es que pagamos por esto”, suelta Louis.
Segundo asalto: El Estudiante vs. La Banca
“Antes todos tenían sobrenombres de animal. Porque mola, ¿no? Cuando te anuncian… Poli Díaz, El Potro de Vallecas; Manuel Berdonce, El Tigre de Tetuán; Javier Castillejo, El Lince de Parla. José Luis tenía el mote más aguerrido de la historia de España: era José Luis Serrano, El Estudiante, repasa César con lo que él mismo define como “incontinencia verbal”.
Así que sigue, claro. “Nosotros habíamos trabajado 25 años en banca, en la Alta Dirección. Yo había sido director comercial en Panamá, había vivido en Arabia Saudí… José Luis era director de zona, especialista en Banca Empresa. No nos quejábamos, teníamos buenos sueldos y muchas atribuciones. Pero luego llegó la crisis y nuestra entidad, que era Caixa Catalunya, entró en un proceso de despido colectivo. Nosotros, un año y medio antes de salir, íbamos dándole vueltas a qué sería de nuestro futuro. En aquel tiempo teníamos 47 años y nos fuimos dando cuenta de que la sociedad nos consideraba unos viejos. Un día nos juntamos y pensamos: ‘Sólo sabemos hacer dos cosas en esta vida: dar créditos y dar puñetazos. Y lo primero ya no nos dejan hacerlo…”
Así nació Fightland, de unir la pasión por “el boxeo tradicional, puro y duro” con un perfil de personas que quizá no pueda permitirse llegar al día siguiente “a la oficina, a la clínica o al bar con una nariz rota o un ojo hinchado”.
José Luis y César se mueven entre ellos con el aire del patrón que se conoce cada recoveco del barco porque lo ha construido con sus manos. Le gastan una broma a este, comentan una pelea con aquel. Conocen por su nombre a la mayoría de los clientes, o cuando menos, a la mayoría de los que llevan tiempo, y dicen tener una idea bastante exacta de cómo son en sus trabajos, sólo de verles entrenar (“el deporte no forja el carácter; el deporte lo revela”, repite César desde la experiencia de varias jornadas de team building organizadas en Fightland).
Aquí vienen ex ministros, magistrados del Tribunal Supremo, actores, empresarios… ¿Quiere eso decir que este es un lugar clasista? César tiene otra anécdota en el cargador para responder a eso: “Uno de nuestros clientes es la cuarta fortuna de España, y otro es el barrendero del barrio, que un día vio el gimnasio y se apuntó. Fuera viven en dos galaxias distintas, nunca hubieran tenido el más mínimo roce. Aquí se saludan por sus nombres, chocan guantes y se lo pasan bien”.
De ahí aquello de democratizar… aunque también se refieren a las mujeres cuando hablan de esto. Dicen que un 45% de su clientela lo es, y no hay más que dar una ojeada casual a cualquier clase para ver que no exageran.
“¿Por qué ahora lo practican tantas? Por una parte, porque hay una corriente que viene de Estados Unidos, pero también porque hemos estado promocionando el boxeo femenino y porque nos hemos alejado de la imagen sórdida y carcelaria que tenía este deporte. Vienen para ponerse en forma, pero se acaban interesando por este mundo. Creo que somos el club que más gente nueva manda a las veladas”, dice José Luis con orgullo.
“Antes de venir tienes la imagen del gimnasio de ‘Million Dollar Baby’”, reconoce Leticia, que trabaja en un gabinete de comunicación y que se había aburrido con todas las máquinas y las clases tradicionales de los gimnasios clásicos.
La verdad es que, en los años 60 y 70 del siglo pasado, el boxeo era enormemente mediático en España, el deporte de masas por excelencia, quizá un peldaño por encima del fútbol. Ahí están Pedro Carrasco, José Manuel Urtain, Perico Fernández o Alfredo Evangelista, auténticos ídolos de la época. Caído después en desgracia por la violencia y la criminalidad que lo rodeaban, se refugió en la periferia (del sistema y de las ciudades), donde ese ambiente marginal se encargó de mantener vivos los rescoldos mientras el mainstream se entregaba a una serie de modas pasajeras como el pilates, el crossfit, el HIIT… Siempre con el móvil al lado para medir todo tipo de parámetros.
“Aquí es imposible. Lo primero, porque con los guantes no puedes manejarlo. Nuestro medidor de calorías es la camiseta empapada después de la clase”, ironiza César.
Tercer asalto: Panterita vs. Los Demonios del Ring
Julen deja de bailar un segundo alrededor del saco, se inclina hacia adelante, hacia José Luis, y le confiesa como si de un placer prohibido se tratara: “Me he suscrito a BoxNation”. “¿Eh?” “Me he suscrito a BoxNation”, repite con los ojos inyectados en brillo, antes de volver a sumergirse en el bailoteo.
“Es una televisión inglesa, toda de boxeo. Este chaval entró aquí que no le interesaba esto y ahora ya sabe más que yo”, explica José Luis. Otra clase ha sustituido a la de Louis, que emerge de la ducha con traje azul, reloj y el pelo aún más impecable. Ha recuperado su piel, y se cruza un segundo en el espacio-tiempo con la camiseta chorreante de Julen.
Este es un ‘teleco’ vasco de facciones rocosas, alto y fortachón, que dispara directos con estilo. Llegó a venir cuatro y cinco veces semanales, y ahora “sólo” lo hace tres. Se confiesa enganchado, pero luego racionaliza: “Lo que hago, quiero hacerlo bien. En todo”. Tanto que ya coquetea con la idea de hacerlo con contacto, aunque no está del todo convencido.
En ese salto (para el que tienen que salir del ambiente controlado de Fightland, que no ofrece entrenamiento para combatir) le ha precedido ya alguien: Alba empezó como alumna, pero el pequeño aspecto, la expresión dulce y el rostro ultraexpresivo de esta periodista ocultaban una luchadora imparable. Quien se lo sacó fue Manuel Pombo, un ‘maestro’ de púgiles, que también lo fue de César Barbosa. “Ves a alguien que te lo transmite con tanta pasión…”, recuerda ella, cuando sus propios ojos son como un par de indicadores led de la presencia de boxeo en la conversación: se iluminan cada vez que nos acercamos al tema; reverberan y centellean si se habla del ring.
En menos de dos años ha conquistado un subcampeonato español de clubes, y ahora es profesora. La de los gritos de velocidad era ella. La que se oye desde la calle es ella.
Fíate de la expresión dulce.
Todavía son pocas chicas, cuenta. “Nos conocemos perfectamente, estamos todo el día luchando entre nosotras. Ya pienso: ‘A ver con qué me sales de nuevo esta vez’”. A Alba la llaman en los círculos ‘Panterita’. “Yo quería ser ‘Pantera’. Pero me dijeron: ‘Panterita’, y hale”.
¿Será casualidad que el boxeo en nuestro país esté renaciendo en un gimnasio con dos de los motes menos amenazantes del panorama pugilístico? En absoluto. Tras los años de olvido de este deporte, hacía falta una piedra de Rosetta que permitiera volver a traducirlo al lenguaje común, al de una calle que ya poco tiene que ver con la de 1970.
“A veces José Luis me llama ‘Panterita’ para fastidiar, y yo le respondo ‘Estudiante’. Y ahí queda la cosa, en empate”.