Así, ‘grosso modo’, uno recuerda haber cubierto informativamente todos los Salones del Automóvil de Barcelona desde 1998, creo. Siempre ha sido un evento bien montado. Una feria de vehículos en la que los fabricantes de automóviles y todo el ecosistema que pulula a su alrededor estaba perfectamente engrasado.
Bajo mi criterio, muchísimo mejor organizado que el ya extinto Salón del Automóvil de Madrid, que una vez, no lo olvidemos, intentó arrebatarle el puesto como plataforma internacional de los eventos del Motor a la Ciudad Condal. No lo logró.
Para los periodistas, especializados o no en información de automoción, el Salón del Automóvil y la Fira eran un espacio amable que comprendía las necesidades informativas de los profesionales y que trabajaba para sumar. Tampoco es eso ya. O no lo es para todos.
Incluso con la nueva denominación de “Automobile”, en la anterior edición de hace dos años, y aun con ciertas dificultades, se apreciaban esas ganas y ese, sobre todo, “querer hacer” o empuje, como quieran llamarlo, en pos de este gran sector que supone, que siempre hay que recordarlo, más del 10% del Producto Interior Bruto del país.
Yo no sé si la cosa viene del comité organizador, del coronavirus, de la digitalización o de las nuevas tendencias, pero aquí algo falla. Primero por parte de los fabricantes de automóviles, que se han desmarcado de un modo flagrante de un evento que sumaba mucho desde el punto de vista de la promoción.
La entrada de Auomobile, ayer en Barcelona.
Eso sí, las marcas que han estado presentes, como Renault, Hyundai, Seat, Kia, Ford o Nissan, entre otras, se han llevado el gato al agua en cuanto a exposición: han estado visibles en todos los medios habidos y por haber y, encima, con anuncio del Gobierno —un nuevo plan de incentivos para flotas grandes— y visita del Rey.
Pero que nadie se lleve a engaños.
En las jornadas informativas de ayer, me resultó más difícil encontrar un mísero calendario de las ruedas de prensa que hacerle un traje a un pulpo.
A primera hora, y en la sala de prensa, me costó dios y ayuda que me facilitaran la única copia impresa que había del mismo —la única, “llévesela, por favor”, me dijeron—. No funcionaba la impresora y me detuve así como cinco minutos —soy poco espabilado, sí—hasta que encontré cómo demonios se encendía la máquina de Nespresso, que eso sí es de agradecer, nos habían dejado a los periodistas (apagada).
Lo más llamativo de ayer fue la visita del Rey. Uno se manejaba por aquí y por allá y solo veía armarios de cuatro puertas con el pin de la Casa del Rey en la pechera. Había más guardaespaldas que periodistas.
También había más impresoras que periodistas en los espacios anejos a los expositores de las marcas, los que reservan a vender coches. Dos mesas, una impresora. Hay que cerrar preventas a toda prisa. El ‘business’ es el ‘business’. Es comprensible.
De cuando en cuando recordaba ayer con añoranza, entre las miradas escudriñantes y poco furtivas de los susodichos armarios, cuando años atrás me acordaba de todo lo malo posible tras olvidar un USB o saludar a alguien en el Pabellón 8, ahí arriba de la Fira, donde estaba Seat.
Menudo paseo hasta llegar. Sudores incluidos. Pero qué vivo se veía el ahora llamado Automobile.
El interior de Automobile Barcelona, ayer.
Si no fuera por el anuncio de las grandes flotas realizado ayer por Sánchez, seguramente hoy no estaría ni escribiendo estas líneas.
Tampoco vi ayer mucho “influencer” del automóvil, de esos que parece que están en todos los sitios aunque, en realidad, estén hablando de coches en sus habitaciones tintadas de Play Stations, aguardando a que mamá les avise de que ya está la cena lista —y que bajen ya, que se enfría— y sin siquiera tener el carné de conducir entre los dientes. Cosas de la vida.
En fin, que no sé yo dónde vamos a llegar ni si esto que les estoy contando les produce indiferencia, sopor, pena o qué se yo. Que a lo mejor ya no tenemos nada que contar y que ustedes piensan esto mismo o, lo que es peor, que nos lo merecemos y que lo que contamos no les interesa.
Les digo una cosa. Puede que tengan razón. No toda, pienso deque, pero sí una parte. Puede ser.
Quizás haya que dejar de mirarse el ombligo, en nuestro caso, el de los periodistas, y entender lo que está llegando. Si es que hay algo que entender, eso sí, y si es que está llegando algo, que tampoco lo sé. Debo de ser idiota.