No sé cómo ven ustedes la cosa. En esto de la automoción, me produce tristeza, mucha trsiteza, ver cómo una asociación que representa a un porcentaje tan elevado del Producto Interior Bruto español tiene que arrastrarse para que —no— les hagan caso. Para que les escuchen. Llevan los fabricantes, los concesionarios, los componentes, la distribución, todos, pidiendo árnica y recibiendo disolventeen público durante semanas. Solicitando una activación ordenada de las redes de venta. Incentivos que estimulen la demanda. Soluciones. No se lo merecen.
Al Gobierno no le deben parecer suficientes los 23.000 millones que el sector aportó en forma de recaudación fiscal a las arcas del Estado el año pasado.
Incentivos. ¿No son necesarios? ¿Que son ayudas y que por qué las tiene que recibir el automóvil? En primer lugar, creo que una nación debería sentirse orgullosa y capaz de inyectar soporte a cualquier actividad —cualquiera— que sea capaz de generar lo que genera el motor en este país. ¿Marroquinería? Dénselo. ¿Avicultura? Por qué no. ¿Fabricantes de plásticos? Claro. Pongan ustedes la actividad.
Eso sí, que genere lo que genera el auto. Para pedir, primero hay que dar. Aportar valor. Consolidar riqueza por donde uno pasa. El 10% del PIB y el 9% del empleo no parecen malos argumentos. Esto da el automóvil a este país. Pisada, no huella.
Miren el futuro cercano. La demanda de automóviles no se va activar, como parece creer el Gobierno, de modo automático. A ritmo de chasquidos. Así por que sí, por que la gente esté deseando salir a la calle y fundirse la pasta. No.
La gente, el ser humano, es precavido por naturaleza. Y más en situaciones como esta. Lógico. Recuerdo una ocasión en la que le metí la grabadora a Pedro Solbes en un canutazo. Le pregunté que por qué el Gobierno —año 2008 o 2009, creo que era— quería fumigarse un plan de ayudas directas que habían establecido para comprar coches.
Me vino a responder el entonces ministro algo así como que las ventas de automóviles son como la energía. Que ni se crea, ni se destruye; que solo se transforma. Quería decir Solbes que el coche que no se vendiera hoy, se vendería mañana porque quien quiere cambiar de automóvil, vaya usted a saber, lo hace antes o después. Eso es verdad. Pero solo sobre el papel. Pura teoría.
España tiene el parque de vehículos más viejo de Europa. Cifras. Unos seis millones de coches tienen más de 20 años de antigüedad sobre el censo de unos 34 millones. Y el promedio de cambio está en unos 11 o 12 años. Es verdad. Al final, cambiamos el coche. Tenía razón el ministro. Solo que pueden pasar años hasta que la decisión se traslade en compra fehaciente. Ahí están los datos.
Los incentivos directos para comprar automóviles —mil, dos mil euros, lo que sea—, son activadores y dinamizadores puros de la demanda. Levantan la moral al personal. Si uno está en la duda cercana de la adquisición, establecer un empujoncito concreto y acotado en el tiempo es, probablemente, el aliño perfecto.
La economía funciona así. Con las cosas de la calle. Ves a tu vecino comprarse un coche y oye, pues de repente te fijas en que llevas ocho o 10 años con el mismo. Por lo menos, se te mete el gusanillo en el cuerpo. Mejora tu estado de ánimo. Y si este mejora, puede que levantes el veto a la cremallera del bolsillo.
El incentivo representa además un más que interesante recaudador fiscal anticipado. Al adelantar ventas que se esperan lleguen más tarde, el Estado obtiene liquidez inmediata por la vía de los impuestos que paga el automóvil. Este detalle no es ninguna tontería. En este momento, menos.
Incentivos y automoción
Apoyar la adquisición de automóviles no significa poner pasta en la mano de las marcas de automóviles. Tampoco pervertir el sistema. Significa dárselo a los ciudadanos. Al contribuyente. Y generar riqueza y movimiento bajo una coyuntura crucial para todos. Un granito de arena, un puñadito más de contribución, según se mire. Es bueno.
Pensaba escribir un artículo más ácido. Quizás personalizando más en lo que uno considera son errores gruesos de este Ejecutivo en relación con el sector de automoción durante estos tiempos.
Pero eso no es lo importante, lo que se necesita. Lo realmente relevante, señor Sánchez, es que coja la bandera de la automoción.
Cójala y hágala ondear con determinación. Siéntase orgulloso de ella y de las cuatro ruedas ‘made in Spain’.
Hágalo, señor Sánchez. Por favor. Y si puede ser en este minuto, mejor que en la próxima hora. Piénselo, porque si de algo no puede prescindir este país, seguramente, es de las empresas de automoción.