Si algo nos está dejando como consecuencia esta crisis sanitaria y económica es la falta de política. La ausencia total de componendas, negociaciones, y acercamientos de posturas divergentes es una triste realidad, en favor de los antagonismos irreductibles, la propaganda como ejercicio permanente y el postureo de medio pelo.
El arte de la política requiere una mirada larga y una hábil cintura en la distancia corta, combinando la seducción, con la empatía de los contrarios en una democracia, rivales que no enemigos por el poder. Y gran parte de esos juegos de ajedrez o de partidas castizas de mus se han desarrollado en el cálido escenario de los restaurantes.
Al calor de unas kokotxas o un plato de jamón, las distancias se acortan y surge la condición humana.
La tradicional búsqueda del reservado, de las mesas de restaurantes que no en vano se califican como del poder para las guías gastro, ha alcanzado una notable mala prensa
La felicidad de la gastronomía es el contexto ideal para debatir y dialogar.
Para pensar tal vez con nostalgia en El Banquete de Platón, o en el refinamiento de D’Holbach, y esa veta golosa de Papas, Reyes o filósofos que a modo de justas del intelecto empleaban la caza, la micología o las delicias del mar para desarrollar el ingenio.
Todo se celebra, se homenajea o se guarda luto en torno a una mesa. También se conspira, corteja o estafa. Se lanzan los dados y se esconde el cubilete.
Pero en los últimos años la tradicional búsqueda del reservado, de las mesas de restaurantes que no en vano se califican como del poder para las guías gastro, ha alcanzado una notable mala prensa.
En un giro anómalo de ese puritanismo que se ha afincado como una religión laica y opresiva de nuestras costumbres.
BORISK9
Si un político pisa un restaurante, excusemos pensar si es con otros del mismo o diferente partido, periodistas, empresarios, trabajadores o defensores de un lobby cualquiera, algo malo estará pasando. Como si no fuera más sospechoso lo que se puede hacer en los despachos oficiales o los pasillos de los Parlamentos.
Manca finezza, como dijoGiulio Andreottial referirse a nuestra política nacional. Esa fina esgrima que se hornea en la mesa de verduras o de sopa de marisco, con el telón de fondo del vino que todo lo libera y pone en su sitio.
Nunca será olvidada la larga sobremesa del Presidente Rajoy en la tarde de la moción de censura. Hoy, los apóstoles del Santo Oficio de la política de bloques y de la falta de matices se frotan las manos mientras comen un bocadillo clandestino y lanzan andanadas contra nuestra gastronomía, verdadero lujo que envidia medio planeta.
Confiemos en que las cenas de Alfonso Guerra y Abril Martorell que alumbraron la Constitución del 78 tengan secuela…
Si no, moriremos de tristeza con un precocinado mientras apagamos el ruido del telediario.