Hay artículos que no deberían escribirse, salvo que uno viviera en otro país o fuera un vegetal al que no afectara nada de su entorno.
Como amante de la cultura y defensor de la brillante hostelería que lleva la marca España, no acierto a comprender que oscura motivación descansa en las inagotables iniciativas contra aquello que más felices nos hace.
Las reiteradas medidas contrarias al ocio y la industria cultural, que incluyen una salvaje subida fiscal en más de 11 puntos, deben obedecer a alguna cuestión ideológica que a mí sinceramente se me escapa.
“No acierto a comprender que oscura motivación descansa en las inagotables iniciativas contra aquello que más felices nos hace”
Como es lógico, cada Gobierno debe ejecutar su programa y sus líneas de actuación conforme al compromiso con los que le votaron. Pero como nos van acostumbrando los políticos contemporáneos, su cuaderno de bitácora solo lo conocen los de las bambalinas.
Aunque cansados de tanta demagogia e impostura, que ataca a todas las formaciones, hay que valorar los hechos. Y estos de modo tozudo van en el sentido de devastar la hostelería. Considerada fuente de todos los males en los contagios de la pandemia, merece el desprecio público de muchos gobernantes que añoran el entretenimiento que había en el telón de acero.
El epicureísmo que nos caracteriza, y que entronca con una compartida manera de vivir y de afrontar las relaciones sociales, es objeto de desconfianza para quienes piensan en masas informes y adoctrinadas.
A ser posible en las casas con ese engrudo insoportable de televisores frente a la libertad de los bares y la felicidad de los restaurantes. Nobleza obliga, Administraciones de todo signo tampoco colaboran ante la contumacia rigorista de su política antilocales.
“El culmen de todo ello es condenar el ocio, en un alarde de revisión del puritanismo tradicional, eso sí, desde las cómodas y remuneradas poltronas de los Parlamentos”
El culmen de todo ello es condenar el ocio, en un alarde de revisión del puritanismo tradicional, eso sí, desde las cómodas y remuneradas poltronas de los Parlamentos. Es por contra el derecho al trabajo y a la libre iniciativa de muchas pequeñas empresas y autónomos que tienen ello como único medio de vida.
Y el del ciclo enorme de bodegueros, distribuidores, marineros, productores agropecuarios, muchos de ellos hoy en procesos de investigación como verdaderas industrias punteras y que alimentan, nunca mejor dicho, nuestra economía y bienestar. Ser hoy hostelero empieza a convertirse en acto de insumisión.
Por cierto, al mundo del libro le esperan idénticos nubarrones, pues a juicio de estos cráneos privilegiados, es objeto de lujo y de privilegio para las rentas altas…