Conocido mundialmente por ser el fundador de Bodegas Familiares Matarromera, Carlos Moro es la cabeza visible de todo un imperio vitivinícola de tradición centenaria.
“Soy hijo, nieto y biznieto de agricultores, viticultores y bodegueros. Antes de tener las diez bodegas que tengo, mis padres reunían cinco de las antiguas en cuatro pueblos de Castilla y León: Valbuena, Olivares, Piña y Valoria, donde tenían dos”, explica el empresario a Fleet People.
Aunque en un principio su carrera profesional parecía que iba a ir por otros derroteros —se licenció en Madrid como Ingeniero Agrónomo y es diplomado en Economía de la Empresa y Economía de la Pyme, entre otros—, la vida le fue llevando hacia la tierra y la profesión de sus ancestros.
En 1982, tras haber trabajado en el Ministerio de Agricultura y hasta en la FAO, decidió emplear todos sus conocimientos y ganas (que son muchas) para relanzar el proyecto familiar, por aquel entonces de capa caída, y hacer una bodega nueva.
“Hablé con mi padre y me dijo que me regalaba la viña que yo quisiera, y me puse manos a la obra”. En 1988 nació Bodegas Familiares Matarromera, llamada así por ser el nombre del pago donde se asienta la bodega, una de las más queridas de su padre, Ursicino Moro.
Desde entonces hasta ahora, los negocios de Moro han cosechado uvas y éxitos casi a partes iguales, constituyendo una de las empresas bodegueras más prestigiosas innovadoras de España, con reconocimientos nacionales e internacionales y con presencia en seis denominaciones de origen (D.O.): Ribera del Duero, Rioja, Rueda, Toro, Cigales y Ribeiro.
“Hemos recibido el Premio Nacional de innovación de manos del Rey Felipe VI, en reconocimiento a toda una carrera dedicada a la investigación y, sólo en los últimos cinco años, contamos con más de 150 puntuaciones superiores a 90/100 por prestigiosas revistas como Wine Spectator, Wine Enthusiast o The Wine Advocate”.
Además, los negocios de nuestro entrevistado se extienden más allá del vino: sus empresas abarcan también aceites, museos, rutas enoturísticas y patentes internacionales. Ahí es nada.
Carlos Moro: Nombre y firma
Las empresas de Moro han ido creciendo a golpe de éxito y, por supuesto, de mucho trabajo. Uno de sus últimos proyectos ha sido la creación de su colección más personal, que abarca vinos de las seis D.O. donde operan, caldos “de autor” escogidos de las parcelas más cualitativas.
En cuanto a su forma de trabajar fuera de Ribera del Duero, el entrevistado explica: “Nosotros nunca copiamos, no asimilamos; nosotros creamos, lo cual no es nada fácil. Partimos de las viñas que hay, de la tierra que hay, y a partir de ahí, tratamos de hacer algo distinto. Mi objetivo es sacar lo mejor a la tierra, de la viña, de la empresa, de la historia y proyectarla al futuro y al mundo”.
En cada uno de estos proyectos, Moro forma equipo con expertos de la zona: “El vino Carlos Moro de Rioja se abastece de algunas de las codiciadas parcelas de San Vicente de la Sonsierra, que es el pueblo que tiene más puntos en sus vinos que habitantes. Allí tenemos viñas de entre 30 y 100 años y contamos con un equipo enológico fantástico. El enólogo jefe, en este caso, soy yo mismo; pero hay también un enólogo de la zona porque, allá donde fueres… El reto y la presión han sido máximos, pero ha merecido la pena y estamos encantados con el resultado. Además, nos han recibido con enorme cariño”, afirma a Fleet People.
El último caldo en llegar a esta colección “de firma” ha sido el encargado de poner el broche final al proyecto. Se trata de un vino hecho en Ribera del Duero, en las tierras más queridas del empresario.
“Me siento enormemente de Valladolid, de Valbuena, de Olivares… Castellano, en definitiva. Considero que esa zona dura esconde la nobleza que únicamente se desvela con el esfuerzo. Las uvas con las que se elabora este vino provienen de una finca tradicional de mi familia, que nos pertenece desde hace 200 años. Es algo así como mi alter ego en vino, ya que cuenta con todos los atributos de personalidad que me gustaría tener: noble como un niño, con ganas de agradar, voluptuoso, sincero y serio”.
Cuando le preguntamos qué tiene que tener un vino con su nombre, Moro lo tiene muy claro: “Hay una cuestión innegociable: me tiene que gustar a mí. Nunca podría defender un vino que no me gustase. Además —confiesa divertido—, tiene que ser bueno porque luego tengo que bebérmelo”.
No le falta razón.