En julio de 2020, las cosas ya pintaban de un color más oscuro que negro para el gigante del alquiler estadounidense Hertz.
Durante años, había escuchado, como otras grandes del sector como Europcar, que no tenía sentido poner todos los huevos en la cesta del turismo. Que tenían que ceder más protagonismo al alquiler corporativo, al de empresas, al que efectuaban las mujeres y los hombres de negocios.
Lo que ha ocurrido a partir de marzo del año pasado es el ejemplo apocalíptico de un modelo, lo que jamás hubiera imaginado nadie. Que el turismo mundial se redujera a la mínima expresión.
Pero podía pasar. Remotamente, pero ahí estaba la posibilidad.
Pasó.
Tras acogerse apenas dos meses después de que estallará la crisis del coronavirus al Chapter 11 de Estados Unidos, un suave aterrizaje en forma de quiebra controlada que se articula legalmente para que no haya cataclismos empresariales con espejo en Bolsa, Hertz se vio abocada a cancelar todos sus grandes acuerdos con empresas de renting y leasing y se puso delante de un administrador judicial con un pasivo acumulado de 25.000 millones de dólares.
No son peanuts.
Una de las opciones que Hertz recibió de los jueces fue utilizar lo poco que quedaba de su maltrecha liquidez —generada por la venta autorizada de parte de su flota de medio millón de vehículos— para parchear sus deudas con los bancos.
En verano del año pasado pudo abonar 650 millones de dólares mediante este sistema que, si bien era legal y admitido por el juez, no hacía ninguna gracia a sus acreedores porque suponía liberar y trocear la flota de la compañía.
En 2014, cada título de Hertz cotizaba a unos 150 dólares. En 2017 apenas pasaba de los 10 dólares. Desde que comenzó Covid-19, se ha instalado en un dólar
Para las entidades financieras, lo mejor era cortar por lo sano. Liquidar y vender el “lote completo” de Hertz rápida y quirúrgicamente para perder lo menos posible, para que la quita —en la práctica— fuera lo más liviana posible.
En noviembre pasado, la rent a car recibió otra inyección de 1.650 millones a través de sus propios bancos acreedores, precisamente la cantidad de pérdidas que reportó durante 2020, un total de 1.700 millones de dólares de números rojos que se sumaron a su ya abultada deuda.
Los ingresos de la multinacional descendieron un 50%, hasta algo más de 5.000 millones de dólares.
A comienzos de este mes de marzo, Hertz presentó un plan de reestructuración definitivo ante el Tribunal de Quiebras de Estados Unidos. Definitivo, porque a la postre significa que tiene nuevos dueños. De igual modo que ha ocurrido recientemente con la también alquiladora de vehículos europea Europcar, Hertz ha quedado en manos de las compañías que más ojo avizor se sitúan cuando vienen mal dadas.
Hertz y los fondos de inversión
Los fondos Knighthead Capital Management y Certares Opportunities se han convertido en los nuevos propietarios de Hertz por medio de una inyección de 4.200 millones de dólares en la empresa para adquirir el cien por cien de su capital.
En 2014, Hertz tenía un valor en Bolsa estimado de cerca de 14.000 millones de dólares. Hagan sus cuentas. Por ejemplo, Carl Icahn, uno de los reconocidos multimillonarios mundiales, apostó por Hertz en su día… y perdió una fortuna.
Compró el 15% del capital del grupo en una postura que valoró la empresa en 18.000 millones. El año pasado, ese 15% no valía ni cien millones.
Hoy no vale nada.
En 2014, cada título de Hertz cotizaba a unos 150 dólares. En 2017 apenas pasaba de los 10 dólares. Desde que comenzó Covid-19, se ha instalado en un dólar y por debajo, salvo por las constantes operaciones marginales de los operadores de Bolsa minoritarios, que han levantado durante estos meses la cotización de la firma hasta los 2,3 dólares, para retornar rápidamente a su escala bajo cero.
Esos minoritarios que jugaron con el valor de Hertz habrían hecho bien en desprenderse de todas las acciones antes de marzo.
A partir de ahora, con el nuevo plan y dueños del grupo, no obtendrán nada.
Nada, de nada.